Lo tengo apalabrado

estrechar-las-manosCANARISMOS. Lo tengo apalabrado
Luis Rivero 07.04.2017 | #Cultura #LaProvincia

Apalabrar es comprometerse en un negocio u obligación, ya sea de mayor o menor entidad y que se contrae frente a alguien verbalmente. Esta locución que verbaliza el sustantivo ‘palabra’ deriva a su vez de ‘dar alguien (la) palabra’ o ‘su palabra’ y se usa para manifestar así que se ha prometido algo. Se ‘da la palabra’ -que no es poco- porque vale más que todas las cosas, pues es la palabra de honor la que honra y ennoblece a las personas. Y cuando alguien no cumple su palabra, cae en descrédito.

Para la gente de antes la palabra dada equivalía al pacto sellado con lealtad entre gente de palabra que es lo mismo que decir: entre caballeros, que suele oírse todavía por estos lares con cierto rigor masculinista -si se me permite el palabro-. Dar la palabra a alguien (apalabrar) era como firmar un contrato. De sólito este acto iba acompañado de un solemne pero sincero apretón de manos, quedando así suscrito definitivamente. Estrechar la mano a alguien no sólo tiene el valor de saludo o expresión de afecto a la otra persona, sino también de compromiso.

La unión de las manos (estrechar las manos) es uno de los ritos que los antiguos relacionaban con el sentimiento de concordia (de cordial: del lat. cor, cordis : ‘corazón’) y que expresa “la conformidad, adecuación y armonía entre lo diverso, el estado de paz entre los seres”.

Cuando se dice: ‘Tengo tal o cual cosa apalabrada con fulanito’ equivale a decir que el trato está cerrado, que es ‘firme’ (del lat. firmus: bien asentado, sólido, fuerte), que no por casualidad comparte raíz con el verbo ‘firmar’, de suscribir, que en origen significa afirmar, dar fuerza a algo.

La palabra dada es, pues, algo que viene de viejo. En el Derecho romano arcaico -por ejemplo- el apretón de manos era el modo usual de formalizar una obligación contractual, lo que refleja el valor intrínseco que tiene el ‘verbo’ (‘palabra’), acompañado en este caso de ciertos gestos rituales. Se aprecian reminiscencias de ello en algunos textos de la tradición judeocristiana: “en el principio era la palabra”, reza con toda su fuerza simbólica el pasaje bíblico. Según cierta simbología antigua, la palabra es un fenómeno acústico que posee más valor como sonido que como expresión escrita, y se dice que la fonética de sus vibraciones está dotada de cierto poder elemental. Lo que podría explicar de algún modo el valor de la sinonimia: ‘dar (la) palabra’

Alrededor de esta expresión se sitúan otras con connotaciones similares, como la interjección: ¡Palabra! , para garantizar que se dice la verdad; una suerte de juramento profano que refuerza lo que decimos (al estilo de aquella otra apócrifa que se expresa con espontaneidad: ¡La verdad de Dios!, que ya hemos comentado en otra ocasión). De manera que cuando se dice: ‘Lo tengo apalabrado’, ‘eso va a misa’, por tanto usted puede ahorrarse el juraito.