Vengan los cuartos del velorio, cásese el diablo con el demonio

En charla distendida, de esas de entierro y funeral, mi buen amigo Antonio L. me refiere de haber escuchado a menudo de don Tomás el cura cuando hablaba con su padre, Juanito el zapatero (otrora sacristán, campanero y organista en la parroquia del Carrizal),  aquello de “vengan los cuartos del velorio, cásese el diablo con el demonio”. 

Esta expresión en tono irónico la largaba con socarronería el mentado párroco para justificar que a veces había que cerrar los ojos para dar algún que otro sacramento a quien no era del todo merecedor, pues la iglesia también tiene sus necesidades pecuniarias… Se rememora así esta expresión festiva que antiguamente se escuchaba en las islas y que trae a colación aquella vieja costumbre de remunerar las velaciones o cualquier otro “servicio” sacramental, y con ello el sentido práctico del clero a la hora de administrar los santos sacramentos. 

         Esta frase aforística de tono satírico y de origen incierto, aunque de uso generalizado,  conoce otras variantes como: “venga el dinero/el duro por/de los velorios […]”. El término “cuartos” es una acepción arcaica que se generalizó como sinónimo de dinero. Se refiere a una antigua moneda de cobre de escaso valor, equivalente a cuatro maravedíes de la época o lo que sería lo mismo, a tres céntimos de las antiguas pesetas. Son expresiones afines que todavía escuchamos de nuestros mayores: el “tener o no tener cuartos”; “tener cuatro cuartos”, que es tener lo justo para ir tirando, no mucho; o “tener muchos cuartos”, disponer una buena posición económica. El “duro”, como se sabe, tenía el valor de cinco pesetas; y era frecuente hacer las cuentas y dar el valor de las cosas en duros. Así se podía tener “veinte duros” en el bolsillo; “no valer ni un duro” para referirse a algo de escaso valor; o “pagar mil duros” por la compra de un animal. “Velorios” se llaman en Canarias a las reuniones que antaño se hacían en casa de una parturienta y en las que se acompañaba por las tardes y por las noches con algún refrigerio, bebiendo y cantando para celebrar el nacimiento, y que duraba ocho días. También se le dice “velorio” al ‘velatorio’, es decir, al acto de acompañar a la familia de un difunto estando este de cuerpo presente. Sin embargo, aquí parece referirse a la ceremonia de las “velaciones” que se usaba en la iglesia católica para dar solemnidad al matrimonio y que consistía en cubrir con un velo a los novios en la misa nupcial que se celebraba generalmente después del casamiento.

Lo de casar al “diablo con el demonio” expresa hiperbólicamente que no es tan importante quien sea el que pida que le oficien algún sacramento como que lo pague.  

         El origen de la expresión hay que buscarlo en los tradicionales beneficios que de antiguo ha gozado la Iglesia. Desde el cobro del diezmo, especie de “tributo” con el que los feligreses contribuían al sustento de la Iglesia y el clero (que tiene sus antecedentes más remotos en las “primicias” de la tierra que recibían los levitas), amén de otras rentas generadas por el ejercicio del culto, como los derechos de estola o la congrua. No obstante ser considerado pecado de simonía la obtención de tales prebendas a cambio de la administración sacramental, se hacía la vista gorda. Es probable que la paradoja diera lugar  a que esta ocurrencia con rima se popularizara entre vulgo, y entre el mismo clero: “Vengan los cuartos del velorio, cásese el diablo con el demonio”.                

      En los lindes de esta  se sitúa aquella otra que recomienda “encender una vela a Dios y otra al diablo”, para expresar que mejor estar a bien con todos porque nunca se sabe… En fin, que por lo que se ve: “hay que tener amigos hasta (en) los infiernoh”.