El que fue al barranco, perdió su banco

Publicado en el suplemento de cultura de La Provincia/DLP y El Día/La Opinión de Tenerife del sábado 19 nov. 2022. Luis Rivero

En una geografía de peculiares características como la insular, en particular Gran Canaria, como paradigma de orografía accidentada, «el barranco» es una singularidad local con identidad propia que no necesita un topónimo específico. En efecto, cada pueblo de la isla cuenta, al menos, con un barranco principal que forma parte de las propias señas identitarias de la localidad. De hecho, los cauces de los barrancos suelen ser «frontera» natural entre las demarcaciones de los términos municipales. Antaño y todavía hoy, el barranco tenía y tiene un especial protagonismo en el mundo rural. Haciéndose eco de la importancia que se le atribuye, se expresa un dicho isleño que dice: «barranquillos hacen barrancos» (para significar que poquito a poco se hace mucho). En el imaginario insular, el barranco viene asociado al cauce de aguas de corrientes discontinuas durante la estación de lluvias que, con suerte, alcanza a anegar algún que otro «natero» y alcogida o, con la fuerza de la madre de agua, llega a limpiar el cauce de trastos o arretrancos que tira la gente. El barranco es también lugar de paso y donde pace el ganado, donde se localizan nacientes y arroyos que discurren libres o canalizados en acequias; o donde se perforaban galerías en sus laderas para alumbrar aguas. Para muchos el barranco fue el lugar de juegos de la infancia, para otros evoca un tiempo pasado en el que barrancos y laderas eran terrenos propicios para actividades que gozaron de una importancia fundamental en la economía isleña, como lo fue la recogida de la cochinilla. Probablemente es en aquella época no lejana en el tiempo donde se sitúa el origen de este dicho o modismo que funciona como frase aforística. Se trata seguramente de la versión local del refrán castellano «el que fue a Sevilla, perdió su silla», que cuenta con diversas variantes tanto en España como en América y se emplea con idéntico fundamento. Pero más allá de los probables orígenes o antecedentes que se atribuyen a la versión castellana más conocida y de si de esta derivan las expresiones afines que se escuchan tanto en el español de América, de España o de Canarias, lo que sí parece claro es que su ámbito universal es más que evidente por la presencia de paremias similares en diversas lenguas del entorno cultural e idiomático del español. [V.gr., en italiano: Chi va a Roma, perde la poltrona («quien va a Roma, pierde la poltrona»); en francés: Qui va à la chasse, perde sa place («Quien va a la caza, pierde su sitio/plaza»); o en portugués: Quem vai ao mar perde o lugar («Quien va a la mar pierde el sitio»)].

La voz «barranco», en su literalidad, se refiere a un lugar físico bien definido y de ubicación local, pero relativamente distante del escenario en que se invoca por el hablante (a diferencia de «Sevilla» como lugar geográfico lejano que le confiere un uso más general). En sentido figurado expresa cualquier lugar o motivo que justifique nuestra ausencia temporal. El «banco» es el puesto que cada cual ocupa, ya sea en la escuela o en cualquier lugar de recreo o esparcimiento. Como mobiliario que sirve para sentarse representa figuradamente el acomodo con vocación de permanencia. La combinación de los términos  «barranco/banco» parece obedecer a la búsqueda de una rima consonante pegadiza y con sonoridad (al igual que «Sevilla/silla»)  con criterio nemotécnico que facilite su implantación/recepción entre hablantes. En un sentido recto se suele emplear por los chiquillos, cuando alguien ocupa el asiento de otro que se ausenta por cualquier necesidad pasajera con intención de retornar en breve a su puesto. Y cuando regresa ve que su asiento ha sido ocupado por otro, que «repollinado» y sin intención de levantarse, larga: «¡Ah, amigo!, el que fue al barranco, perdió su banco». Este sentido casi instintual de «posesión territorial» que manifiestan tanto humanos como animales, en ocasiones se ve acentuado entre los más pequeños, hasta el punto de llegar a ser fuente de conflictos. En un sentido amplio se puede escuchar cuando durante la ausencia más o menos dilatada en el tiempo de quien ocupa un puesto o posición envidiada, alguien, aprovechando la oportunidad,  priva de su posición/posesión de privilegio al ausente. Por ejemplo, la inasistencia prolongada al trabajo de alguien que cuando regresa se encuentra con la sorpresa de que su puesto ha sido ocupado por otro. Entonces se suele decir: «El que fue al barranco, perdió su banco».