Otros modos de hablar con números (II)

Siguiendo con las expresiones habituales en las islas que recurren a un numeral determinante en su significado, llama la atención el uso: “no tener dos dedos de frente”, para referirse a alguien atolondrado o que muestra pocas luces. Aunque no se trata exactamente de un dicho de origen isleño, sino de empleo generalizado en el español, su uso se ha difundido e implantado en las islas como si fuera propio. Su origen parece remontarse –según alguna hipótesis– a los estudios de frenología de principios del siglo XIX. Una doctrina psicológica que –dicho grosso modo– estudiaba las características anatómicas del cráneo y cerebro humanos, localizando las facultades mentales en zonas precisas del cerebro y atribuyendo determinados perfiles psicológicos según los relieves y protuberancias de la cabeza. Su principal valedor fue el médico vienés Franz Joseph Gall que desarrolló su trabajo en el primer cuarto del siglo XIX. Una de las premisas de la frenología es que el tamaño de las diferentes zonas o áreas cerebrales, responsables de cada una de las facultades, se manifiesta en la superficie ósea del cráneo. Entre el vulgo habría trascendido la correlación entre la dimensión de la frente y la inteligencia en un individuo. Es decir, que cuanto más amplia fuera la zona frontal, era señal de mayor inteligencia, y cuanto menos frente tuviera, menos inteligente sería el sujeto. Estas teorías alcanzaron a la sazón tal popularidad –no obstante ser objeto de críticas y burlas por parte de la “comunidad científica” y  la prensa de la época– que se extendió la idea de que aquellos que tenían una frente estrecha eran poco inteligentes. De ahí parece haberse implantado por lexicalización la expresión «no tener dos dedos de frente». Llegando hasta nuestros días como sinónimo de persona limitada, de poco entendimiento o de poco juicio. Esta es una de las explicaciones sobre el origen de la expresión. Pero más allá del hecho de quienes tildan de seudociencia a las teorías de Gall, lo cierto es que se le reconoce algunas aportaciones importantes que han dado lugar  a la división del cerebro por localidades o módulos a los que se les atribuye determinadas funciones mentales. Esta es hoy una noción fundamental de la neuropsicología y la neurociencia que desde entonces viene siendo objeto de debate, si bien la cuestión no es pacífica. Y desde este punto de vista, la corteza prefrontal se relaciona con la planificación de comportamientos cognitivos complejos, procesos de toma de decisiones, etc. 

Si la cabeza es símbolo –desde un enfoque etnolingüístico– de inteligencia y juicio (“sentar la cabeza”, “tener pájaros en la cabeza”, “tener la cabeza en su sito”), atendiendo a la visión de “modularidad de la mente” que arranca desde la frenología y llega hasta la moderna neurociencia, la expresión no parece del todo infundada. 

Se podría decir que en la frase “tener/no tener dos dedosde frente” el numeral aporta una connotación “craneométrica” (o craneoscópica) que mantiene el referente de la magnitud de “dos dedos” como límite o frontera entre lo normal y lo anormal.  Lo que –obviamente–  es un modo hiperbólico de referirse a alguien poco o muy poco inteligente (“no tener dos dedos de frente”), que es como decir que es “un bobilín” o “un totorota”; frente a lo que se dice de “cualquiera con dos dedos de frente”, esto es, medianamente listo, o normalito.