Tener menos luces que el faro de Tindaya

CANARISMOS

Tener menos luces que el faro de Tindaya

Luis Rivero 07.04.2018 | publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia.

Un amigo lector de Fuerteventura nos refiere esta expresión que forma parte del rico acervo de dichos y refranes propios de los hombres de la mar. Con ironía se recurre entre los marinos isleños a esta frase comparativa para hacer notar que una persona no tiene “muchas luces”. Que como es sabido se suele decir de alguien nada avispado o más bien poco inteligente. La ocurrencia tiene su gracia si se cae en la cuenta de que desde el Cotillo a la Punta de Jandía no existe faro alguno, y por tanto, en Tindaya no hay ni ha habido nunca faro. Esto lo saben bien los pescadores que faenan por estas aguas y en general los marineros canarios. (Aunque bien es verdad -como ellos afirman- que se echa en falta la presencia de esta luminaria que oriente y advierta al navegante en la noche). Con lo que la sorna resulta patente, pues si no hay faro en Tindaya, está claro que poca luz puede dar? Lo que lo convierte en un modo socarrón y exagerado de advertir que alguien es un auténtico ‘tolete’.

La expresión -como decimos- es jerga propia de los ambientes marineros y se construye como comparativa de inferioridad recurriendo a los vocablos “menos” “que” para relacionar el “coeficiente intelectual” de una persona, por así decirlo, con la poca luz del faro (por inexistente). Tiene su paralelismo en tierra firme -también en Fuerteventura- en esta otra locución que dice: “tener menos luces que un coche de pedales”.

Como es sabido, la luz viene asociada con valor simbólico específico al conocimiento y la inteligencia, lo que parece ser un arquetipo universal. De manera que referido a las personas se dice de alguien -por ejemplo- que “brilla con luz propia” como un halago a su talento o perspicacia. Mientras que una “lumbrera” es un ser muy inteligente o de conocimientos excepcionales; por el contrario, “no tener luces” o “tener pocas luces” es un modo casi eufemístico de referirse a un verdadero necio.

El faro -por su parte- debe su nombre a una metonimia de etimología griega que hace referencia al lugar que albergó la que fuera la más famosa luminaria de la Antigüedad: la isla de Pháros ( Faro) frente al puerto de Alejandría, en el Antiguo Egipto. Se trata de un símbolo primordial: “lucero” guía que centellea y resiste inhiesto cual centinela en permanente estado de vigilia durante la noche, que orienta y alerta al marino de los peligros de la costa.

No obstante la riqueza simbólica que contiene la figura del faro, entorno a la cual se aglutinan los símbolos de la torre y la luz, su recurso -entendemos- es aquí puramente instrumental, pues se trata de una imagen habitual entre los marinos, toda vez que se ha convertido en elemento capital para la navegación nocturna, y así lo ha sido desde antiguo. Se hace, pues, una referencia elemental a la luminosidad en medio de la oscuridad de la noche (oscuridad como antagonismo de luz o conocimiento). Se traduce por asimilación como sinónimo de inteligencia -en una suerte de hiperónimo- pero presentado con jocosa ironía como ausencia de luces, “no tener muchas luces”, que se dice eufemísticamente. Lo que hace de la necedad un objeto de mofa. Buena prueba de ello es la gran variedad de sinónimos a la que se recurre en las islas para decir que una persona tiene “pocas luces”: atolondrado, bobalicón, bobanco, bobilín, de poco seso, güevón, sanaca, singuango, simplón, tolete y un largo etcétera.