¡Eso no se paga con dinero! 

Luis Rivero, publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia sábado 5 noviembre 2022.

Cada decisión que tomamos o cada obligación que asumimos en la vida tiene un coste o unas consecuencias, por ello se dice que «todo tiene un precio». Incluso hay quienes van más lejos y afirman que «cada cual tiene su precio». Se recurre a esta expresión cuando se pone en entredicho la integridad de la generalidad de las personas insinuando con ello que el dinero puede mover voluntades. A fin de cuentas y según esta creencia, «todos» pueden ser «sobornables», «comercializables». Sin embargo, aún cuando la historia del mundo, del poder y de la riqueza estén íntimamente ligadas al «dios dinero», no todo se puede comprar o pagar con este, aunque sean pocas las cosas que queden excluidas del «tráfico mercantil». Y esto se aprecia si consideramos algunos aspectos culturales de la tradición judeocristiana en relación con el dinero.                                                          Fue a partir del año 622 a.C., con la reforma de los cánones de la tradición hebraica llevada a cabo por Josías, rey de Judea, cuando se sustituyeron los sacrificios humanos (como se relata en Éxodo 22, 28-29 y Ezequiel 20, 24-26) por oblaciones de corderos. Con el tiempo, esta obligación de ofrecer holocaustos «al Señor» viene mitigada y sustituida por una suma «dineraria». Parecía mucho más «civilizado» y acorde con aquellos tiempos, además de resultar más atractivo económicamente, la recaudación de dinero en lugar de derramar la sangre de los sacrificios. Este momento histórico resulta de especial trascendencia para las sociedades de matriz judeocristiana, pues supone el paso del homicidio al pago de una cantidad «pecuniaria», es decir, el inmolar algunas pécoras a cambio de una vida humana. Una asociación subliminal entre sangre y dinero que ha pesado como una losa en el inconsciente colectivo y que ha dejado su impronta en el lenguaje [así, por ejemplo, se emplea comúnmente el verbo «desangrarse» para hacer referencia a la situación en que se encuentra alguien que ha contraído una deuda considerable y que tiene dificultades para hacer frente al pago, mientras los intereses continúan acumulándose y aumentando el monto del débito. Rememorando aquella identificación entre el dinero y la sangre]. Otra voz marcada por aquel momento histórico es el término «pecuniario» (o pecunio) que hace referencia al ‘dinero’, ‘moneda’ (del latín pecus-oris que significa ‘ganado’). En castellano «pécora» es también sinónimo de cabeza de ganado ovino, las mismas cabezas de ganado que antiguamente indicaban la riqueza de alguien. Y otra coincidencia significativa: las dos primeras veces en que se hace referencia al dinero en la Biblia, primero a los 400 siclos de plata que Abraham pagó por el terreno en que sepultó a su esposa; la segunda, se refiere a los 1.100 siclos de plata que recibió Dalila por la celada que le tendió a Sansón y que a la postre acabaría con su vida; en ambos casos existe una extraña asociación entre dinero y muerte. Pero no siempre se han pagado las deudas con dinero. En las civilizaciones de la Antigüedad, desde Mesopotamia a Roma, hubo un tiempo en que el impago de una deuda contraída podía convertir al deudor en esclavo del acreedor. Lo que era un modo de pagar las deudas con la propia libertad. También la posibilidad de pagar dones «espirituales» con dinero tiene antecedentes bíblicos, como lo son las «primicias» de la tierra que se entregaban a los sacerdotes del templo, o lo que fue más tarde el «diezmo». Lo mismo ocurre con la compensación de otros beneficios como la indulgencia, que los fieles más pudientes obtenían a cambio de dinero. Pero si hasta la absolución de las faltas cometidas se puede comprar con dinero, existen otros aspectos de la vida terrena que, no obstante ser «preciosos» (‘de mucho valor’ o ‘elevado coste’), no pueden ser pagados ni con todo el dinero del mundo. 

         La expresión «eso no se paga con dinero» se emplea para referirse a algo, casi siempre inmaterial, que se recibe como favor o gracia de alguien o del propio destino y que por su alto valor y provecho hace muy difícil o imposible compensarlo económicamente. Se dice, pues, que ese algo no se paga con dinero porque «no tiene precio», para subrayar la elevadísima condición y estima del don recibido. Y aquí entra la valoración subjetiva de cada cual, pero seguramente solo pueden incluirse un sucinto elenco de pequeñas grandes cosas que nos llenan el corazón de aquello que a veces no se ve, pero se percibe de alguna manera y nos hace sentir gozosos, agradecidos y satisfechos.