Cuaderno de viajes: Casablanca, la búsqueda de los orígenes

Un viaje a Casablanca en busca del origen bereber y judío es como un espejo del viaje al inconsciente para desvelar la propia identidad

Luis Rivero, publicado en suplemento de Cultura de La Provincia/DLP sábado 22 octubre 2022.

Roberto tuvo una infancia difícil. Siendo muy pequeño lo separaron de su madre, unos años más tarde quedó huérfano de padre y fue maltratado por su madrastra. De joven, su vida no fue menos azarosa. Nació en Casablanca porque su padre, en los años de posguerra, por razones poco claras, había abandonado las islas para trasladarse a Marruecos, entonces bajo el protectorado francés. Si bien creemos que los motivos no fueron otros que el temor a algún tipo represalia por parte de las autoridades españolas por sus simpatías con el bando republicano durante la guerra civil. El año de nacimiento debió de ser el 1956, aunque no existe cereza por las razones que veremos. Su padre contraería matrimonio en primeras nupcias con una mujer bereber y judía. De este matrimonio nacieron dos hijos gemelos, Roberto y su hermana, cuyo nombre desconocemos. Por razones que ignoramos, pero que podemos intuir, las cosas no fueron bien en el matrimonio. Debió desatarse un conflicto latente cuando el padre de Roberto decidió regresar a Canarias a finales de los 50. Las divergencias surgieron por quién se quedaría con la custodia de los dos hijos. La separación no debió de ser fácil, la madre no quería separarse de sus hijos, mientras que el padre quería llevarse consigo al varón. La madre había decidido emigrar a Israel con sus dos hijos. En aquellos años, el estado de Israel promovía una campaña de «repatriación» de los judíos de la «diáspora» marroquí. La condición judía de la madre y, por ende, la de sus hijos, suponía que podrían obtener la nacionalidad israelí, lo que les otorgaría una serie de beneficios por la condición de nuevos ciudadanos del estado de Israel. De aquellos primeros años de vida, Roberto no se acuerda de nada. Como si hubiera cancelado la memoria a consecuencia de una amnesia traumática. Tan solo le perseguía el recuerdo de una violenta discusión entre su padre y una mujer, que con los años identificaría como su madre. Peleaban en la escalera, a la puerta de la casa, por quedarse con el pequeño Roberto. Su madre lo tenía en brazos, mientras su padre pugnaba para arrebatárselo. En medio del forcejeo, el niño salió rodando escaleras abajo. Acabaría en un hospital, donde permaneció «durante mucho tiempo», según le decía su padre, sin que exactamente sepamos cuánto. El padre nunca quiso hablarle de lo ocurrido ni de su pasado. Con este episodio que cambiaría su vida comenzó el calvario de Roberto en busca de su verdadera identidad. Durante el periodo de convalecencia en el hospital, su padre había contraído matrimonio en segundas nupcias. Para poder regresar a Canarias con su hijo, se las ingenió para darle el apellido de la madrastra. En la «reconstrucción de los hechos» llegaríamos a la conclusión de que era bastante improbable que tanto Roberto como su hermanita gemela no fuesen inscritos a su debido tiempo en el registro civil de Casablanca como hijos legítimos del primer matrimonio. De lo contrario, la madre no habría podido quedarse con la niña ni emigrar a Israel. Por tanto, la artimaña a la que debió recurrir el padre fue la de una nueva inscripción de nacimiento en el registro civil, esta vez fuera de plazo y con un apellido diferente, como si fuera hijo de su segunda mujer. Y habiendo transcurrido al menos un par de años, de la primera inscripción a la segunda, pasaría desapercibido. 

