Dios le da sombrero a quien no tiene cabeza


Luis Rivero 31.05.2019 Cultura/La Provincia

Esta frase aforística, aunque de origen incierto, parece ser de uso generalizado en distintos dominios del español en sus distintas variantes (como por ejemplo: “Dios le da pan/almendras a quien no tiene dientes”, “Dios da el frío conforme a la ropa”, y un largo etcétera). 

La versión que conocemos es la aquí comentada: “Dios le da sombrero a quien no tiene cabeza”. La metáfora viene usada para referirse o lamentarse de quien gozando de una posición privilegiada o de ciertas cualidades que le aventajan, no sabe o es incapaz de aprovecharlas por ignorancia o por “falta de conocimiento”. O bien para llamar la atención sobre alguien que ha sido tocado por la fortuna, premiado o beneficiado, y no obstante dilapida y malogra dichos dones por no saber aprovechar la oportunidad que se le ofrece. Su uso más común suele observar un tono irónico, al tiempo que denota cierta actitud resignada ante lo que parece inevitable. La expresión puede intercambiarse o ir acompañada por otras similares, como la que exclama: “¡Qué mal repartido está el mundo!” (o “el mundo está muy mal repartido”) u otra más propia de las islas: “¡malimpiado!” o “¡malimpriado!”, interjección recurrente [probable deformación de ‘mal empleado’] para expresar lástima, pena o lamento por la oportunidad desperdiciada. 

Sobre la base de los patrones culturales dominantes se recurre en este dicho a la “providencia divina” como causa última del acontecer diario y del proceder humano, presupuesto habitual en nuestro refranero popular. Al mismo tiempo, y en base a estos parámetros, se proyecta una relación que con carácter genérico asocia órganos corporales a determinadas funciones o rasgos humanos. Y singularmente, la cabeza adquiere así un significado simbólico relacionado con la función de contenedor del cerebro y sede donde se localizan el pensamiento y la razón, y por ende, se convierte en símbolo de inteligencia y juicio (“tener juicio”, “tener la cabeza bien amueblada”). 

Por su parte el “sombrero” guarda fundamentalmente un significado utilitario. Su etimología parece clara: el término «sombrero» deriva de “sombra”, y se forma con el sufijo designativo “ero”, para indicar algo que propicia sombra, algo con lo que protegerse del sol. Lo que refuerza el sentido funcional del sustantivo, y subraya su inutilidad en este caso. 

La frase pivota sobre dos sustantivos complementarios: sombrero/cabeza, y dos verbos contrapuestos: dar/no tener (: ‘carecer’). De modo tal que Dios no le da el sombrero a quien tiene cabeza y pueda aprovecharlo, sino precisamente al contrario, a quien no la tiene. ¿Cuál es, pues, la explicación a este aparente desacierto en el proceder del Omnisciente? Siguiendo los mismos patrones culturales en los que parece localizarse la fuente de buena parte de estos dichos, seguramente habría que apelar a aquello de «tan incomprensibles como misteriosos resultan a veces los designios divinos». Y quizás viene a colación para justificar el desatino aquel otro aforismo que dice: “Dios escribe derecho con renglones torcidos”, que parece pretender explicar lo inexplicable de algunos “caprichos” de la naturaleza. 

Como antónimo del dicho comentado, localizamos también esta otra expresión: “Dios nos dé conocimiento porque cabeza tenemos todos”. Frase que podemos escuchar todavía en las islas y con la que el dicente se lamenta de la falta de sensatez de alguien o invoca, por ende, la cordura frente a una situación dada.