¡Estoy envenena(d)o!

Luis Rivero en Suplemento de Cultura de La Provincia/DLP

Estar alguien «envenenado» es estar muy enfadado, colérico o amargado. En ocasiones se rumorea en ausencia del sujeto: «¡Chacho, está envenena(d)o!», o a menudo se usa como frase autoreferencial: «¡Estoy envenena(d)o!»; en este supuesto equivale a una exclamación de lamento que escapa a modo de desahogo y sustituye al saludo, en cuanto que es lo primero que se pronuncia en el encuentro con alguien de confianza, seguido de una retahíla de quejidos que justifican el solemne cabreo.

Los antecedentes de la expresión hay que buscarlos –seguramente– en la teoría humoral, base del pensamiento galenista, que fue el fundamento de la medicina desde la Antigua Grecia hasta los siglos XVI y XVII. Progresivamente, esta concepción de la ciencia médica fue sustituida por otros criterios «más modernos». Antiguamente se creía que el cuerpo humano estaba compuesto por una serie de «humores», y que la presencia predominante de cada uno de ellos se relacionaba con un determinado carácter en las personas a partir de los cuales se construyen ciertos temperamentos y tipos psicosomáticos: melancólico, bilioso,flemático, colérico…. Si bien las doctrinas humorales de los antiguos así lo entendían, la moderna ciencia –al menos buena parte de ella– ha abandonado estas teorías. Sin embargo, el saber popular, que no conoce más academias que la vida misma, sigue confiando en ellas y las sigue recordando –consciente o inconscientemente– a través de multitud de locuciones y refranes. 

La presencia del galenismo en el lenguaje es patente en expresiones comunes que pronunciamos a diario casi sin caer en la cuenta. El término «humor»  –por ejemplo– continúa empleándose para definir el estado anímico de una persona: «estar de mal humor»; o asociado a estados de gracia e hilaridad: «tener un buen sentido del humor»; o incluso como sinónimo de humorismo o comicidad. Asociaciones semánticas todas ellas que traen origen en las antiguas teorías humorales.

La doctrina galénica localiza cada humor en un determinado órgano del cuerpo. Uno de estos humores es la bilis amarilla que tiene sede en el hígado y se manifiesta singularmente en las personas coléricas o de temperamento bilioso. Esta idea explica que en  la cultura occidental el hígado sea el órgano asociado a la cólera y la bilis a la hostilidad, lo que lo relaciona con el sabor amargo (de la bilis). De hecho la voz “bilis” es también sinónimo de ‘cólera’ e ‘irritabilidad’. 

 Y siendo el hígado sede del humor bilis y “productor” de la actitud iracunda o de la rabia, esta produce la secreción de la «hiel», otro sinónimo de bilis. Recurriendo de nuevo a los retazos del pensamiento galénico en el lenguaje común, se dice:  «echar bilis», «ponerse verde de envidia» o «escupir veneno y bilis». Todas ellas expresiones que tienen que ver con el sentimiento de ira.

Siguiendo las trazas del lenguaje, observamos que en la Antigüedad se llegó a relacionar la hiel  con lo amargo o venenoso. Con ese significado viene usada en varios pasajes de la Biblia (tanto en el A.T. como en el N.T.). La voz griega para designar la hiel es cholé (raíz de la palabra cólera) y es usada en Hch 8:23 («porque veo que eres un veneno amargo») o Mt 27:34 («vino mezclado con hiel»), la misma que aparece en la Septuaginta en Salmo 69:21 («por alimento me dieron veneno»).

Por su parte, en hebreo bíblico, la polisemia de la palabra rohsch(:hiel)puede referirse a una ‘planta amarga y venenosa’ (Lam 3:5, 19); a ‘un veneno o ponzoña’ (Dt 32:33); o cuando se usa relacionado con el agua, ‘agua venenosa/envenenada’ (Jer 8:14), entre otros significados.

Al hilo de esta lectura simbólica que relaciona órganos corporales y funciones fisiológica con sentimientos y emociones, puede entenderse mejor que cuando alguien tiene un disgusto se lamente diciendo: «estoy amargado» o «me tiene amargado». Si el individuo no es capaz vencer ese furor y transmutarlo en agresión (aunque sea en el buen sentido de la palabra) «se tragará la bilis», su agresividad y «su amargura» que tarde o temprano somatizarán en el estómago produciendo ácidos que se comportan como un auténtico «veneno» y hará muy difícil digerir “lo queno le gusta”: “el disgusto“.

Más allá de que a veces pueda parecer simplemente un modo exagerado de expresar un cabreo (que bien podría sustituirse por el «estar caliente como un macho»), existe un sentido profundo en la frase: «¡Estoy envenena(d)o!». En la que la fuerza del psicolenguaje queda patente, al igual que ocurre en otras expresiones afines y usuales en el español de Canarias, como: «tenerle (a alguien) la sangre condenada» (darle un disgusto o provocarle un enfado hasta la exasperación) o «amargar (a alguien) la existencia», contenedores de esa sabiduría ancestral que se transmite subliminalmente a través del lenguaje.