¡Aquí no vamos a vivir!

Luis Rivero Suplemento Cultura La Provincia/DLP

Me sucedió precisamente hace unos días, mientras intentaba hacerme hueco en la barra de un bar para almorzar y le pregunté  a una señora si no tenía inconveniente en que me sentara a su lado, consciente de la estrechez del sitio y de la incomodidad que podía suponer. Me sorprendió con una respuesta que hacía años que no escuchaba: «Sí, mi niño… Total, aquí no vamos a vivir». Y tomé nota de la frase para incorporar este viejo uso a mi repertorio de «canarismos» que a ahora paso a comentar. 

En efecto, la frase se emplea en situaciones en la que se está en un lugar hacinado, donde no se dispone de espacio suficiente para estar sentado cómodamente o en el que hay que permanecer en pie. En general también se echa mano de ella para referirse a cualquier situación de incomodidad pasajera que podamos atravesar (como por ejemplo: tener que convertir el sofá en cama improvisada ante la visita de un huésped inesperado); y así mitigar las molestias que puedan suponer y restarles importancia, dando a entender que se trata de una  dificultad momentánea. Aceptando la situación de buen grado, a sabiendas de que no va a ser duradera, de que se trata de una circunstancia transitoria. 

En la construcción de esta frase de enunciado negativo («aquí no vamos a vivir») se recurre a la expresión “vivir” con el valor de ‘habitar’ o ‘morar en un lugar’, esto es, permanecer con cierta estabilidad. Lo que trasmite una imagen de permanencia. Permanecer es estar en algún sitio durante cierto tiempo; implica la noción de duración, perseverancia, estabilidad…Y es esta vocación de permanencia que niega la expresión la que la dota precisamente de cierta carga de transcendencia. A través de este efecto hiperbólico parece “buscarse” evocar una situación que bascula entre la idea de permanencia/no permanencia. El recurso a un lenguaje más bien suntuoso para la simplicidad de la situación a la que se refiere rememora en el oyente la percepción de intrascendencia: “aquí no vamos a permanecer durante toda la vida ni si quiera durante mucho tiempo. Esto es una situación pasajera”. Lo que –sin quererlo– sugiere una imagen casi de magnitud filosófica, se podría decir. Aunque se trate más bien un modelo discursivo que a través de la exageración intenta de poner énfasis en lo pasajero de la situación referida. 

La frase contiene resonancias que nos recuerdan algunas doctrinas orientales en las que se recurre a menudo al concepto de la “impermanencia”. Un vocablo poco recurrente en la lengua española –y en Occidente en general–  hasta el punto de que no existe en el Diccionario, pero que puede ser intercambiable con los conceptos de ‘algo de naturaleza efímera’, ‘la precariedad’, ‘la transitoriedad’, etc. Más sugerentes son ciertas expresiones de calado que, a diferencia de la frase comentada, contiene elementos discursivos que sí parecen guardar una clara relación con la mentalidad y creencias presentes en la comunidad hablante. Son los casos de locuciones como: «Aquí estamos de paso» (en esta vida estamos de paso), que denota la idea de precariedad, de transitoriedad; u otras de aire –quizás– más festivo como: «total, son dos días» (lo que vamos a vivir), que indica lo efímero de nuestra existencia terrena e implícitamente sugiere el que hay que aprovecharla; o entre las que forman parte de la tradición judeocristiana, otra más solemnes que dejan entrever la misma idea de «no permanencia», es el caso de la máxima bíblica que todavía reza en el frontón de algunos cementerios: Pulvis es et pulverem reverteris («polvo eres y al polvo retornarás») que a modo de sentencia pende como un memento que nos recuerda la «impermanencia» cada vez que visitamos el campo santo. Pero el «total, aquí no vamos a vivir», no deja de ser un exceso en la expresión que con cierto gracejo alienta a afrontar una dificultad leve y pasajera, distendiendo los ánimos y restándole importancia a la misma.