Está hecho un palanquín

Luis Rivero. Publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia/DLP

En contextos tales como el referirse a la reputación de alguien que no está presente en la conversación, podemos escuchar todavía expresiones como: «¿Ese? Ese es un palanquín» o fulano «está hecho un palanquín».  Decimos que la expresión se usa en ocasiones en ausencia del individuo en cuestión porque –según la entonación y contexto– la voz puede ser ofensiva, aunque muchas veces se insinúa en un tono jocoso y distendido ante el propio sujeto. El Diccionario de canarismos de la ACL registra el término con el significado de ‘sinvergüenza’, ‘fresco’, ‘bribón’, o para nombrar a alguien que anda de acá para allá sin oficio ni beneficio alguno. Tal acepción parece ser exclusiva y propia de las islas, al menos no nos consta su uso en otros dominios del español.

            En la Península el término palanquín –aunque se trata de un arcaísmo en desuso– se utiliza para referirse al «mozo de cuerdas o ganapán», a distintos aparejos en un velero o a un soporte o silla sobre dos varas paralelas y horizontales que en Oriente sirve para transportar cosas o «personas importantes». 

            Indagando sobre la etimología del término, hay quienes apuntan al arcaísmo castellano de «ganapán o mozo de cordel que lleva cargas de una parte a otra» –como señala Guerra, por ejemplo– que los describe como mantenedores de esquina «a la espera del “mandado” o de cargar “tronos”». Con independencia de que antaño se llamara palanquín a los hombres que se ofrecían «por cuatro perras o un pizco de ron» a llevar ocasionalmente cualquier carga o incluso el ataúd en los entierros, su origen podría obedecer a un portuguesismo (palanquim) y que se refiere a la silla o hamaca antaño usada en Madeira (aunque de origen Oriental) para el transporte de personas. Desde donde se introduciría posteriormente en las islas, al menos en Tenerife y Gran Canaria. La presencia de este medio de transporte de personas ha quedado documentada por distintos viajeros y exploradores que visitaron ambos archipiélagos durante la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de una poltrona con varas laterales que era cargada a hombros por dos porteadores. Aunque  inicialmente este medio de locomoción estaba pensado para personas con algún tipo de «movilidad reducida» (por recurrir al eufemismo al uso), el medio se generalizó entre residentes extranjeros de clase acomodada y turistas de postín, pioneros del turismo británico y alemán en las islas entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Es significativo el testimonio de la viajera británica Latimer que deja constancia en el momento de su visita a Tenerife (1888) de la reciente introducción de este medio procedente de la isla de Madeira. 

Es probable, pues, que el término «palanquín» se extendiera para designar popularmente, en sentido figurado y un tanto jocoso, «a quien anda siempre de aquí para allá colgado como un palanquín». Y así se habría lexicalizado como sinónimo de ‘haragán’, ‘gandul’, ‘pícaro’, ‘granuja’, ‘inútil’, ‘aprovechado’, ‘gorrón’, ‘sinvergüenza’, ‘caradura’, ‘buscavidas’, ‘colgadera’; es decir, para referirse a quien tiene por hábito el «palanquinear» (dicho: palanquiniar): andar de un lado para otro holgazaneando, a veces, de «colgadera» [colgadera: En Canarias se dice de la persona que tiene por costumbre el comer, regalarse o divertirse a costa ajena]. Que es, lo que en español se llama «andar/echarse a la briba»: vivir en holgazanería picaresca o darse a este género de vida, como lo define el Diccionario. 

            Otro significado de la voz palanquín –que registran tanto Millares como Guerra– hoy claramente en desuso, es el que se refiere al hombre fuerte, «de recia musculatura», que antaño se ganaba la vida a base de propinas cargando muebles, haciendo «mandados» o portando tronos o el féretro en los entierros. Lo que podría explicarse por la supervivencia del arcaísmo castellano o acaso por un tropo que nombra el oficio por el objeto portado [según Guerra, se designaba así a cada uno de los hombres que conducían los ataúdes en los entierros; de ahí la expresión: «cuatro palanquines»];  coincidiendo con una de las acepciones que recoge el Diccionario: «especie de andas con varas para transportar», esto es, el féretro o caja con varas para llevar a enterrar a los muertos. Y cuyo uso léxico se rememora en una vieja cancioncilla del carnaval chicharrero que decía: «La sardina se murió/ y la fueron a enterrar/ veinticinco palanquines/ un cura y un sacristán».