Esta hipótesis, por así decirlo, surgió años después de conocer a Roberto (que obviamente no se llama así) y era entonces trabajador portuario. En un momento de su vida en el que sintió la necesidad de desvelar este enigma de su pasado. Cuando me lo contó, mientras nos echábamosun café en la terraza de un bar, me conmovió su historia y decidí ayudarlo a encontrar a su verdadera madre –si es que estaba viva– y a su hermana gemela que, por lo que sabíamos, habían emigrado a Israel siendo él muy pequeño. Lo primero que se me ocurrió fue que se sometiera a una «regresión» a través de una hipnosis inducida que le permitiera acceder a memorias depositadas a niveles subconscientes. Estuvimos un fin de semana en Barcelona donde yo conocía a una señora francesa, la doctora Florence, experta en tales menesteres. Roberto, entusiasmado con lo que le había contado, no dudó en ponerse en sus manos y afrontar la experiencia regresiva que, para entendernos, es una especie de inmersión en el pasado no recordado a nivel consciente (incluso se puede llegar a vidas precedentes), casi siempre con un objetivo terapéutico al «revivir» ciertos episodios pretéritos y «desconocidos». La imagen de la escalera, la mujer que gritaba desesperada (su madre) porque un hombre (su padre) intentaba arrebatarle a su hijo, se repetía. El estado de hipnosis al que lo trasladaba la doctora Florence terminaba siempre con la «vivencia» de salir rodando escaleras abajo, una sensación de dolor físico y un profundo shock. Después entraba en un estado de quietud similar al sueño que la doctora asociaba a un coma profundo en la que las visiones del astral–decía– se entremezclaban con las de su permanencia en el hospital, que eran memorias borrosas y confusas. Pero que no aportaban nuevos elementos a la investigación, más allá de confirmar, acaso, las deducciones a las que habíamos llegado con anterioridad y el presupuesto de partida. Aunque las varias sesiones regresivas a las que se sometió enriquecieron el escenario del tiempo anterior al incidente de la escalera. Llegó incluso a «revivir» la ceremonia de circuncisión que, según la tradición, se lleva acabo en el octavo día desde nacimiento, dato este que Roberto desconocía. Este «recuerdo» despejó cualquier duda de que aquello pudiera ser pura sugestión. Apareció nítida también la visión de una cocina en la que su madre preparaba la cena para él y su hermanita. Tendrían de 2 o 3 años, por lo que debía de ser a finales de los años cincuenta. Vivían en la segunda planta de un edificio de estilo colonial en el barrio judío de Casablanca. Al apartamento se accedía a través de una empinada escalera que a la postre se reveló una trampa (¿o acaso un milagro?) para propiciar el olvido. Un dato curioso que vendría a avalar la tesis de la edad de Roberto, entre 2 y 5 años cuando sucedieron los hechos, es que durante la sesión, a las preguntas de la doctora Florence, Roberto hablaba en francés, que era la lengua que, vagamente, recuerda de su infancia y que de adulto olvidó totalmente.

Ya en la isla, fuimos al consulado de Marruecos a ver si podíamos obtener una partida de nacimiento donde figurara el nombre de su madre. Roberto le contó su historia a un funcionario que le escuchó de muy mala gana y con cara de «pero qué me estas contando». Resultó del todo inútil. Lo intentamos en el consulado francés, pues en la época en que situamos la fecha de nacimiento más probable, Marruecos era un protectorado de Francia. En el consulado francés intentaron ayudarnos, pero no darían con los apellidos de su verdadera madre. La funcionaria que nos atendió, se mostró muy amable y lamentó que la búsqueda resultara infructuosa. Después, sonriente, exclamó que tenía una buena noticia: «¿Sabe que puede obtener la nacionalidad francesa, si lo desea? La ley francesa reconocía tal derecho a los ciudadanos nacidos en un territorio bajo la jurisdicción francesa». Pero a Roberto no le interesaba ser francés ni tener doble nacionalidad, sino conocer su verdadera identidad. 

Llegados a este punto, nos quedaban dos opciones para dar con la identidad de la madre de Roberto y su hermana que habrían emigrado a Israel entre 1956 y 1961. La primera de las opciones era irnos al Consulado General de Francia en Casablanca y mover Roma con Santiago hasta dar con algún indicio que nos llevara a la identidad de la madre de Roberto. La otra opción era escribir a Paco Lobatón que entonces presentaba un programa en televisión de máxima audiencia que se dedicaba a buscar a personas desaparecidas. Pero Roberto había desechado esta vía mediática de antemano.

Así fue como una semana después cogimos un vuelo hasta Casablanca y nos dirigimos sin demora al Consulado General de Francia. No sin dificultades, dimos con la inscripción del nacimiento fuera de plazo de Roberto que se había practicado mediante el procedimiento legal oportuno. Pero que no correspondía necesariamente con la fecha real de nacimiento que diera alguna pista para encontrar la inscripción de los dos gemelos en el mismo día. En definitiva, nos dijeron que sin el nombre y apellidos de la madre y sin fecha precisa, no había forma posible de encontrar la inscripción, si es que existía. Allí mismo nos sugirieron visitar una asociación que se dedicaba a localizar a familias judías emigradas a Israel entre 1949 y 1964, periodo durante el que se dieron migraciones masivas a Palestina.

En esta oficina nos explicaron igualmente que sin un nombre y, al menos, el año en que viajaron a Israel, resultaba imposible. Hay que tener en cuenta –nos dijo el anciano que nos atendió– que entre 1949 y 1956 más de 90.000 judíos de la diáspora marroquí partieron para Israel. Y que en 1961 se pone en marcha una nueva operación migratoria en la que se ayuda a abandonar el país a otros 120.000 judíos marroquíes. En cualquiera de estas dos grandes oleadas migratorias podían encontrarse la mamá y la hermanita de Roberto.

A la mañana siguiente, mientras desayunábamos en el hotel, le pregunté a Roberto si no estaba contento al menos por estar en el lugar donde nació (de ello teníamos la certeza). Me respondió con un gesto de indiferencia. Nos fuimos a dar una vuelta por el antiguo barrio judío. Veía a Roberto en los rostros y en las miradas de la calle. Se estima que en los años 50 existían unos 600.000 judíos en todo Marruecos. Hoy apenas llegan a dos mil, pero la memoria judía en el Norte de África permanece indeleble. Como mismo la memoria genética de Roberto se mantiene todavía viva en algún lugar recóndito.