Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde

Suplemento de Cultura La Provincia/DLP sábado 6 junio 2020

Esta frase se suele pronunciar a modo de sentencia conclusiva ante un desenlace negativo. Nos viene a decir que cuando se ha perdido la oportunidad que ofrecía una situación dada, malograda la ocasión, es cuando suele apreciarse lo que hemos desperdiciado o dejado atrás.

En tal sentido tiene un carácter de reproche hacia la actitud que ha propiciado las consecuencias que lamentamos, aunque no está exento de cierta intención admonitoria frente a futuras situaciones. La oración presenta un indefinido como sujeto (“nadie”), propio de las formas predictuales de los dichos, y pivota sobre tres verbos sustanciales: “saber”, “tener” y “perder”. “Saber” como sinónimo de ‘tomar consciencia’, ‘darse cuenta’, ‘ser consciente’, e incluso en un sentido más figurado: ‘apreciar (lo conocido, que nos recuerda a aquel otro dicho: “más vale bueno conocido que malo por conocer”), ‘reconocer’ (cualidades o virtudes) o ‘valorar’ (mérito o carácter de alguien o de algo).  “Tener” como sinónimo de ‘poseer’, ‘valerse de una situación o ventaja’, ‘estar en relación con algo/alguien’, ‘gozar de un privilegio’, ‘detentar’, ‘atesorar’, ‘beneficiarse de algo’, ‘disfrutar’ o ‘conservar’. El concepto de posesión no es tanto material –que también– sino en un sentido intangible, esencial o íntimo cuando se refiere a las relaciones humanas.  Es decir, puede hacer referencia a una “tenencia/pérdida” de cierta condición de privilegio, por insignificante que pueda parecer cuando disfrutamos de él, ya sea una situación familiar o personal, la presencia de un ser querido, disponer de un medio de vida adecuado, o cualquier otro don del que gozamos cotidianamente sin reparar en ello o sin apreciarlo suficientemente, como pueda ser el disfrutar de buena salud o el simple hecho de tener cubiertas nuestras necesidades básicas. 

“Perder” funciona aquí como verbo antagonista de “tener” y sobre ambos se construye esta paradoja significante. “Perder” se asocia a: ‘dejar’, ‘olvidar’, ‘abandonar’, ‘descuidar’, ‘malograr’, “ahorrar” (ajorrar), ‘malgastar’, ‘desperdiciar’ o ‘desaprovechar’. Para querer decir que no somos conscientes de lo que poseemos o de lo que podemos disfrutar, hasta que –paradójicamente– nos vemos privados de ello. Y esta incongruencia así enunciada parece responder a una verdad universal. De ahí el sujeto indefinido “nadie”, que es lo mismo que decir “ninguna persona”, que concierne a todos los seres humanos (o recurriendo a la forma hiperbólica: “que no se salva ni Dios”). La fórmula “hasta que lo pierde” indica un hipotético escenario futuro, cuando el hecho fatídico, la situación de carencia, sobreviene, esto es, el no poder disfrutar de lo que antes se gozaba (la compañía de un ser querido, buena salud o el placer de las cosas cotidianas, aparentemente triviales). La enseñanza que contiene el dicho se puede resumir en dos aspectos fundamentales. Uno es que hay que valorar “lo que se tiene”, siempre y en todo momento, “mientras dure”, por fútil o insignificante que pueda parecer (“Más vale poco que nada”). Existen algunos dichos afines que comparten o complementan este mismo razonamiento: “Si tienes pan y lentejas, de qué te quejas”, que advierte que no hay que lamentarse cuando las necesidades básicas están satisfechas; o “contigo, gofio y cebollas”, frase que se pone en boca de enamorados para hacer valer que en presencia del amor, el resto tiene poca importancia; “goza del sol mientras dura, porque siempre no es verano” que insta a disfrutar de las situaciones favorables mientras se pueda, porque nunca se sabe lo que sucederá mañana. O aquella otra que incita abiertamente a disfrutar de los placeres carnales: “Para que se lo coman los gusanos, que lo disfruten los cristianos”; o la ya comentada en estas páginas: “Lo que se ahorra se lo lleva el diablo”. 

La segunda conclusión implícita en el dicho se puede resumir en que no hay que esperar a perder a una persona (o una situación dada) y que ya no esté con nosotros para empezar a apreciarla (o valorar las cosas como se merecen). Es decir, que no debemos experimentar el “quedarnos con la magua” (‘anhelar la pérdida’) para estimar y valorar lo que se tiene.