¡A reclamar al maestro armero!

¡A reclamar al maestro armero!

Suplemento Cultura La Provincia/DLP , sábado 13 octubre 2018. ​Luis Rivero

Expresión de origen militar a la que se suele recurrir cuando no existe la posibilidad de reclamar o protestar por algo que ha resultado fallido o frustrado. Aunque se trata de una frase recurrente, no es patrimonio exclusivo del acervo fraseológico del español de Canarias, sino de uso general en otros dominios.

Los posibles orígenes de este modismo hay que buscarlos en el contexto de las reformas borbónicas del siglo XVIII.  Cuando el rey Felipe V afrontó la remodelación de los ejércitos sustituyendo los antiguos tercios por un nuevo modelo militar basado en brigadas, regimientos, batallones, compañías y escuadrones. Entre otras novedades introdujo los fusiles y la bayoneta que sustituirían a las picas como arma de infantería. Con ello aparece la figura del maestro armero que era el soldado experto que se encargaba de arreglar o reparar y mantener en buenas condiciones de funcionamiento las armas de fuego; a él se dirigía la tropa cuando los fusiles presentaban algún defecto. Ante la novedad, es probable que la soldadesca acudiera al maestro armero para exponer o lamentarse por cualquier problema, aún de poca importancia (quién sabe si incluso para quejarse por supuestos defectos a los que responsabilizaban de su mala puntería). En cualquier caso, se apunta como probable origen y sentido de la frase «¡vete a reclamar al maestro armero!» al hecho de que el daño causado por el mal funcionamiento de un arma de fuego pudiera resultar de irremediable y fatales consecuencias, frente a lo que no se podía hacer nada para remediarlo; o porque cualquier reclamación al maestro armero era realmente inútil, al carecer de un rango determinante en el escalafón.  Con el tiempo pudo haberse lexicalizado la expresión que acabaría usándose ante cualquier exigencia o reproche, para referirse a un hecho que no tiene remedio o a un infortunio para el que no se atisba solución. Lejos del rigor y boato marcial, se suele entonar con cierta sorna o escarnio frente al que ha de resignarse ante lo inevitable, desdramatizando la situación cuando esta no tiene remedio ni hay manera de enderezarla.          También se puede recurrir a esta frase cuando nos encontramos ante una situación en la que queremos eludir cualquier tipo de responsabilidad o situarnos al margen del acontecimiento, encogiéndonos de hombros, es decir, «hacerse el longui» para desviar la atención de la persona que nos exige o pueda pedir explicaciones. En definitiva, como el que se hace el loco o que no sabe nada para escurrir el bulto.