Machar en hierro frío es tiempo perdido

Luis Rivero en suplemento de Cultura del sábado 17 septiembre de 2022 de El Día/LaOpinióndeTenerife y La Provincia/DLP

«Machar» es machacar, martillar, golpear algo para deformarlo, aplastarlo o reducirlo a fragmentos pequeños. Por eso este aforismo cuenta con variadas versiones en las que cambia el infinitivo inicial: «machar/machacar/martillar en hierro frío es tiempo perdi(d)o»; o incluso esta forma extensa que recurre además a otras comparaciones para expresar lo mismo: «machar en hierro frío, darle de comer a un muerto o predicar en el desierto es tiempo perdido». Tres acciones igualmente infructuosas. 

«En hierro frío». Para trabajar el hierro, una de las artes más antiguas de la metalurgia, se requiere que este metal alcance altas temperaturas que lo convierten en maleable para deformarlo. Esto se obtiene mediante el fuego de la fragua. Por tanto, si el hierro está frío resulta imposible darle otra forma. Y por ello se dice que «es tiempo perdido», para dar a entender que cualquier esfuerzo en tal sentido resulta totalmente inútil. 

La metáfora a la que se recurre traslada la imagen del aprendiz en el taller que golpea en vano «en hierro frío». Los elementos simbólicos subliminales a los que se asocia esta imagen son: el fuego de la fragua, el martillo y el yunque. El martillo es un elemento propio del herrero al que se le reconoce un «poder de creación», es pues, un elemento simbólicamente «fecundador», «creador». El yunque por su parte es un símbolo de la tierra y de la materia que soporta pasivamente los golpes del martillo «hacedor» y, por ende, en contraposición a este, se le atribuye un carácter pasivo. Pero para que esto sea así, para que sea posible la elaboración, la realización, es necesaria la presencia de un elemento «vivificador»: el calor del fuego de la fragua. Por ello la alquimia considera el fuego como simbólico «agente de transformación». 

Este aforismo nace probablemente como pauta pedagógica en el ámbito del arte de forjar. Según esta máxima resulta que martillo y yunque son elementos necesarios para batir el hierro. Pero más imprescindible aún resulta el fuego para fraguar este metal y el agua para enfriarlo bruscamente y templar la pieza. De manera que parece evidente que, si el hierro no alcanza previamente la temperatura adecuada, si está frío, no deviene maleable y por tanto no puede trabajarse y es inútil martillar para intentar batir la pieza. Así el refrán puede aplicarse en el campo específico de la siderurgia, en sentido estricto, como aforismo elemental del oficio, pero también puede emplearse en un sentido lato que tendría aplicación en variadas situaciones generales o específicas. Como cuando nos tropezamos con alguien «duro de mollera» es una pérdida de tiempo tratar que entre en razones y que «se baje del burro» [«no bajarse del burro» es expresión común en el español del Canarias que se emplea cuando alguien se muestra obstinado en no deponer su actitud]. Es también afín a aquella otra frase proverbial que dice «en una torna no se pueden coger papas» y se emplea cuando se está ante una situación en la que se pretende algo que resulta muy difícil o imposible de realizar. Como mismo cuando nos encontramos ante una persona necia o ignorante con la que se entabla una porfía y se pretende aclarar la situación, algo verdaderamente imposible, lo que resulta una pérdida de tiempo. Lo mismo que machar en hierro frío. 

 En el ámbito marinero existe otra expresión afín que dice: «Navegar contra el viento es perder el tiempo». Para significar igualmente que es inútil pretender alcanzar lo imposible, ir contra aquellas situaciones que no pueden cambiarse porque no está en nuestras manos ya que dependen de circunstancias contingentes que no podemos controlar. Este dicho marinero se inspira en el ámbito de la navegación a vela, donde navegar en contra del viento es una empresa imposible. [Aunque se dice comúnmente que navegar de ceñida es avanzar contra el viento, en realidad, para que el barco navegue casi «contra el viento», la proa debe formar un ángulo de unos 40º aproximadamente respecto a la dirección del viento]. Por lo que se puede afirmar indistintamente que «machar en hierro frío» como mismo «navegar contra el viento… es perder el tiempo».     

¡Y de aquí pal Pino!

Luis Rivero

«El Pino» es por antonomasia la advocación mariana y el culto que se rinde a la Virgen del Pino, patrona de la Diócesis de Canarias y de la Isla. Suele identificarse también con las fiestas patronales que en honor a «nuestra Señora del Pino» se celebran en la localidad grancanaria de Teror cada 8 de septiembre («el día del Pino»); y puede referirse en abstracto al lugar donde se venera la imagen de la Virgen y el destino de peregrinación adonde arriban romeros de toda la isla («este año vamos caminando al Pino»). Así pues, «pino» es epónimo o cuasiepónimo, por así decirlo, de «El Pino» como lugar de culto y peregrinación.  

La historia de esta advocación mariana está asociada a una fuente de aguas curativas y a un pino centenario, a juzgar por las extraordinarias dimensiones que –se dice– alcanzó. El pino crecía en el lugar (o en las inmediaciones) donde hoy se erige la basílica que habría sido construida con posterioridad a la desaparición del emblemático árbol. El origen del Pino está inmerso en la leyenda popular ligada incluso a la cultura indígena prehispánica, y que ha contribuido a crear un misterio en torno a «la aparición» de la imagen de la Virgen en el pino. La tradición afirma de la existencia de un manantial de agua que brotaba a los pies del árbol y es creencia popular que poseía propiedades medicinales, incluso hay quienes afirman que era «milagrosa». En la simbología antigua, el pino, al igual que otros árboles de hoja perenne, es símbolo de inmortalidad y algunos pueblos primitivos lo consideraron árbol sagrado, mientras que la piña representa la fertilidad. Al igual que las fuentes que se asocian a la longevidad y a la vida, creencia que quizá guarde relación con las propiedades terapéuticas que se le atribuyen en muchos casos al agua que brota de las fuentes. Convergen en la leyenda, pues, dos elementos naturales (árbol y fuente) existentes en el medio y ligados muy probablemente a «rituales» de la cultura indígena. Se cumple aquí de nuevo el iterseguido en los procesos de «evangelización»: el cristianismo hace suyos, «integrándolos» y «consagrándolos» para su reutilización, distintos elementos de la naturaleza o fenómenos geográficos como lo son las fuentes, los árboles, los riscos, las cuevas o las montañas que para la cultura primitiva prexistente tenían un carácter «sacro». Esta «cristianización», por así decirlo, de elementos de culto ligados a manifestaciones de la naturaleza del llamado «paganismo» es una tendencia propia de las religiones teístas con vocación de proselitismo, como es el caso histórico del cristianismo. Y tal tendencia se inserta claramente en el proceso de conquista y colonización de la Islas Canarias si se considera que ya en 1403 el papa Benedicto XIII concedió indulgencias «a todos los que ayudaran a Bethencourt a conquistar las islas Canarias»y dio licencia para «levantar templos y administrar sacramentos»; al igual que los reyes católicos contaron con una bula del pontífice Eugenio IV que concede el derecho a la conquista de Canarias. Lo que otorga a esta un papel «evangelizador».

Este culto a la Virgen está considerado entre los más antiguos de las islas, pero el Pino posee también otro carácter que tiene más que ver con aspectos folclóricos. Y que es donde se inserta la expresión: «¡Y de aquí pa(ra) (e)l Pino!». De lo que se vislumbra que esta «devoción» viene asociada al carácter festivo y alegre de las parrandas. Teror es una fiesta en los días previos, la víspera y la romería el día del Pino que concluye en una ofrenda a la Virgen y donde concurren grupos de tendereteros, rondallas y parrandas varias. Con estos precedentes, la frase «¡y de aquí palPino!» remata un tenderete memorable que sirve de «arrancadilla» hasta el próximo, «ya que después de esta solo nos queda el Pino», que es el culmen para todo canarión devoto o amante del belingo.  

