«Me tiene loco (de) la cabeza»

«El chiquillo está emperrado en que le compre una moto y me tiene loco de la cabeza». El lector habrá podido escuchar –quizás la ha pronunciado en más de una ocasión sin reparar en ello– frases similares a esta. Con este pleonasmo, común en el español de Canarias, se quiere expresar el sentido cansino que producen las palabras o la actitud de una persona que insiste en una pretensión. «Estar loco de la cabeza» es, pues, sentir hastío –estar ahíto– hasta la desesperación («¡cállate un ratito, mi niño, que me tienes ahíta!», pronunciado habitualmente con h aspirada). Otras locuciones similares son: «traer a alguien de cabeza» (en el sentido de provocar molestias), «¡fuerte ahitera, Dios mío!», «estar hasta la coronilla» (la coronilla es la parte eminente de la cabeza y metafóricamente expresa que se está realmente harto) o «estar hasta el moño»  (estar harto, no aguantar más), «sacar de quicio» o «¡fuerte jaqueca!»… Todas estas expresiones se usan con mayor o menor asiduidad en el español de Canarias para expresar que no se aguanta más la pejiguera. [«Pejiguera»  quiere decir ‘insistencia molesta’. Son frecuentes las locuciones verbales «dar la pejiguera» o «estar dando la pejiguera». O también se dice pejiguera a la persona pesada, incordio, «que habla siempre de lo mismo», «que está siempre con la misma matraquilla»]. 

         «Emperrarse», en algunas islas, es sinónimo de coger una rabieta, encapricharse de algo y mostrarse insistente y tedioso para conseguirlo.

         Pero lo que llama la atención realmente en esta expresión es el uso de un pleonasmo que puede parecer cuasi cómico. [Este recurso habitual a la demasía o redundancia en el habla isleña, como ocurre con el «baja p’abajo» o «sube p’arriba», es un fenómeno que invita a profundizar desde la perspectiva de la psicolingüística, pero esto merecería un capítulo aparte]. ¿Por qué esta redundancia? ¿Acaso se puede estar loco de otra parte del cuerpo que no sea la cabeza? La respuesta hay que buscarla seguramente en la creencia popular de que en los distintos órganos del cuerpo se localizan determinadas capacidades anímicas o psíquicas que dan lugar a una amplia simbología en el lenguaje. En tal sentido, la cabeza adquiere el significado según su naturaleza biológica y psíquica de sede o alojamiento del cerebro  y, por ende, simboliza el pensamiento, la razón, la inteligencia y el juicio. Este sustrato simbólico se aprecia en expresiones tales como: «ser duro de mollera», para referirse a alguien terco u obstinado; «perder la cabeza» que es caer en una actitud insensata; «¡qué cabeza para un caldo de pescado!» que reprende jocosamente la torpeza y el talante olvidadizo de alguien; «no tener/o tener dos dedos de frente» que hace referencia al umbral o grado del coeficiente intelectual de un individuo para ser considerado normal; y así un largo etcétera.

          Se distinguen asimismo varias formas de «locura». Cuando nos referimos a una persona poco juiciosa o de poco seso, por ejemplo, decimos que «es un loco (de) playa» (pronunciado de sólito en una sola palabra «locoplaya»); y casi siempre se recurre a expresiones más o menos graciosas y ocurrentes basadas en hipérboles que exageran el fenómeno para definir cualquier tipo de locura. La «locura» –entendida como privación del juicio o la razón y que se manifiesta en distintas patologías que afectan a la mente y al comportamiento del individuo– a menudo suele ser objeto de chanza y donaire en la sociedad isleña, adviértase si no la gran cantidad de «chistes de locos». Así se puede escuchar un gran número de expresiones en tono jocoso: «estar (loco) como una cabra harta (de) papeles» (pronunciado sin preposición y con h aspirada),  «estar como una jaira», «estar como una chola», «estar más sonado/zumbado que una(s) maraca(s)» o «estar como una baifa». Todas ellas para expresar que alguien está chiflado o «jodido del tomate», es decir, que sufre una alteración de sus facultades mentales o que exhibe un carácter impetuoso, temerario, excéntrico o estrafalario. Pero como mismo hay locuras «graciosas», hay también locuras que no son tanto «de la cabeza» sino «del corazón», y así se oye aquello de «amor no quita conocimiento», para advertir que este sentimiento no debe llevar a la ofuscación hasta hacer «perder la cabeza»; o «estar privado de su juicio» [también se escucha «privado a su juicio»] que quiere decir: «estar privado», exultante de ánimo o «loco de alegría». Pero aquí nos referimos a otras «locuras», no la de «estar mal del casco» o «de la azotea», sino a esas situaciones que «vuelven loco a cualquiera», hasta llegar a exclamar: «¡me tiene loco (de) la cabeza!».