El que no sabe es como el que no ve

Canarismos

El que no sabe es como el que no ve

Luis Rivero 02.03.2018 | Suplemento Cultura La Provincia/DLP

Con independencia de su origen, el dicho se adapta a la singularidad propia del habla isleña de manera natural. Así ha quedado incorporado al amplio repertorio de proverbios populares canarios. Su simplicidad y versatilidad lo convierten en uno de esos aforismos a los que se echa mano habitualmente. Al menos entre ciertas categorías de hablantes.

Se recurre a una construcción comparativa de igualdad que tiene un valor conclusivo y de aserto general. Se estructura sobre el concepto del “saber” y una metáfora inspirada en “la ceguera”. Elementos contrapuestos que enuncia en sentido negativo y en términos de equivalencia (“no sabe” = “no ve”). Haciendo abstracción para concluir que “no saber”, “desconocer” o “ignorar” algo equivale a “no ver las cosas” o “a estar ciego”.

Puede tener un valor referido a un aspecto elemental sobre supuestos de menor entidad; por ejemplo, frente al desconocimiento de una información trivial o intrascendente, pero útil o práctica en el ámbito doméstico; o también puede referirse a situaciones de cierta trascendencia: como el ignorar determinados conocimientos de mayor alcance o enjundia. Se suele emplear casi como una ocurrencia, y nunca suena en tono de reproche y mucho menos de burla. Al contrario, suele ser quien ignora el “objeto de conocimiento” el que recurre con ligereza al dicho como una manera de excusar su impericia, torpeza o ingenuidad. Posee, pues, un valor paliativo o justificativo que trata de enmendar la propia ignorancia. Ausencia de conocimiento que se dispensa porque -como es sabido- “nadie nace sabiendo”.

No obstante la sencillez del enunciado, la expresión posee un sustrato ideológico de profundo calado. El binomio que se expone con simplicidad en la oración invoca un simbolismo de dominio universal. Imágenes arquetípicas arraigadas en las diversas culturas y representadas por la dicotomía: “luz-oscuridad”, “esplendor-tinieblas”, “visión-ceguera”. Donde la invidencia se parangona al desconocimiento y la ignorancia, mientras que la luz se asocia al conocimiento y la inteligencia. En la práctica totalidad de las mitologías antiguas se da esta asimilación entre el valor simbólico de la inteligencia y la luz; así como las tinieblas, antagonismo de la luz, simbolizan la “ceguera de la vida”, la ignorancia del hombre.

Pero sin necesidad de adentrarnos en estratos simbólicos tan profundos, esta misma ambivalencia la podemos localizar en la lengua común, a niveles más superficiales y menos trascendentes. Entre las metáforas de uso habitual que describen las facultades intelectivas o sus limitaciones nos encontramos: “la ceguera” cuando hace referencia a la incapacidad mental para percibir o comprender algo; y por el contrario, “una lumbrera” es la persona que brilla por su inteligencia y conocimientos. El dicho comentado es pues un símil o comparación de valor elemental: “el que no sabe es como el que no ve”. Simplicidad con la que lo expresa el vulgo en su cotidianidad, y en particular en los ambientes rurales.

La misma sencillez se advierte en otros dichos relacionados con la facultad de la visión, el saber y la ignorancia que se sitúan en la periferia de aquel. “Ojos que no ven, corazón que no siente” que se dice para señalar que la ausencia o el desconocimiento contribuyen a ignorar lo que se quiere o sentir menos la desgracia ajena; “no hay peor ciego que el que no quiere ver” que sugiere cuan inútiles resultan los esfuerzos de que alguien vea o entienda lo que no quiere ver o entender. O “ser más listo que el hambre” que constata un hecho simple: la necesidad agudiza el ingenio. Pero hablando de saber, casi siempre es la sabiduría proveniente de la experiencia acumulada con el paso de los años la que suele imponerse, por eso se dice: “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Y es que en estas cosas “el que sabe, sabe y el que no…”