Cuaderno de viajes: El último bastión del socialismo

Estatua de Stalin en el centro de Tirana

Cuando llegamos al paso fronterizo de Hani i Hotit para entrar en Albania era de madrugada y no había nadie en el puesto de guardia. Hani i Hotit era a la sazón el único punto donde atravesar la frontera desde el sur de Yugoslavia. El chófer del autocar sonó el claxon varias veces para llamar la atención de los guardias durmientes. Poco después comenzaron a salir mientras despabilaban y se abotonaban las chaquetas. Recuerdo que uno de ellos nos preguntó de manera retórica que adónde íbamos a ir, que qué se nos había perdido en Albania y que allí no había más que cuatro cabras. Para dar a entender que Albania era un país pobre y atrasado, con una economía agropecuaria  donde había poco que ver y nada que disfrutar. Que en definitiva era mejor que nos quedáramos en Yugoslavia. Pero estos argumentos no convencieron a ningún miembro de la expedición.

Ya en «tierra de nadie», ese espacio circundado de vallas y alambradas entre los confines de dos países, entendí que esta era algo más que una ficción jurídica para expresar que ese territorio no tiene dueño, y no era solo parte del pasado. Nos dispusimos a atravesar a pie el centenar de metros que separaba el confín yugoslavo del territorio albanés. El lugar permanecía en penumbra. Avanzábamos lentamente con nuestro equipaje a cuesta. Para darle más emoción al momento habíamos sabido que la frontera yugoslava del Kosovo, unos kilómetros al Este, estaba cerrada por las actividades de la guerrilla albanokosovar y que en los días previos se habría producido alguna escaramuza entre los guardias de ambos lados de la frontera. Pasamos el control de pasaportes en la zona albanesa en una oficina en medio de la nada. La primera sensación que recuerdo después de haber pisado suelo albanés es la de haber entrado en otro mundo. Un mundo que se había detenido en el tiempo 50 años atrás. La madrugada y la humedad en el ambiente mitigaban el calor en aquella noche de un mes de julio del año 1981. Un autocar albanés nos esperaba en este lado de la frontera para llevarnos hasta Durrës.

El viaje, auspiciado por el PCE (m-l), se organizaba bajo la «cobertura» de una sedicente asociación de amistad España-Albania. Las asociaciones de amistad eran un recurso usual para disfrazar actividades de proselitismo o de abierto contenido político de los llamados «partidos hermanos». Esta fraternidad que se pregonaba entre los partidos comunistas era un modo más o menos poético de expresar los lazos de familiaridad política con un régimen en particular (en este caso el albanés) que se proponía como modelo social y el partido en el poder como guía, el Partido del Trabajo de Albania (que era un partido comunista en toda regla, pero con la originalidad de no haber incluido en su nominación tal adjetivo). En este caso el «partido fraterno» era el PCE (m-l), una de las siglas más legendarias en el puzle de acrónimos a que dieron lugar las numerosas escisiones que se produjeron en los años 60/70 en el seno del Partido Comunista de España a raíz de las posiciones «revisionistas» de su dirección y el abanderamiento del «eurocomunismo». La composición del grupo de viajeros era variopinta, hasta donde recuerdo había un periodista portugués, una periodista española, varios jubilados, tres enfermeras viajeras, un ingeniero nuclear dotado de un sano sentido de la ironía, un par de estudiantes, un radioaficionado, un astrofísico, una funcionaria del Ministerio del Interior, unos pocos miembros del PCE (m-l) y algún militante de la ORT, que era otra de las siglas que conformaban entonces el universo de la «extrema izquierda». 

 Fijamos nuestro campo baseen Durrës. Esta ciudad balnearia que se asoma sobre el Adriático estaba dotada de una infraestructura hotelera obsoleta construida en buena parte durante los años de dominación italiana. Contaba con unas magníficas playas de arena rubia desde donde en las noches claras se alcanzaba a divisar el centelleo de luces de la costa italiana. La capital, Tirana, era una ciudad sobria, con poco tráfico rodado y donde predominaban los edificios de arquitectura racionalista, típica de la estética del periodo fascista. 

Después de cenar solíamos ir a un local nocturno, rigurosamente reservado a extranjeros, donde escuchabas música balcánica y podías tomar raki, un aguardiente de origen turco. Fue allí donde conocimos a un grupo de estudiantes de ingeniería argelinos en viaje de estudios. Fieles al principio de autarquía económica por el que había optado el régimen albanés –o al que se había visto abocado– después de la ruptura con la URSS, Yugoslavia y China, los albaneses sostenían con orgullo que su producción petrolera satisfacía sus necesidades energéticas, pero quizá fuera prudente mantener una puerta abierta al mundo para recibir conocimientos técnicos y mano de obra cualificada en el campo de la producción petrolífera. Sobre todo después de la experiencia de la ruptura con China que hizo que la incipiente industria y maquinaria agrícola  quedase paralizada. Y que obligó a un reciclaje acelerado de los ingenieros albaneses para garantizar su funcionamiento. Esto es lo que explicaría, quizá, la apertura hacia países que como Argelia enviaba a grupos de estudiantes en viaje de estudios y visitas de «confraternidad».

Nuestra expedición era de las primeras en visitar la República Popular Socialista de Albania después de que desapareciera de los pasaportes el veto expresado en aquella apostilla que rezaba: «Este pasaporte es válido para viajar a todos los países del mundo, excepto: Corea del Norte, Mongolia Exterior y Albania». Recuerdo que por tal motivo fuimos entrevistados en Radio Tirana que entonces mantenía una emisión en español. Se podría decir que lo nuestro era una especie de «turismo sociopolítico». Te llevaban de excursión de un lado a otro visitando todo aquello que resultara decente de ver. Se trataba, en pocas palabras, de impresionar al personal con los logros de la revolución socialista bajo la guía del omnisciente Partido del Trabajo de Albania. Una de las curiosidades con que nos encontramos fue una iglesia ortodoxa reconvertida en cancha de baloncesto. Lo que daba fe del ateísmo militante que profesaba el régimen; u otros lugares con tan poco atractivo turístico como una clínica dental. También visitamos cooperativas agrícolas, alguna fábrica, guarderías, campos de trabajo voluntario para estudiantes que contribuían al trazado de la red ferroviaria, campamentos de verano  para niños (que era algo parecido a los campamentos de la OJE), una casa de una familia campesina y hasta nos invitaron a la celebración de una boda. Las visitas concluían siempre con nuestros huéspedes entonando una canción pegadiza que no escatimaba en loas y hosannas a «las heroicas hazañas del presidente Enver Hoxha». Figura que parecía dotada del don de la ubicuidad divina y al que se diría se profesase una ferviente devoción. 

            Una de las cosas que más llamó nuestra atención fueron los búnkeres de hormigón que proliferaban por doquier, para albergar nidos de ametralladoras o baterías antiaéreas. Como si se esperara una invasión de un momento a otro. Del presidente Enver Hoxha se decía que vivía obsesionado con que el país fuera víctima de una agresión exterior o de un complot interno. Sus «paranoias» y desencuentros lo llevarón, en el terreno político y diplomático, a romper con la Yugoslavia de Tito en 1948, cuando esta abandonó el Kominform, y a quien acusaba de «agente del imperialismo»; las diferencias con la URSS de Nikita Jrushchov tuvieron inicio en 1956, a raíz de la muerte de Stalin, para finalizar con la ruptura definitiva en 1966 con el abandono del Pacto de Varsovia; y por último con la China de Mao por el malestar que causó en el dirigente albanés el establecimiento de relaciones diplomáticas de la RP China con los EEUU durante el mandato de Nixon. El cierre de fronteras a influencias culturales foráneas fue otra de las medidas adoptadas por el régimen socialista y esto explicaba la ausencia de turismo. En el ámbito interno, el temor a una celadaque derrocara su gobierno hizo que se intensificara la persecución de disidentes al más puro estilo estalinista. Una de las más sorprendentes fue la «desaparición» de Mehmet Shesu, ex brigadista internacional en la guerra civil española, compañero de aventuras de Hoxha desde su juventud que llegó a ocupar varios cargos en el gobierno, incluido el de presidente del Consejo de Ministros. Fue acusado de espía «pluriempleado» al servicio de la URSS, China y Yugoslavia y «ajusticiado» sin juicio previo en 1981. Se hablaba incluso de tiroteos y duelos en las reuniones del comité central del Partido. Para entonces la Albania socialista, más sola que la una, abanderaba su cruzada ideológica contra el «revisionismo», el «imperialismo y el socialimperialismo soviético». De revisionista o desviacionista  era tachada cualquier interpretación que no coincidiera con la línea de pensamiento trazada por el dirigente albanés. El PTA se autoproclamó en único heredero de la ortodoxia marxista-leninista. Por entonces se había prescindido de la coletilla: «pensamiento Mao Tse-Tung», una especie de pedigrí con el que se etiquetaban algunos partidos. Ignoro los entresijos que llevaron realmente a esta República Popular a la cerrazón y la autarquía, pero tengo la impresión de que algo tuvo que ver la atribución de roles económicos, la división de la producción entre los países satélites del bloque del Pacto de Varsovia y las contrapartidas propuestas por la URSS, unido al exceso de celo del dirigente albanés en preservar su independencia. Esta supuesta integridad ideológica de Enver Hoxha alimentó el mito de Albania como el último bastión del socialismo.

