Lo que está para uno, no hay dios que se lo quite

LO QUE ESTÁ PARA UNO, NO HAY DIOS QUE SE LO QUITE
(Aquí tienen la última colaboración de este año en el Cultura de La Provincia/DLP. Sábado 22 dic 2018)

Se trata de un dicho usual que escuchamos –al menos en Gran Canaria– entre determinadas categorías de hablantes. Lejos de pasar como una frase retórica al uso, parece portar consigo cierto contenido “filosófico”, que acaso nos recuerda a aquella otra sentencia que asevera en luctuosas circunstancias: «No somos nadie» (ya comentada en estas páginas).

«Lo que está para uno, no hay Dios que se lo quite» viene a situarnos frente a una presunta e infalible fuerza del destino que se erige como rectora de las distintas vicisitudes por las que atravesamos en la vida.

La frase nos introduce sin querer en una digresión de orden teleológico y existencial: ¿Está escrito nuestro destino? ¿Estamos predestinados a seguir un guion? ¿Somos hijos del caos y del azar o, por el contrario, del orden y la determinación? ¿Está presente la voluntad del Creador en nuestro acontecer diario? Y si es así: ¿afecta a los hechos trascendentes y al trivial acaecer por igual? ¿O acaso el devenir diario, trascendente o no, está marcado por la contingencia y por el azar? Como si dependieran de una gran ruleta cósmica que favorece caprichosamente los eventos que afectan a nuestras vidas. ¿De qué dependemos realmente?, si es que dependemos de algo. ¿Existe de verdad eso que llaman destino o todo sucede por pura casualidad? ¿Acaso hay alguien que elige por nosotros o somos nosotros quienes elegimos? ¿Casualidad o causalidad?

Estas y otras preguntas son las que surgen entorno a la dichosa frasecita que el lector habrá escuchado en más de una ocasión, quizás sin reparar demasiado en su contenido y trasfondo.

Ya se trate de un acontecer contingente o determinado, el dicho parece proclamar que el destino del hombre –al menos en lo que a los hechos de relevancia se refiere– está marcado por una fuerza superior y trascendente a todo, incluso al propio Creador. «Lo que está para uno, no hay Dios que lo quite». A veces se escucha con un pleonasmo: «Lo que está pa(ra) uno, está pa(ra) uno, y no lo cambia/quita ni Dios», que acaso trata de acentuar la determinación que tiene a «uno» por destinatario.

De todo esto se nutre este dicho que se entona con la convicción, casi sin saber por qué, acaso intuitivamente, que el devenir del tiempo y de las cosas no obedece a una especie de juego de azar que señala nuestra suerte, sino a alguien que lo determina. No se sabe quién –según se expresa– pero que parece trascender incluso a la autoridad divina, puesto que «no lo cambia ni Dios» o «no hay Dios que lo cambie», lo que da a entender que no lo puede cambiar ni el mismo Dios, aún queriéndolo. El «ni Dios» tiene el valor de cuasi “superlativo absoluto” (que es como decir que no lo cambia nadie, que no se puede cambiar, absolutamente). Aquí el “Dios” parece abrazar un concepto genérico que, sin querer, escapa al rigor de la teología monoteísta. Pues en la versión «no hay Dios que lo cambie», implica la hipotética duda de que puede haber alguno, pero no, no hay ninguno. Y así las cosas, cabe preguntarse que si Dios no tiene la autoridad de cambiar nuestro destino ¿De qué dependemos realmente?

Vaya usted a saber…