Perro echado aguanta mucha hambre

CANARISMOS 

Perro echado aguanta mucha hambre

 ©Luis Rivero.            Suplemento Cultura La Provincia/DLP

Dentro del imaginario doméstico que nutre el proceso de elaboración de dichos de carácter proverbial, encontramos un elenco de animales que habitualmente figuran en el entorno rural.  Ya se trate de animales de cría, ganado o bestias que auxilien en las faenas agrícolas, como: cabras, ovejas, vacas, gallinas, cochinos, burros o camellos; o animales llamados de compañía, aunque en ocasiones se les haya asignado algún rol implícito a su condición dentro de un esquema tradicional de división del trabajo doméstico. Tal es el caso del gato que merodea en torno a la casa y al que tácitamente se le ha encomendado el deber de mantenerla limpia de ratones y otras alimañas; el perro como guarda de la propiedad y, en el caso de algunas razas, empeñado en el manejo del ganado o en la caza (u otras actividades menos dignas: las peleas); los pájaros canarios que armonizan el hogar con el sonido de sus cantos; o la cría de palomas como entretenimiento de muchos aficionados a esta práctica.

De esta convivencia, en el curso de los siglos es de destacar la compañía del canis lupus familiaris o perro doméstico, que no en vano es uno de los primeros animales silvestres en ser domesticado por Homo sapiens. (En Canarias, ya los antiguos gozaban de la compañía de los canes). No es de extrañar, pues, que buena parte de los dichos tradicionales tengan como sujeto aleccionante a quien por lealtad se ha ganado la fama de «mejor amigo del hombre». Emblema de fidelidad que le ha procurado con el andar del tiempo un estatus privilegiado dentro de la sociedad insular (y humana en general),  que remunera y culmina el sometimiento al proceso de antropización. Este apego ha forzado un ejemplo de simbiosis animal-hombre hasta la total sumisión del can a su dueño (aunque hoy, atendiendo a las prolijas atenciones de las que son objeto, pudiera parecer más bien lo contrario). Ello se evidencia en la actitud de tolerancia y laxitud frente a los niveles de exigencia que en el pasado –y quizás todavía en determinados ambientes rurales– se pretendía de quien recibe su ración diaria. No resulta infrecuente, pues, que el animal dormite plácidamente sin ser importunado por el resto de moradores de la casa.

Sabido es que el modo primario de combatir los efectos de la inanición por la falta de alimento es el reposo. La situación de quietud disminuye el consumo calórico del organismo, y en ausencia de actividad física resulta sensiblemente menor el dispendio de energía por las actividades mecánicas que sostienen los procesos vitales, como respiración y circulación. Este estado de relativo reposo propicia un menor empleo de energía en el metabolismo basal.

Seguramente nuestro perruno amigo no será del todo consciente de tal afirmación científica, pero instintivamente la confirma con su conducta. Como por el mismo proceso de observación-constatación-conclusión el vulgo construye sus propios asertos aforísticos que rudimentariamente, pero con sabiduría, así lo expresa: «perro echado mucha hambre aguanta» (que dice otra de sus variantes).

El dicho viene a significar figurativamente  que el individuo que no trabaja no tiene grandes necesidades alimenticias.  Se suele usar cuando se ve a alguien holgazaneando a placer o descansado tranquilamente, con tan pocas ganas de moverse que no se alza ni para comer. Y con sorna se exclama , pronunciando a veces con la «h» aspirada para enfatizar el término ‘hambre’: «perro echado aguanta mucha hambre».