Cuaderno de viajes: El penúltimo viaje del Zorba

Luis Rivero. Publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia/DLP del sábado 27 agosto 2022.

Siempre me he sentido fascinado por la idea clásica del ecologismo militante. Y confieso que me suscitaban admiración aquellos barbudos con aspecto jipi, activistas de Greenpeace, que arriesgaban la vida lanzándose en lanchas neumáticas tratando de impedir que los cargueros arrojaran al mar barriles con residuos radioactivos. En aquellos años me hice socio de la organización ecologista. En momentos íntimos, apreciaba con orgullo mi carnet y recibía regularmente las publicaciones en papel reciclado. A aquellas alturas no estaba al corriente todavía de la posición política adoptada por la ONG frente a lo que sería la segunda Guerra del Golfo y otras cuestiones poco claras que enturbiaron con el tiempo el prestigio que me merecía esta organización, pero de las que no voy a hablar ahora.

Entre las actividades de las que podían participar los asociados de Greenpeace estaba la de navegar en una suerte de «buque escuela» que servía de sede flotante de un aula de la naturaleza, por así decirlo, donde se impartían clases sobre nociones básicas del medioambiente marino y llevaban a cabo actividades didáctico-recreativas como era el avistamiento de cetáceos unido a labores de recogida de plásticos y limpieza del litoral, y cosas por el estilo. Este barco era el Zorba, un velero de 18 metros de eslora, con casco de madera y habilitado con 5 camarotes y un total de 12 camas. Al timón, un capitán de navío experimentado y contratado por la organización para tal menester. El resto de la tripulación eran voluntarios de Greenpeace entre los que había una monitora que impartía las charlas divulgativas y dirigía otras actividades. El barco navegaba por el mediterráneo y tenía su base entonces en el puerto de Palma de Mallorca. De manera que resultaba muy atractivo para el que decidiera embarcarse en una pequeña aventura sin correr grandes riesgos, lo que lo hacían que una plaza en el Zorba estuviera muy demandada, sobre todo en los meses estivos. Así fue  como en octubre de 2002 me propuse embarcar en el Zorba para navegar en torno al archipiélago balear.

            Zarpamos un 30 de septiembre del puerto de Palma y nos dirigimos, a merced del viento, a un punto desconocido de la isla de Mallorca. El segundo día a bordo, la cocinera, una miembro de la tripulación voluntaria que presumía de ser «budista y vegetariana»  –así se definía ella– pero a la que le encantaban el jamón patanegra y los langostinos del número 7 –decía– por toda excepción a su vegetarianismo estricto, nos sorprendió con unos bocadillos de alguna delicatessen  vegana que ahora no recuerdo, aderezados con una mahonesa que me sentó fatal, estado que se vio agravado por la fuerte marejada y el bamboleo al que sometía el barco, unido al mal de mar propio de los primeros días de navegación. Así que ese día me pasé buena parte de la travesía echando la pota por la borda. Estuvimos navegando los días sucesivos en busca de alguna playa que limpiar de bolsas de plástico y bastoncitos para los oídos que la gente tira en el inodoro sin  ser consciente de estar arrojando plástico al mar, pues las depuradoras de aguas fecales no degradan el plástico con que se fabrican los bastoncitos –por si alguno no lo sabe– y el Mediterráneo es lo que se dice un mar cerrado, lo que facilita la acumulación de basura en sus aguas y dificulta su degradación. También pasamos una jornada de navegación rumbo a Cabrera, equipados de prismáticos tratando de avistar delfines. No vimos ni uno. Pero el archipiélago de Cabrera nos brindó la oportunidad de realizar varias excursiones a pie por su litoral. En uno de los debates que se suscitó, me enteré por pura casualidad del motivo por el cual la dirección de la organización ecologista, sin el consenso de las bases, había decidido mantener una posición «neutral» en cuanto a la condena o no de la inminente invasión de Irak en 2003, la cual se venía gestando desde el 2001. Lo que en la práctica vendría a implicar un apoyo encubierto a la campaña belicista puesta en marcha por el Pentágono. El hecho determinante en esta toma de posición fue el claro rechazo que la organización había mantenido respecto a lo que se conoce como primera guerra del Golfo (1990-1991) y que trajo como consecuencia, según la dirección, las bajas masivas de asociados norteamericanos heridos en su «orgullo patrio» por la posición antibelicista de la ONG. Este resultado llevó a la dirección americana (con algunas reticencias desde Europa) a no consultar con sus bases la postura de silencio cómplice adoptada más tarde durante la invasión de Irak o segunda guerra del golfo (2003).

Circunnavegando la isla de Menorca, llegamos a un pequeño puerto de cuyo nombre no consigo acordarme, donde intentamos atracar para hacer noche. El atraque resultó imposible por el mal estado de la mar que comprometía la seguridad del barco. De manera que el capitán, cauto, decidió fondear en la bahía del puerto. El mar estaba muy agitado y el balanceo hizo que tuviéramos que acondicionar las literas con una red lateral para impedir acabar por los suelos mientras dormíamos. No obstante el vaivén al que nos sometía el mar, logré conciliar el sueño levemente.

[…] Apenas recogimos ancla y desplegamos velas al abandonar la ensenada, el capitán Pau, un viejo lobo de mar, cascarrabias y borracho que llevaba un parche en el ojo comenzó a dar órdenes con boato hasta llegar a atemorizar a los más jóvenes que imploraban por volver a puerto. Ya en altamar, fuera de las aguas jurisdiccionales, para ser precisos, mandó a izar la bandera negra con dos tibias cruzadas y una calavera. Algunos miembros de la tripulación se habían enrolado dando crédito a las falsas promesas del capitán Pau hasta darse cuenta cuando ya era demasiado tarde que su aventura o desventura no tenía vuelta atrás. La marinería estaba compuesta de gentuza y aventureros contratados por cuatro perras y su ración diaria de ron o seducidos por participar en el reparto de un buen botín al final del viaje. Después sabríamos que esta escoria era en su mayor parte delincuentes de medio pelo, borrachos y vividores alistados en tugurios y lupanares de los arrabales del puerto.

La tan sola visión del capitán Pau impresionaba. Vi su imagen reflejada en el espejo del baño. Lo miraba con disimulo mientras se acicalaba la barba, trenzándosela y enganchándose unas argollas en los lóbulos de las orejas a la antigua usanza de los piratas de otros tiempos. Vestía una casaca roja de época que le daba un aire de corsario inglés.

Una noche logré escuchar algunas conversaciones entre los miembros de la tripulación en la que referían a un punto de destino: «el puerto de Orán». Era difícil seguir el hilo de la conversación entre tanto griterío y borracheras, pero también escuché cierta referencia al «mercado de esclavos». Después logre oír otra palabra suelta que me puso los pelos de punta: «eunucos». De lo que pude deducir que la embarcación se dirigía rumbo sur-suroeste al puerto de Orán, en Argelia, y que las intenciones de aquellos malnacidos era la de vendernos como esclavos en el mercado de la ciudad; y sospecho para ser castrados y destinados a servir como eunucos en el harem de algún jeque árabe.

