A conejo ido, palos a la madriguera

Luis Rivero. Cultura La Provincia/DLP

El dicho expresa con ironía que las oportunidades hay que aprovecharlas cuando llegan, de lo contrario, de nada vale lamentarse. Es inútil querer poner remedio cuando ya ha pasado la ocasión que se presentó y esta se ha desaprovechado.

La imagen cinegética da forma a una metáfora que recurre a elementos del imaginario rural, ámbito en el que la cacería (con perros y jurones) es una práctica habitual desde antaño. A diferencia del dicho originario que puede escucharse en algunos lugares de la Península, donde se recurre a la liebre como sujeto aleccionante del refrán («A liebre ida, palos a la cama/madriguera»), es el conejo el protagonista de este aforismo fabulado. La liebre no es propia de las islas, donde  no es habitual su presencia en estado salvaje; la presa más común a la que se recurre en la práctica de la cacería suele ser el conejo silvestre o “correlón”. Por tanto, el dicho de probable origen andaluz podría haber experimentado la necesaria adaptación a la fauna local. Aunque no se trataría de una especie autóctona –si bien la cuestión no es pacífica– sino introducida por los españoles tras la conquista, el conejo salvaje encontró un hábitat propicio en la geografía insular, donde se reprodujo rápidamente y con facilidad llegando a convertirse en ocasiones en una verdadera amenaza para la agricultura. Este animal ha mostrado una gran capacidad de adaptación al medio y a una dieta, básicamente herbívora,  adecuada a la disponibilidad de alimento, sobreviviendo sin grandes dificultades aún en periodos de sequía.  Por ello, en islas como Fuerteventura, en épocas de escasez, la caza del conejo supuso un aporte esencial para el sustento de la población. 

La liebre, por el contrario, es un animal que no goza de una buena imagen en la tradición fabulística, y en el mundo antiguo y medieval concurrió con el conejo, pero siempre resaltaron dos característica de aquella: su ligereza y su cobardía (un refrán antiguo castellano dice:«Juras de traidor, pasos son de liebre»). No obstante,  obedece a una rica y variada simbología que en cierto modo es predicable también de su pariente más cercano, el conejo. Su desconfianza fue interpretada como símbolo de cobardía (de ahí expresiones tales como: «salió corriendo como un conejo» o  «juyó como un conejo» que insinúan la precipitación para escapar ante las dificultades o la premura por salvar una situación comprometida, lo que denota cobardía o falta de compromiso); mientras que la capacidad de dormir con los ojos abiertos (es creencia popular que tanto de la liebre como el conejo duermen con los ojos abiertos) era signo de sagacidad, de atención y estar vigilante. Hay quienes han visto en la rapidez de sus movimientos una señal de fugacidad. Desconfianza, cobardía, carácter timorato o asustadizo, fugacidad… son características que participan en la pedagógica del dicho. El conejo es animal con tendencia a esconderse o refugiase en madrigueras (también llamadas «moradas» en el español de Canarias) y aprovecha cualquier resquicio de tierra o matos para esconderse de los cazadores, y escapar corriendo a poder que pueda y refugiarse en un majano o «enmajanarse». Aunque esta predisposición a la huída no se manifiesta solo frente a los cazadores, sino ante la presencia de cualquier humano. [Como tantos animales en estado silvestre, son portadores de una memoria genética que identifican a Homo sapiens como un predador, y por tanto lo convierte en un sujeto que hay que evitar]. 

«A conejo ido, palos a la madriguera» expresa que cuando por falta de ánimo o decisión, diligencia o temor se dejan escapar las oportunidades (a veces fugaces como conejos), de nada sirve lamentarse cuando ya no hay remedio, como inútil resulta el esfuerzo de querer pedir consejos o intentar arreglar («dar palos a la madriguera») lo que es irremediable (que sería algo así como «dar palos de ciego»).

Ello nos viene a decir, y esta es la enseñanza conclusiva implícita en el dicho, que hay que estar atentos «a no dormirse» –o tener los ojos bien abiertos, como los conejos cuando duermen– y no desaprovechar las ocasiones que se presentan, porque después no vale lamentarse ni buscar solución cuando ya no hay nada que hacer. [«¡A buena hora y con sol!», se exclama cuando algo resulta del todo inútil por llegar a destiempo]. Y en la próxima ocasión estar atentos y ser más diligentes y atrevidos  porque, como reza otro dicho afín, «de cualquier mata sale un conejo» o «de cualquier agujero …un ratón»,  es decir, por inesperado que pueda parecer un comportamiento, por venir de quien viene, siempre podemos llevarnos una sorpresa.