Donde manda patrón no manda marinero

CANARISMOS

Donde manda patrón no manda marinero

Luis Rivero 20.07.2018 | Cultura La Provincia/DLP

El dicho “donde manda capitán, no manda marinero” es común en diversos dominios del español en el mundo, desde España a Cuba, pasando por Venezuela o Uruguay, entre otros territorios lingüísticos. Se escucha en Canarias también en la versión que dice: “donde manda patrón, no manda marinero”.

Funciona como máxima o principio que se fundamenta en el esquema de una estructura de poder jerárquico. Implícitamente nos reporta a una relación sinalagmática basada en dos conceptos contrapuestos, pero complementarios: potestad/obediencia.

El “donde” indica lugar genérico, determinado o determinable, no tanto entendido como espacio territorial, sino como situación social o relacional. Se inspira en una metáfora de origen marinero, elemento recurrente en nuestro acervo aforístico. Pero esta figura es extrapolable a cualquier ámbito de las relaciones humanas basadas en un orden de subordinación.

El “patrón” se refiere a la persona que en una pequeña embarcación mercante o pesquera está al mando (de “mandar”) o gobierno de la nave y de la tripulación (“marineros”), representando la máxima autoridad a bordo.

El principio de jerarquía en el que se fundamentan las relaciones sociales no difiere, sustancialmente, de los patrones de comportamiento que justifican la organización en determinadas especies animales. El gregarismo en torno al jefe de la manada tiene su justificación primaria en la búsqueda de protección o socorro mutuo en orden a garantizar la supervivencia de la especie; desde la colaboración entre los distintos miembros para asegurar el alimento en la caza, o para defenderse de predadores, hasta el desarrollo de un incipiente y rudimentario “mutualismo” en ciertas especies.

A pequeña escala, tales basamentos se pueden observar en la estructura organizativa y de poder de una nave, con rangos y escalafones propios de una disciplina marcial. Lo que se justifica en la necesidad de garantizar la seguridad de la embarcación, la integridad de la tripulación y llevar a la nave “a buen puerto”.

En su uso más común el dicho actúa como recordatorio o admonición que trata de justificar el orden jerárquico de poder establecido, sin que se entre a cuestionar la legitimidad de la máxima ni su mutabilidad, dando por sentado que así ha sido siempre y así será. De modo que cuando hay una autoridad que ostenta el mando, el subalterno le debe obediencia sin que pueda atender a otras razones.

En ocasiones se recurre al dicho por parte de los propios subordinados como justificación y, por ende, como excusa a la falta de iniciativa frente a cualquier cuestión que pueda comprometer su responsabilidad. “Yo soy un mandado”, se suele escuchar a menudo del operario que se encoje de hombros ante quien lo interpela sobre cualquier cuestión comprometida.