Era una noche sin luna y el faro de Orán parpadeaba en lontananza bajo un cielo límpido y sembrado de estrellas. El navío se deslizaba con ligereza sobre las olas, en empopada. El azar quiso que al improviso se desatara un temporal de mil demonios que hacía zozobrar la nave y comprometía su estabilidad. Se vieron obligados a arriar la mayor y navegar solo con el foque, lo que ralentizó la travesía y retrasó considerablemente nuestro arribo a puerto. Un golpe de mar me arrojó sobre la red lateral de mi litera e hizo que me despertara de un sobresalto. Por fortuna todo había sido un mal sueño. Pero a mí me mosqueaba mucho cuando desplegaban la bandera pirata en el mástil del popa.

Poco después concluiría lo que sería el penúltimo viaje del Zorba tras de varios años al servicio de la labor divulgativa y de concienciación medioambiental. Nos dijeron que lo llevaban al varadero para el desguace. Pero años después supe que un aventurero lo adquirió de la organización y lo reparó para dar la vuelta al mundo.  Me consuela saber que aquel barco marinero de antropónimo griego continúa surcando las aguas como viejo lobo de mar.

Cuaderno de viajes: “Talleres y tertulias literarias”

Me había inscrito a un taller que con el título Literatura y periodismoimpartía el escritor Juan José Millás en la isla de Menorca. Así que un 4 de julio de hace ya unos años cogí un vuelo hasta Madrid y desde allí a Menorca. Llegué a la isla por la tarde y me fueron a recoger al aeropuerto. El taller se celebraba en un lugar de la costa, cerca del pueblo de Sant Lluis, y consistía en una convivencia de varios días en los que compartíamos desayuno, almuerzo y cena con el escritor, con charlas y actividades durante todo el día. Nos alojamos en una masía en medio de una finca llamada Benissaida, cuyo nombre de origen árabe rememora uno de los cuatro distritos en los que estaba dividida la isla en época islámica. En la casa había dos perros que salieron a recibirme, un pastor labrador muy cariñoso que se llamaba Luis y una bóxer que obedecía al nombre de Linda. Ellos nos  acompañaron también durante toda nuestra estancia. Aquella noche conocí a Juan José Millás y recuerdo que cenamos todos juntos en una playa. Al día siguiente dio inicio el taller en el que aprendí y reflexioné sobre cosas muy útiles, algunas de las cuales tengo anotadas en mi cuaderno, como que algunos parásitos como las pulgas son los primeros en abandonar el cuerpo sin vida de pajarillos y ratones. De manera que justo cuando el animal exhala su último hálito, salen por patas. Se puede decir que son como testigos que huyen del lugar de autos porque quieren evitar líos. Pero si las pulgas son las primeras en abandonar el cuerpo sin vida del animal en el que habitan, hay quienes llegan siempre antes que el médico forense, el juez e incluso que la policía, y estas son las moscas. Supe también que pedirle a un bipolar que renuncie a su fase eufórica es como pretender que Superman abandone su rol y continué siendo durante toda la vida el gilipollas de Clark. Y otras muchas cosas interesantes e instructivas. Pero de lo que quería hablarles no era del taller, sino de algo que aconteció en la casa. En la estancia que compartía con otros dos compañeros más no me sentí cómodo. Y no tanto por el hecho de compartir habitación, sino…, no sé cómo decirlo, pero había algo que me inquietaba y perturbaba mi sueño. Sospechaba que había una «presencia» en la casa, por así decirlo. Tal sospecha se confirmó cuando una noche, desvelado, me levanté al baño que se encontraba al fondo de un corredor en penumbra. Avanzaba lentamente por el pasillo sin hacer ruido para no despertar a los demás y en un momento determinado tuve la sensación de como si alguien me empujara violentamente haciéndome perder el equilibrio. Sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo y que seguido se interrumpió por el dolor provocado por un golpe seco que recibí contra el borde de metal de un arcón que había en el suelo, a un lado del corredor. El golpe me produjo un corte en la parte exterior de la pierna a la altura de la rodilla. La herida causó una pequeña hemorragia que atajé con remedios caseros. Pero se me quedó el susto en el cuerpo. Todo aquello era muy extraño y estuve dándole vueltas durante la madrugada. Me dio por pensar que quizás había sido obra de alguna «entidad» que habitaba el lugar y que veía con desagrado la presencia de huéspedes en su casa.  Se trataba de una antigua masía que guardaba seguramente muchas historias entre aquellas cuatro paredes. Incluso lo relacioné con la etimología semítica del nombre del lugar y su pasado árabe. No sería de extrañar –pensé– que algún espíritu hubiera permanecido atrapado, a saber desde cuándo, en aquella esfera de existencia.  A la mañana siguiente comenté lo sucedido con algunos compañeros del taller, medio en broma, medio en serio, para evitar que me tomaran por loco. Pero mis palabras solo obtuvieron respuesta de una compañera a la que llamaré Mercedes, voraz lectora y librera de profesión, propietaria de una pequeña librería en Mahón y, por lo que sabría después, era también una aguda sensitiva. Mercedes era conocedora de la casa en la que nos alojábamos y de sus entresijos porque había frecuentado otros talleres. Todo surgió porque por la noche, estando reunidos todos, nos preguntó quién dormía en la cama del fondo a la derecha de la habitación que ocupábamos los varones. Le contesté que me había tocado a mí. Y seguido me preguntó cómo había dormido. La verdad era que no había pegado ojo. Mercedes asintiendo con la cabeza me confirmó que ella tampoco había podido dormir en el mismo sitio en una ocasión anterior en la que había asistido a otro taller. Me habló después de «una entidad» presente en la casa o de un vórtice de potente energía que perturbaba el descanso e impedía conciliar el sueño. Conseguí que durante las últimas noches uno de los compañeros, el más escéptico, me cambiara la cama y lugar de ubicación, aunque no sirvió de mucho. La última noche, el otro compañero, un fotógrafo de Barcelona que contaba con varios reconocimientos internacionales, con el que habíamos estado hablando aquella noche de espíritus y fuerzas sobrenaturales, no pegó ojo y decía que veía fantasmas por todos lados. Cuando llegaba la luz del día era como si estas presencias nocturnas, manifestaciones, espíritus o lo que demonios fuera, nos dieran tregua. 

Había llegado el último día del taller. Nos despedimos todos, le di las gracias a Juanjo y mi enhorabuena a la organizadora del taller, pero que sintiéndolo mucho –le dije– no volvería a dormir en aquella casa mientras no la exorcizaran o la sometieran a «una purificación energética» o lo que fuera.

            Tomé un avión hasta Barcelona y desde allí partí en tren hacia mi próximo destino, un pueblito de la provincia de Guadalajara. Había sido invitado por un amigo escritor, junto a otros escritores canarios, a pasar una semana en su casa. Unos días de inmersión en plena naturaleza, tertuliando entre amigos y disfrutando de su compañía. Este amigo escritor, cuyo nombre omito para preservar su privacidad, tiene una casa en el pueblo, la casa del escritor(como la llaman los lugareños) que había sido antiguamente un bar, el bar de Flora, que era la anterior propietaria ya fallecida desde hacía años. Era un edificio antiguo que poco a poco, verano tras verano, había ido rehabilitando. 

Los días pasaban en compañía, algo de trabajo por las mañanas alternado con largas caminatas por el campo, que para mí rememoraban los paisajes de la poesía de Machado en Campos de Castilla, algún partido en el frontón de la plaza del pueblo, tiempo de lectura y escritura, y tareas domésticas.

