El hueso que está pa(ra) uno no hay perro que se lo coma

Luis Rivero. Suplemento de #Cultura de La Provincia. #Canarismos

La figura del perro que mordisquea con afán un hueso, sobre la que se construye la metáfora que ilustra este dicho, a pesar de la tosquedad de su estilo, goza de cierta enjundia. No obstante el hueso es considerado hoy como «sobras» de la comida y ha quedado reducido en el imaginario colectivo a un mero juguete u objeto de entretenimiento para el can, se sabe que cuando un perro «agarra un hueso, no lo suelta ni a la de tres». El por qué a nuestro mejor amigo le atrae tanto mordisquear los huesos es una respuesta que seguramente hay que buscar en el origen de estos animales. Intuitivamente se suele interpretar como un motivador del fortalecimiento de mandíbulas y dientes, siempre dispuestos a devorar figurativamente la presa capturada, como mismo sus tatarabuelos lo hicieran antaño. Se asocia también al estímulo instintivo por obtener un preciado nutriente: el tuétano, que se encuentra en el interior del hueso. En cualquier caso el festín parece obedecer, más que a la necesidad vital de nutrimiento o a un ocioso ejercicio maxilar, a un mandato de la propia memoria genética. Algunos milenios atrás, antes de la domesticación de los cánidos, estos carnívoros se movían agrupados en manadas para cazar. Hoy, la obtención de alimento en el hábitat doméstico ha dejado de ser un preocupación prioritaria para el canis lupus familiaris. La percepción del hueso –convertido casi en un «fetiche»– es como si despertara en el animal aquella memoria atávica, y a través de este «rito»  rememora la época de cazador de sus ancestros (quizás también de carroñero ocasional) que habría permanecido registrada genéticamente, royendo el hueso como si se tratara de garantizar la propia supervivencia. 

Este carácter de «presa» o recompensa que representa el hueso se parangona a un don o gracia  concedidos por el azar, el destino o la providencia. Con estos atuendos rudimentarios se elabora esta alegoría fabulada para significar la idea del destino y su condición ineludible. La expresión conlleva por lo general un sentido auspicioso o de buen augurio. La voz «hueso» se aparta aquí de aquella connotación negativa usada a veces para referirse a una persona (o situación) difícil de tratar o de afrontar («es un hueso duro de roer»). Al contrario, comparte la idea de retribución que se infiere de la imagen del perro «privado», exultante,  cuando «trinca» un hueso, «pega a chascarlo» y no lo suelta, y que puede identificarse con cualquiera de nosotros («uno»). 

La frase, pues, viene a aseverar que lo que el destino nos tiene reservado, nada ni nadie podrá cambiarlo. El destino se concibe así como «fuerza sobrenatural e inexorable» que parece gobernar el devenir del mundo y las vicisitudes en la vida de los seres humanos. Esta idea universal trasciende a las concepciones teológicas y religiosas. El recurso al imaginario doméstico en la elaboración del dicho lo aparta de esa influencia religiosa o de la idea de Dios que se mantiene en aquella variante que señala: «lo que está para uno, no hay Dios que se lo quite» (y que ya hemos comentado en estas páginas). 

 Otros registros que recurren a elementos del imaginario rural y expresan la misma idea del destino como fuerza contra la que resulta inútil luchar son: «el cardo que está pa(ra) un burro, pasan veinte y no lo ven»,o aquella otra que dice: «la pencaque está pa(ra) uno, no hay vaca que se la coma».