¡Y de aquí pal Pino!

Luis Rivero

«El Pino» es por antonomasia la advocación mariana y el culto que se rinde a la Virgen del Pino, patrona de la Diócesis de Canarias y de la Isla. Suele identificarse también con las fiestas patronales que en honor a «nuestra Señora del Pino» se celebran en la localidad grancanaria de Teror cada 8 de septiembre («el día del Pino»); y puede referirse en abstracto al lugar donde se venera la imagen de la Virgen y el destino de peregrinación adonde arriban romeros de toda la isla («este año vamos caminando al Pino»). Así pues, «pino» es epónimo o cuasiepónimo, por así decirlo, de «El Pino» como lugar de culto y peregrinación.  

La historia de esta advocación mariana está asociada a una fuente de aguas curativas y a un pino centenario, a juzgar por las extraordinarias dimensiones que –se dice– alcanzó. El pino crecía en el lugar (o en las inmediaciones) donde hoy se erige la basílica que habría sido construida con posterioridad a la desaparición del emblemático árbol. El origen del Pino está inmerso en la leyenda popular ligada incluso a la cultura indígena prehispánica, y que ha contribuido a crear un misterio en torno a «la aparición» de la imagen de la Virgen en el pino. La tradición afirma de la existencia de un manantial de agua que brotaba a los pies del árbol y es creencia popular que poseía propiedades medicinales, incluso hay quienes afirman que era «milagrosa». En la simbología antigua, el pino, al igual que otros árboles de hoja perenne, es símbolo de inmortalidad y algunos pueblos primitivos lo consideraron árbol sagrado, mientras que la piña representa la fertilidad. Al igual que las fuentes que se asocian a la longevidad y a la vida, creencia que quizá guarde relación con las propiedades terapéuticas que se le atribuyen en muchos casos al agua que brota de las fuentes. Convergen en la leyenda, pues, dos elementos naturales (árbol y fuente) existentes en el medio y ligados muy probablemente a «rituales» de la cultura indígena. Se cumple aquí de nuevo el iterseguido en los procesos de «evangelización»: el cristianismo hace suyos, «integrándolos» y «consagrándolos» para su reutilización, distintos elementos de la naturaleza o fenómenos geográficos como lo son las fuentes, los árboles, los riscos, las cuevas o las montañas que para la cultura primitiva prexistente tenían un carácter «sacro». Esta «cristianización», por así decirlo, de elementos de culto ligados a manifestaciones de la naturaleza del llamado «paganismo» es una tendencia propia de las religiones teístas con vocación de proselitismo, como es el caso histórico del cristianismo. Y tal tendencia se inserta claramente en el proceso de conquista y colonización de la Islas Canarias si se considera que ya en 1403 el papa Benedicto XIII concedió indulgencias «a todos los que ayudaran a Bethencourt a conquistar las islas Canarias»y dio licencia para «levantar templos y administrar sacramentos»; al igual que los reyes católicos contaron con una bula del pontífice Eugenio IV que concede el derecho a la conquista de Canarias. Lo que otorga a esta un papel «evangelizador».

Este culto a la Virgen está considerado entre los más antiguos de las islas, pero el Pino posee también otro carácter que tiene más que ver con aspectos folclóricos. Y que es donde se inserta la expresión: «¡Y de aquí pa(ra) (e)l Pino!». De lo que se vislumbra que esta «devoción» viene asociada al carácter festivo y alegre de las parrandas. Teror es una fiesta en los días previos, la víspera y la romería el día del Pino que concluye en una ofrenda a la Virgen y donde concurren grupos de tendereteros, rondallas y parrandas varias. Con estos precedentes, la frase «¡y de aquí palPino!» remata un tenderete memorable que sirve de «arrancadilla» hasta el próximo, «ya que después de esta solo nos queda el Pino», que es el culmen para todo canarión devoto o amante del belingo.