Esta vez me alojé en una habitación toda para mí, pero tampoco conseguí descansar. La experiencia en la casa de Menorca era todavía reciente y, para más inri, nuestro anfitrión nos habló del «fantasma» de Flora. Aunque parecía decirlo de guasa, yo sospeché que estaba dotado de ciertas facultades extrasensoriales. Según él, el espíritu de la anterior propietaria permanecía en la casa y se manifestaba de vez en cuando. Aunque parecía que bromeaba, varias cosas que sucedieron durante nuestra estancia en la casa, como era la caída de objetos de manera inexplicable o súbitos desplazamientos de estos, confirmaban que la cosa iba en serio. Yo apenas llegué, les conté mi experiencia en Menorca. No me detuve en detalles de contenido del taller, sino en aspectos periféricos de este como era la presencia en la casa de Benissaida de una supuesta entidad desconocida. No sé si este hecho me predispuso, pero lo cierto es que sentía una sutil y extraña presencia. Por las noches, después de cenar, permanecíamos hasta altas horas de la madrugada charlando y bebiendo vino. Como entonces se hablaba del fenómeno del 2012, «del final de los días», de la profecía maya, del  «fin del mundo» y de todas esas cosas, nuestro anfitrión había hecho acopio de vino tinto suficiente para pasar «el día del juicio final» –decía de coña– «en estado cercano al coma etílico». Se aprovisionó de una buena cantidad de botellas apiladas en el suelo, en un rincón del comedor. Una noche de tertulia y vino, en horas cercanas a la madrugada, varias de las botellas se rompieron sin más, esparciéndose su contenido por el suelo. El hecho se podría atribuir al caso fortuito si no fuera porque nadie había tropezado con ellas, no había caído ningún objeto pesado sobre éstas ni estaban colocadas en una posición que hiciera peligrar su estabilidad. Aparentemente, ellas solas si hicieron cisco. Nos miramos unos a otros y nadie dijo nada, pero todos intuimos que algo extraño e inexplicable acababa de ocurrir. Yo lo interpreté como un acto liberatorio. Cierta corriente esotérica atribuye un significado a la rotura de un objeto como que se desvanece una fuerza que haya podido permanecer atrapada o sana algún aspecto del alma humana.  «¡El fantasma de Flora!», exclamó nuestro anfitrión. Ignoro si se trataba de un fantasma, un espíritu atormentado, una buena presencia o lo que fuera, pero lo cierto es que después de aquella noche, yo descansé mucho mejor y dejamos de asistir a la caída inexplicable de objetos y otras cosas por el estilo.

 Cuaderno de viajes “Todos merecen tomar un buen café”

El otro día, ordenando papeles, encontré el billete de Interrail con el que viajé por primera vez por Europa, hace ya un montón de años. El Interrail –para quien no lo sepa– era un billete internacional para jóvenes que podías adquirir en las oficinas de la RENFE por el módico precio de 14.000 pesetas y que te permitía viajar en ferrocarriles de casi toda Europa de manera ilimitada durante un mes. Este billete que se expedía como una especie de cartilla fue muy popular en su tiempo entre los jóvenes europeos. El viaje en tren revestía entonces cierto halo de romanticismo del que carecen los vuelos de las compañías aéreas de hoy en día. Marcaban el tempo y las pausas de las que siguen gozando las largas travesías en navío. Más allá de las connotaciones e inspiración espirituales y simbólicas que rodean el viaje, viajar en tren planteaba el reto de la aventura. Aventura que emprendías con una mochila a la espalda cargada de incertidumbres, pero también con muchas ganas de ver mundo. En particular, recuerdo mi segundo viaje con el Interrail que tenía como meta llegar hasta Yugoslavia, recorriendo España, Francia e Italia. La aventura del viaje venía marcada, en parte, por la cantidad de personajes pintorescos con los que te puedes tropezar en los vagones de un tren. El azar a veces va juntando elementos tan dispares que parece que nos gasta una broma. La Yugoslavia de Tito despertaba en mí una mezcla de curiosidad y la excitación que producía atravesar el telón de acero. Después de un largo periplo italiano, cogí el tren desde Venecia a Belgrado, vía Trieste. Era de noche y a medida que el tren se acercaba a la frontera subía cada vez más gente. Encontré acomodo en uno de los compartimentos en los coches de segunda clase. El compartimento, de ocho plazas, estaba ocupado por tres trabajadores yugoslavos emigrados a Italia que regresaban a su país por vacaciones. Se mostraron muy amables conmigo. Uno de ellos, el más joven del grupo, resultó ser el más hablador y trató de entablar conversación. Me preguntó que de dónde era. Cuando le dije que era español, enseguida soltó orgulloso que un amigo y paisano suyo jugaba al fútbol en la Primera división de la Liga española, en el Valladolid. Me dijo el nombre del futbolista, pero no lo recuerdo. Efectivamente en aquella época había un par de yugoslavos que militaban en el equipo vallisoletano. Este hecho banal pareció ser una feliz coincidencia que justificó todo tipo de atenciones por parte de mis «anfitriones». La verdad es que no recuerdo en qué lengua nos entendíamos, si en italiano, si en inglés o en una mezcla de todo un poco poniendo énfasis en la gestualidad. De manera que allí estaba, en un vagón de segunda, abarrotado de gente, en su mayoría trabajadores yugoslavos que regresaban a su país viajando durante toda la noche, en un compartimento de ocho plazas con mis tres «compañeros» de viaje. Los yugoslavos custodiaban el recinto como si fuera suyo, habían cerrado la puerta y corrido los visillos para que no nos importunara nadie. Avanzada la noche insistieron que descansara permitiéndome abrir la butaca convertible en cama, por lo que pude dormir a pierna suelta. Mientras, fuera, en los pasillos, había una pila de gente apiñada en pie o sentada en el suelo. Y nosotros cuatro allí tan cómodos en nuestro compartimento. La situación era bastante embarazosa. Uno de mis anfitriones, el mayor de ellos, que parecía llevar la voz cantante, era el que más malas pulgas tenía. Espantaba con boato a quien osara intentar penetrar en nuestra suite. Cuando estábamos llegando a la frontera, el amigo del futbolista del Real Valladolid sacó de una bolsa un impecable terno de marca italiana, nuevo, con sus etiquetas y todo, y se cambió. Después dejó a la vista una cámara fotográfica nuevecita y me pidió por favor que si me preguntaba la policía aduanera que les dijera que la cámara era mía. Comprendí que podía ser incautada por los aduaneros, al igual que el traje recién comprado. Ahora empezaba a atar cabos y a entender tanta amabilidad y atenciones hacia mí. Efectivamente, cuando el tren se detuvo en la frontera de Trieste, el aduanero entró en nuestro compartimento, echo un vistazo alrededor, detuvo su mirada en la cámara fotográfica y la señaló haciendo un gesto como pidiendo que le confirmase  si era mía. Yo asentí con un leve movimiento  de cabeza. Se dio la vuelta y continuó inspeccionando el resto del vagón. Los yugoslavos se quedaron muy contentos y agradecidos. El tren siguió su curso hacia Belgrado parando en cada estación. Yo dormía plácidamente, pues, esto no lo he dicho, pero una de las primeras cosas que aprende un mochilero (así llamaban a los viajeros Interrail) es a viajar por la noche en rutas más o menos largas y aprovechar para dormir durante el viaje y ahorrarte así la pernoctación en un youth hostel. Antes de llegar a Belgrado salí de mi compartimento para ir al lavabo. En la parte trasera del vagón me encontré a los yugoslavos abriendo una trampilla de donde comenzaron a sacar grandes paquetes de café; kilos y kilos de café italiano que introducían ilegalmente en el país. Los yugoslavos resultaron ser contrabandistas de café. El revisor merodeaba por allí sin intervenir y haciéndose el loco, lo que le delataba claramente. Esto me indujo a pensar que él también estaba en el ajo. Debía de tratarse de un funcionario corrupto al que los contrabandistas habrían sobornado con unos cuantos kilos de café.

Años después leyendo un poemario de Ana Jordá, una poeta amiga mía e inmerecidamente desconocida, en un libro titulado Zona desquiciada describe una escena similar en un poema que se titula «Entre mares», en el que retrata impresiones de distintos viajes, con simplicidad y belleza, y del que trascribo los dos primeros párrafos:

«La biblioteca de Boston hervía de posibilidad, desde

entonces, la palabra “Nilo” sonaría siempre a oráculo.

Los contrabandistas de desodorantes y cremas de afeitar,

desmantelaron eficazmente los asientos del tren en

Yugoslavia y nos regalaron el mechero» […].

