Changa (y otros neologismos de última generación)

Luis Rivero en el Cultura de La Provincia. Sábado 15 junio 2019///

Entre las voces urbanas usuales que han formado parte del argot juvenil de las capitales canarias nos encontramos con «changa», «poligonero» o «chandalero». Si bien no suelen contemplarse en los léxicos de canarismos, su uso se ha generalizado hasta trascender del mero argot para referir elementos y ambientes barriobajeros. Por ello, más que de jerga de barrio, bien podría hablarse de «canarismos de última generación». 

Tradicionalmente, el crecimiento urbano ha propiciado la formación de núcleos residenciales en el extrarradio y expulsado hacia la periferia a una población que ya desde sus lugares de origen acusa problemas de pobreza y marginación social. Este fenómeno, del que no son una excepción las ciudades canarias, ha provocado la concentración en estos enclaves de infinidad de familias con idénticos problemas: bajo nivel de instrucción a menudo acompañado de analfabetismo (funcional) y alto índices de fracaso escolar, desocupación sistémica, pobreza y desestructuración familiar; factores que a menudo se retroalimentan agudizando los efectos que han conducido, en ocasiones, a la exclusión social y a transformar estos barrios en auténticos guetos.  Lo que los convierten en caldo de cultivo para la delincuencia, la droga y otros problemas ligados a la marginación. 

            En este contexto, hijo de la sociedad de consumo y de la marginalidad, nace la figura del “changa”. Neologismo propio de las capitales isleñas para designar a lo que con el tiempo se ha convertido en un auténtico fenómeno social o antropológico. Identifica a los gregarios de una nueva “tribu urbana” sobre la base, fundamentalmente, de criterios estéticos que comprende vestimenta, corte de pelo y actitudes   comportamentales. Rasgos identitarios a menudo ligados al trapicheo, a la delincuencia de poca monta, la violencia callejera (de hecho en ocasiones se usa el término «pandillero»), las peleas de perros o a otros signos de ostentación como las cadenas de oro colgadas al cuello y la escúter por montura.

            La voz “changa”, pues,  deja al descubierto “las vergüenzas” de una subcultura urbana al tiempo que pone el dedo en la llaga de la marginación y la conflictividad de los suburbios capitalinos, pero intenta sortearlo con un gracejo y una socarronería que acaso lo despoja del dramatismo del contexto social donde nace.

            Por su parte, con tono despectivo, el término “poligonero” –de referencia espacial– sería algo así como una especie de gentilicio o seudogentilicio genérico y circunstancial. Se da la paradoja que el término polígono (residencial) como actuación urbanística edificatoria es una figura que aparece oficialmente en España con la Ley del Suelo de 1956; modelo que en Canarias tiene su apogeo con el desarrollo de las grandes actuaciones de promoción de vivienda pública de los años 70 y, por su incidencia social, el término (polígono) ha trascendido al habla popular. Esto es lo que explica que estemos ante un raro caso de un derivado construido por lexicalización a partir de un cultismo/tecnicismo: los “polígonos residenciales”.

            Si el “changa” identifica al individuo en base a parámetros estéticos y el “poligonero” encuentra su etimología en el hábitat, el sinónimo “chandalero”, por su parte, se construye sobre la base del indumento gregario de estos individuos. Chándal y playeras de marca que junto con la cabeza rapada en las zonas parietal y occipital conforman sus señas de identidad primarias. Pero el término “changa” comparte otras acepciones más “genéricas” sinónimas o afines a: “mata(d)o”, “laja”, “ruina”, etc.  Como mismo la voz “poligonero/a”, en ocasiones, es usada como imagen caricaturesca para referirse a una  persona chabacana, basta o malcriada: (“¡Chacha!, déjate de gritar que pareces una poligonera”).