Moro viejo no aprende idiomas

Moro viejo no aprende idiomas

Luis Rivero

Este aforismo castellano toma carta de naturaleza para incorporarse con voz propia al elenco de dichos de uso común en las Islas. Entre las distintas versiones, quizá la más escuchada sea la que dice: “moro viejo no aprende idioma” o “moro viejo no aprende lenguas”. Y se usa para hacer notar las dificultades que presentan las personas mayores en adoptar nuevos hábitos y habilidades.

Junto a esta forma se registra también otra versión de ámbito local: “burro viejo no aprende lengua”. Adaptación en la que se recurre a un elemento típico del imaginario rural: el burro; sujeto aleccionante que incorpora un mayor valor pedagógico por su cercanía y por la “noción” que de este aporta el idiolecto de referencia. El burro sustituye al “moro” como sujeto en la expresión de manera hiperbólica, pues al asno se le atribuye en ese ideario popular la condición de animal de costumbres perdurables [: “al burro viejo no le pesa la albarda”].

Otra variante registrada en las islas es la que dice también: “loro viejo no aprende a hablar”.

El dicho original “moro viejo no aprende idioma” está relacionado con una frase proverbial que localizamos en algunas zonas del Caribe: “moro viejo, mal cristiano”, para indicar cuán difícil resulta cambiar la forma de ser de la gente mayor. Y también con un antiguo refrán castellano que guarda una similar homofonía en su construcción, pero de significación bien diferente, y que reza: “a moro viejo, no aprendas algarabía” (advierte que no puede pretenderse enseñar a quien es maestro en la materia).

El dicho pone en relación dos elementos significativos y contrapuestos: la vejez y el aprendizaje. Ello para evidenciar que aprender lo nuevo y crear hábitos comportamentales suele ser atributo de la edad temprana o juventud. Las edades del ser humano se equipararían con las distintas fases de la naturaleza. Así se parangonan la primavera con la juventud o el otoño con la madurez o la vejez. Este orden natural marcaría el desarrollo evolutivo correspondiente a cada edad a la que se le atribuirían sus propias actividades y habilidades conforme a la realidad social y cultural. Dentro de esta lógica de la humana naturaleza, el aprender a hablar es menester propio de los primeros años de vida. Pero con este aprendizaje no solo accedemos a un sistema de comunicación primario y elemental, sino que se adquieren a través de él un conjunto de variados conocimientos. Así pues, existe una estrecha ligazón entre el desarrollo/aprendizaje del lenguaje y la adquisición de capacidades cognitivas diversas. Y este podría ser el fundamento implícito que sustenta el dicho simple: “moro viejo no aprende lengua”. Es decir, para referirse -por extensión- a las dificultades que presentan las personas mayores o entradas en años en cambiar de hábitos y aprender determinadas agilidades, sobre todo aquellas que no son propias de la edad (y no solo un idioma). Lo mismo hay que decir respecto al localismo: “burro viejo no aprende lenguas”; lo que queda evidenciado con una expresión afín o lindante que expresa: “después de viejo, cabrero”, para referirse a las personas entraditas en años que hacen cosas que no se corresponden con la edad que tienen.

La expresión comentada, de sólito, se entona con chanza frente al interlocutor al que se dirige el dicente sin reparar en la autoridad que otorgan las canas [“¡aquí no se respetan las canas!”]; a veces hasta se le atribuye prematuramente la condición de “viejo” a la persona madura o que muestra una edad desfasada con la actividad en la que se aplica. Puede tener también un sentido autorreferencial -es decir, cuando es el hablante quien lo predica de sí mismo-; en tal caso actúa como justificación de la impericia o del desconocimiento absoluto mostrado por el sujeto respecto a una determinada habilidad. [“Abuelo, ¿por qué no se apunta a un curso de esos de informática? ¡Ah, mi niño, ‘moro viejo no aprende idioma’!”]. Por su parte, “el burro viejo no aprende lengua” puede expresarse con abierta jocosidad o puede contener una mayor carga burlesca hasta llegar al escarnio.