Hacía mucho calor en Belgrado aquel verano y las fotografías del mariscal Tito todavía pendían omnipresentes en tiendas, bares y heladerías. La Yugoslavia de la época la recuerdo como una sociedad aparentemente moderna y próspera. Me sorprendió ver coches de marcas occidentales. Algo que la diferenciaba  del resto de los países del Este. Ignoro por qué razón introducían en el país el café italiano de contrabando, considerando que se podía comprar un coche fabricado con la licencia de la FIAT, como era el Zastava. Quizás no se conseguía o era caro y difícil de adquirir. Cierto que para los que somos cafeteros exigentes el contrabando de café en tales circunstancias está más que justificado. El café italiano tiene fama de ser el mejor de todos. Lo que no deja de ser una paradoja, pues Italia no es un país productor. Pero la torrefacción que le dan los maestros tostadores italianos y el cuidadoso proceso de elaboración lo hacen único. Esto me recuerda la importancia que tiene el café en lugares como Nápoles. Existe una tradición napolitana que en los bares llaman el caffé sospeso. Consiste en que alguien deja pagado el  café para otra persona a la que no conoce y que puede presentarse en cualquier momento. Se trata de personas menesterosas que no tienen dinero para tomar un café. Tal es la importancia que se le da a esta infusión que es inconcebible que alguien se quede sin saborear un buen expreso.

La verdad es que nunca entendí ese celo con el que los regímenes socialistas de la época protegían a sus ciudadanos de la vorágine del consumo proveniente del Occidente capitalista. Al final lo que producía, más que un efecto disuasorio frente a las tentaciones consumistas, era un estímulo guiado por la curiosidad y el deseo de lo prohibido. Y lo cierto es que, tras el desmoronamiento de los distintos «regímenes», muchos de sus ciudadanos se han convertido en consumidores compulsivos. Pero en cuanto al sacrosanto derecho de tomar buen café,  los contrabandistas que conocí en aquel tren a Belgrado no podían aspirar a menos y se consideraban merecedores de ello y, democráticamente, daban tal posibilidad a sus conciudadanos. Si es verdad que hay fenómenos cíclicos que se repiten en la historia, quién sabe si un día no lejano volveremos al estraperlo y al contrabando de café.

Bardo Thödol (IL Libro Tibetano dei Morti). Note di una lettura alla luce della fisica moderna

Come l’uomo desidera, così è il suo destino. Brihadaranyaka Upanishad

(articolo di Luis Rivero in HERA Magazine nº 43)

Borges ci ricorda –parafrasando Platone– che il maestro sceglie il discepolo, ma il libro non sceglie i suoi lettori, che possono essere cattivi o stupidi.La prima volta che mi capitò tra le mani un esemplare del Bardo Thödol , non sono riuscito ad andare oltre delle prime pagine. Ci vorrebbero alcuni anni prima che sintesi un bisogno incontenibile di riprendere la sua lettura. E questa è la prima delle impressioni tratte da questo libro enigmatico: il Bardo Thödol si legge quando si è veramente “pronti” per la lettura. Il tema della morte e in particolare di nostra propia morte è generalmente evitato per quanto possibile nella magior parte delle società occidentali. Sebbene la morte è una certezza (forse l’unica certezza che abbiamo), spesso ci rifiutiamo di affrontarla, fino a diventare tabù. Platone afferma nel Timeo–in chiave criptica– che “è difficile scoprire il ‘fautore’ e padre di questo universo, e, una volta scoperto, è impossibile dichiararlo a tutti gli uomini”. Carl Gustav Jung, nel suo commento psicologicoal Libro tibetano dei morti, conclude dalla sua lettura che il ’’datore” di tutte le cose ’’date’’, abita dentro di noi. E questa, credo, è una delle chiavi di comprensione del Bardo Thödol: tutti i fenomeni hanno origine nella mente. Così come pensiamo, così siamo e saremo, nella vita e dopo la morte, perché i pensieri sono “padri” di tutte le azioni.

Da tempo immemorabile, viviamo, moriamo e nasciamo senza che abbiamo memoria di ciò. In questo processo ciclico, il Libro tibetano dei morti sarebbe, se così si può dire, una sorta di manuale di istruzioni per i defunti e i moribondi. Intende essere una guida all’aldilàche copre il periodo di esistenza del bardo, descritto simbolicamente come lo stato intermedio della durata di 49 giorni che vanno dalla morte alla rinascita. Nella tradizione tibetana il testo viene letto vicino al corpo giacente, sussurrato all’orecchio del defunto da un monaco che agisce come psicopompo. Lo scopo è quello di attirare l’attenzione del deceduto sulla possibilità di liberazione in ogni momento e di avvertirlo circa la natura delle sue visioni. Tutto questo secondo la ferma convinzione che la coscienza è immateriale e non scompare con la morte física.

Alcuni insegnamenti del Bardo Thödol e il suo parallelismo con la fisica moderna

Man mano che ci addentriamo nella lettura del Bardo Thödol, capiamo il significato delle parole del fisico Fritjof Capra: «I concetti della fisica moderna mostrano spesso sorprendenti parallelismi con le filosofie religiose dell’Estremo Oriente» (Il Tao della Fisca). Mi propongo quindi di esporre brevemente alcune delle idee principali contenute nel Libro tibetano dei mortie la loro analogia con alcuni concetti della teoria quantistica e principi della fisica moderna. Secondo la filosofia buddista tutte le condizioni, gli stati o i regni di esistenza del samsara, i cieli, gli inferni o i mondi di cui parla il Bardo Thödol sono solo fenomeni. Il samsara, che in sanscrito vuol dire ‘esistenza ciclica’, è per la dottrina buddista la successione di morti e rinascite a cui l’individuo è destinato.

Nel samsara si danno sei regni di esistenza in cui si può rinascere a seconda del karma: il regno degli esseri infernali, quello degli spiriti avidi, quello degli animali, quello degli umani, quello dei semidei e quello degli dei. Tutti questi fenomeni, secondo il Bardo Thödol, sono transitori, illusori o irreali. Esistono solo nella mente di chi li percepisce e non hanno forma esterna. Si afferma inoltre che non esistono dei, demoni, spiriti o creature sensibili.Tutti sono fenomeni che dipendono da una causa: “un anelito o sete di sensazione conforme ad un’esistenza instabile nel samsara”. Finché questa causa non sarà superata, come diceva Socrate, “ad ogni nascita seguirà una morte e ad ogni morte una nuova nascita”, e così via fino a raggiungere l’Illuminazione che interrompe la ruota del samsara.

Secondo il Bardo Thödol l’esistenza post mortemè una continuazione dell’esistenza fenomenica del mondo umano, poiché la coscienza non scompare con la morte fisica. La natura dell esistenza tra la morte e la rinascita in questo o in un altro mondo è determinata dalle azioni precedenti, cioè dal karma. Si tratta in un certo senso di uno stato prolungato di apparenza onirica, quello che potrebbe chiamarsi «una quarta dimensione dello spazio» (come sottolineano alcuni studiosi), pieno di visioni allucinanti che sono il risultato del contenuto mentale del percettore.Queste possono essere felici e di aspetto celeste, se l’individuo ha accumulato un buon karma, o dolorose e di aspetto infernale, se ha un cattivo karma.[Per la teoria della relatività lo spazio non è tridimensionale e il tempo non costituisce un’unità separata. Entrambi sono strettamente correlati e formano una continuità quasi tridimensionale «spazio-tempo»].

Le scoperte della teoria della relatività e della fisica atomica (che alla fine sfociarono nella formulazione della teoria quantistica) vennero a cambiare il panorama della fisica, sconvolgendo la concezione newtoniana del mondo, cioè la nozione di spazio e tempi assoluti, le particelle solide elementari, la natura strettamente causale dei fenomeni fisici…

Un’altra caratteristica dello stato intermedio, secondo il Bardo Thödol, è che non tutti i defunti sperimentano visioni o fenomeni identici.Ogni individuo penserà secondo ciò che gli è stato insegnato.In tal senso, i pensieri sono come semi che germinano nella mente fino a dominare completamente il contenuto mentale dell’individuo in forma di credenze o archetipi.Di conseguenza, per un buddista, un indù, un musulmano, un ebreo o un cristiano le esperienze del bardo saranno diverse.Le forme di pensiero di un buddista o di un induista, come in uno stato onirico, alimenteranno le visioni «a immagine e somiglianza» delle divinità del pantheon buddista o induista;un musulmano si ricreerà nelle visioni del paradiso islamico descritto nel Corano; o quelle di un cristiano corrisponderanno al cielo, al purgatorio o all’inferno.Insomma, queste visioni dipendono dal contenuto mentale di ogni individuo.In altre parole, lo stato post mortemè molto simile allo stato onirico, e i sogni sono una replica della mentalità di cui sogna.Secondo Evans Wentz, il Bardo Thödol sembra basarsi su dati di esperienze umane fisiologiche e psicologiche e considera questo stadio nell’aldilà come un problema psicofisico, e quindi essenzialmente scientifico.Ciò che il percettivo vede nel bardo è il suo proprio contenuto mentale.Dalla fisica quantistica si afferma che non possiamo vedere né capire ciò che non è nel repertorio dei nostri pensieri e paradigmi sul mondo.In altre parole, la coscienza umana emerge in primo piano da mero epifenomeno psichico a causa determinante dell’esistenza dei fenomeni manifesti.Quando si dice che l’esistenza post mortem è una continuazione dell’esistenza fenomenica emersa dal mondo umano, si afferma che l’esperienza del bardo è segnata dagli stessi archetipi o paradigmi appresi durante l’esperienza vitale.«Come si insegna ad un uomo, così sarà quello che pensa», nella vita e dopo la vita.Questo spiega perché le visioni che affermano di aver sperimentato i mistici cristiani coincidono con l’immagine del Dio Padre seduto al trono della Nuova Gerusalemme, l’intero scenario biblico e immagine: Vergine, santi, angeli e arcangeli;come un musulmano potrà assistere alla visione del paradiso, del profeta o degli angeli; o un amerindio potrà “vedere” la Terra Felice della caccia.Anche un ateista sperimenterà le sue particolari visioni nel bardo, secondo il suo proprio “credo” ed archetipi mentali.

D’altra parte, la nascita nel mondo umano diventa inevitabile, sia direttamente dal bardo o da qualsiasi altro mondo (paradiso o inferno) a cui abbia portato la bilancia karmica, a meno che non si raggiunga l’Illuminazione.L’Illuminazione avviene captandol’irrealità dell’esistenza (del samsara), cioè comprendendoche tutto è un’illusione.È possibile raggiungere questo stato in vita, al momento della morte o durante il bardo, così come in certi regni non umani.

Per fare questo passo è importante, sempre secondo il Bardo Thödol, l’istruzione nello yoga, nel controllo dei processi mentali per concentrarsi sul raggiungimento della Retta Conoscenza e la guida di un guru.Questa versione dei diversi “mondi o regni” di esistenza ha una sorprendente somiglianza con l’idea di “universi paralleli” della fisica quantistica.

Un altro concetto fondamentale del buddismo tibetano è «la coscienza di unità della totalità delle cose, chiamato dharmadhatu[‘universo’]».Credere che concetti astratti di «cose» e «eventi» separati siano una realtà è pura illusione.Questa unità fondamentale dell’universo non è solo un elemento centrale dell’esperienza mistica dei grandi maestri orientali, ma risulta anche una delle scoperte della fisica moderna.Sebbene apparente a livello atomico, si manifesta con maggiore chiarezza nel mondo delle particelle subatomiche.La fisica quantistica sostiene il concetto di interconnessione di tutto ciò che esiste in natura.La cosiddetta interpretazione di Copenhagen, sviluppata da Bohr e Heisenberg, dimostra con precisione in che modo la teoria quantistica implica un’interconnessione essenziale in tutta la natura.

E non solo a livello subatomico, ma il sistema macroscopico forma anche un insieme unificato e il concetto di «oggetto separato e osservato» non è più valido.[Il Nobel per la fisica Erwin Schrödinger parla di entanglement quantistico  (o correlazione quantistica), un fenomeno in cui lo stato di due o più sistemi fisici dipende dallo stato di ciascuno dei sistemi, anche se questi sono spazialmente separati].

Un altro insegnamentoche si può trarre dal Bardo Thödolè che gli esseri coscienti nello stato intermedio, al di là della “pulsione karmica”, possono scegliere la forma della loro prossima reincarnazione, anche dove nascere: il paese, la cultura, la famiglia…Si dice che gli esseri più elevati spiritualmente potranno scegliere uno dei regni di esistenza superiore (regno dei semidei o quello degli dei), con la possibilità di liberarsi dal samsara in qualsiasi momento.Per quanto riguarda la «possibilità di scelta» il fisico Amit Goswami fa notare che abbiamo nella vita molteplici probabilità dispiegate come onde di probabilità (di un elettrone).Ciò ci pone di fronte a diverse opzioni reali come le onde di probabilità di Schrödinger e queste probabilità cessano di esistere quando proiettiamo le nostre aspettative, che si limitano ad una sola possibile.Il dottor Stuart Hameroff va oltre affermando che “ogni pensiero cosciente può essere considerato come una scelta, una sovrapposizione quantistica che collassa in una scelta”.[Questo ci ricorda la possibilità «di selezionare la porta uterina» di cui parla il Sidpa Bardo(una delle fasi dello stato intermedio descritto nel Libro II del Bardo Thödol), in cui la coscienza «sceglie» dove nascere e scegliere i genitori].La fisica moderna sembra suggerire che ogni volta che osserviamo il mondo, ad un certo livello della realtà stiamo provocando un collasso della funzione d’onda.Un collasso che trasformerà un’onda di infinite possibilità in qualcosa di concreto e materiale. E questo ci rende creatori, «fautori» o «datori» della nostra stessa realtà, come affermava Jung.L’osservatore crea il collasso della funzione d’onda in una determinata direzione e così partecipa alla creazione della realtà.Il momento in cui un’onda di probabilità si trasforma in materia è quello che i fisici chiamano collasso della funzione d’onda.Sarebbe come se adesso dietro di lei non ci fosse nulla e proprio nel momento in cui si gira per guardare, tutto prende forma e si «materializza».Ciò significa che quello che c’è dietro di lei in questo momento esiste solo come possibilità.In un certo senso, tutto questo è molto simile a quello che afferma il Bardo Thödol che tutti i fenomeni sono alla loro origine nella mente.”Sebbene la maggior parte della scienza occidentale consideri questa questione [l’immortalità della coscienza] una favola, la scienza tanatologica dimostra, afferma lo psichiatra Stanislav Grof, che gran parte di ciò che propone nel Bardo Thödol è pertinente”.Grof si basa su studi di esperienze vicino alla morte in cui quanto detto dalle persone “riportate in vita” ha potuto essere verificato. Narrano che la coscienza abbandona il corpo in modo molto simile a quello descritto nel Bardo Thödol. Suggestiva lettura, dunque, che può suscitare l’interesse o la curiosità sia di coloro che affrontano per la prima volta l’argomento sia di coloro che sono attratti dalle tradizioni e dalla filosofia orientali, e che al di là delle proprie fedi può contribuire a smontare quel tabù che è il tema della morte, e cominciare a vederla da una prospettiva diversa.

Con la vara que mides, serás medido 

Este refrán rememora la máxima evangélica que advierte que «con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces»(Marcos 4,24); que en parecidos términos se repite en Mateo 7,2 («Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá»). De donde probablemente se incorpora al refranero popular castellano. Al menos desde el siglo XVI encontramos referencias documentales en la que se citan estos pasajes bíblicos, si bien no existe constancia de cuándo se generalizó su uso, pero en cualquier caso el vulgo, en un determinado momento, lo hizo suyo en forma de proverbio popular que en castellano se expresa: «con la medida con que midáis, seréis medidos» y que en varias y parecidas versiones existen en otros ámbitos lingüísticos del entorno cultural del español (italiano, francés, portugués…). Pero la variante que ha tomado carta de naturaleza en las Islas es la misma que ha sobrevivido también en algunos ámbitos del español de América y que dice: «Con la vara que mides, serás medido».   

«Vara» –dice el DRAE– es la medida de longitud que se usaba en distintas regiones de España con valores diferentes que oscilan entre 768 y 912 milímetros. Asimismo, se le dice «vara» a la barra de madera o metal que tiene la longitud de una vara y sirve para medir. Con mayor precisión en cuanto a su equivalencia con el sistema métrico decimal, el Diccionario de americanismosla define como una medida que, convencionalmente para algunos países de América, tiene un valor 835,9 mm. En las islas, la aplicación de esta medida de longitud ha desaparecido o, acaso, ha quedado relegada a un uso marginal, y, por ende, el empleo del término «vara» se ha perdido y tiene solo un valor testimonial.  La equivalencia de esta medida de longitud en Canarias varía, dependiendo de las fuentes de referencia y zonas de las islas, de 835, 842 o de 880 mm., si bien es probable que al tratarse de un método de medición tradicional no exista un criterio unánime. De manera que puede suceder como con las fanegadas, las fanegas, los celemines y los cuartillos, todas estas unidades de superficie agrícola tradicionales y que tienen distinto valor en cada isla e incluso pueden variar por zonas dentro de una misma isla. Más allá de algunas referencias que podemos encontrar en textos y documentos antiguos, casi nadie habla hoy de varas como medida de longitud. Lo encontramos en el Diccionario de Historia Naturalde Viera y Clavijo que menciona esta medida en la descripción de algún ave marina o al referirse a la altura de algunas especies arbóreas (como el «garzoto» que «suele crecer cinco o seis varas»); o el mismo Guerra en su Contribución, cuando describe el «balaco» o «balángo», una planta que crece espontánea entre los cultivos, «que tiene un tallo alto, a veces de hasta dos varas». Por tanto, la voz «vara» refiérese al palo de madera de un largo que podría variar según la costumbre del lugar y que sirve para medir longitudinalmente. Se trata de un arcaísmo del castellano que ha sobrevivido en la forma en que se expresa el dicho comentado, tanto en Canarias como en algunos ámbitos del español de América. El verbo «medir» se aparta de su sentido más habitual de determinar la dimensión física de algo, ya sea en altura, longitud, superficie o volumen. Y guarda un sentido figurado que en el contexto de la frase puede intercambiarse por juzgar, criticar, maltratar, castigar, punir, denigrar, faltar al respeto, vilipendiar. La expresión puede ser proferida como advertencia, reproche o admonición ante un comportamiento que se considera injusto, severo o incorrecto. La enseñanza que trasmite el dicho es que como mismo alguien se comporta con los demás, así será tratado y, por tanto, conviene mostrar respeto y generosidad hacia las personas, si se quiere que los demás sean condescendientes. En determinadas situaciones vaticina algo que sucederá y que, a veces, puede convertirse en velada amenaza o maledicencia; o bien puede ser considerado una premonición que augura un resultado retributivo como consecuencia de un comportamiento consciente. De lo que se viene a inferir subliminalmente que nuestras acciones, «buenas» o «malas», suponen siempre onerosos efectos, una repercusión «kármica», por así decirlo, de los actos ejecutados en relación con nuestros semejantes. En definitiva, como señalan otras sentencias afines: «No juzgues, y no serás juzgado», «lo que no quieres para ti no lo quieras para otro/mi» yno desear nunca el mal ajeno porque «el que la hace, la paga», que supone una singular variante popular del «ojo por ojo…».  

El que solo se ríe, de sus maldades se acuerda

Publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia/Diario de Las Palmas del sábado 21 mayo 2022//

Decía Henri Bergson que la comicidad es un rasgo propiamente humano. La afirmación nos lleva a admitir que la risa es una de las pocas manifestaciones que nos distinguen de otros animales. No obstante, la aseveración del filósofo francés no puede ser considerada en términos absolutos, ya que desde la neurociencia se considera que existen otros animales con la capacidad de reír. Esto es lo que parece suceder con algunas especies de primates, con los perros o con las ratas, entre otros mamíferos. Pero si la risa no es un atributo exclusivo de Homo sapiens,tampoco lo es el lenguaje como sistema de comunicación verbal articulado de manera más o menos compleja sobre la base de códigos sonoros. Mediante el uso de sus propias voces, los animales pueden alertar de una presencia hostil, acudir a una llamada de auxilio, identificar una situación fuera de lo común, compartir alimentos, informar sobre una fuente de suministro de comida, emitir señales de reclamo para el apareamiento y comunicarse de diferentes maneras tendiendo a realizar toda una serie de actos vitales. Incluso, algunas especies de mamíferos, como los delfines, parecen poseer códigos verbales y gestuales que forman parte de un complejo sistema de comunicación. Así las cosas, y excluida la observación de comportamientos inteligentes como factor exclusivamente humano, la diferencia radicaría en la magnitud y cualidad de estas capacidades con las que aventajamos a otras especies (esto es, comportamiento inteligente, complejidad del lenguaje y capacidad de reír). Si bien el hombre no siempre observa un comportamiento inteligente que lo haga velar por su propia supervivencia, sino más bien da muestras de una insensatez supina, podemos convenir que la facultad de risibilidad asociada al uso de un lenguaje de mayor complejidad es una manifestación fundamentalmente humana. Dicho de otro modo, las toninaspodrán mostrarse todo lo inteligentes que quieran, incluso reír como niños mientras juegan chapoteando en el agua, pero no me las imagino contando un chiste a las puertas de un velatorio y descojonarse de la risa, cosa que sí es capaz un sapiens. Y esta es una de las características que nos distingue de otros seres vivos: que somos capaces de articular un diálogo mental que en determinados parámetros culturales puede provocar una carcajada por absurdo y disparatado que parezca. 

El psicólogo Roberto Provine afirmaba que la risa es una actividad natural y social que tiene lugar cuando estamos en contacto con otra gente y que no es un fenómeno aislado, «ya que está íntegramente relacionado con el habla, el lenguaje y la consciencia». Sin embargo, la literalidad del dicho supone una excepción a tal aseveración por cuanto la risa es también una manifestación que puede ser provocada por un pensamiento cuando estamos solos, aislados, sin entrar en contacto con nuestros semejantes. ¿Quién no ha sido sorprendido alguna vez o se ha sorprendido asimismo riendo(se) solo? Cuando nos reímos estando solos es porque hilvanamos un discurso mental que recrea una situación que nos resulta cómica y que ha podido sucedernos o podrá darse en la vida real. Por ejemplo, cuando reconstruimos imaginariamente la broma que gastamos a un amigo o a un compañero de trabajo, mientras caminamos por la calle o vamos conduciendo nuestro coche. Esta situación verosímil (junto con la risa en sueños) es probablemente el único momento en que reímos sin estar en contacto con la gente. 

El proceso de «observación-constatación-conclusión» por el que se originan los dichos y refranes hace que sobre la base de este método el vulgo haya elaborado este aforismo que, con agudeza psicológica, podríamos decir, establece un juicio cuyo significado se asocia a las travesuras: «el que solo se ríe, de sus maldades se acuerda». En el que el acto de «reírse solo» nos lleva automáticamente a una conclusión que nos estamos acordando de nuestras «maldades». Donde la voz en plural «maldades» tiene un sentido laxo que se acerca más al significado de ‘trastada’, ‘burla inocente’, ‘mataperrería‘ generadas por los pensamientos de proyección futura o recuerdos de situaciones ya acaecidas, cómicas o graciosas que, en todo caso, no tienen malicia alguna. El dicho es usual en Canarias y en otros ámbitos del español en América y se emplea como «admonición» menor que pone al descubierto una «baladronada» (comportamiento propio de un «baladrón», persona inquieta, traviesa, pillo, trasto, buena pieza). Así cuando alguien es sorprendido riéndose solo y sin motivo aparente, entonces se establece esta presunción de que seguramente se estará «divirtiendo» con sus propias trastadas. Entonces se le puede reprender con un «¡Ahbaladrón, de qué te estarás acordando!».