El que está harto, no se acuerda del que tiene hambre 

Publicado en el suplemento de Cultura de La Provicia/DLP y El Día/La Opinión de Tenerife del sábado 3 dic. 2022. Luis Rivero

De entre los tres componentes del llamado cerebro «trino», esto es, el complejo reptiliano, el cerebro límbico y el neocórtex, parece atribuirse al cerebro reptiliano, como parte más arcaica del cerebro humano, la responsabilidad de mantener con vida al individuo. Digamos que el sistema reptiliano, como garante de las funciones vitales, tiene como tarea principal la de activar los mecanismos de control de músculos y las funciones fisiológicas autónomas como la respiración, el latido del corazón o la digestión. En cierto modo, puede considerarse responsable del «sistema de defensa» encargado de mantenernos con vida que se activa cuando el sujeto percibe una sensación de miedo o peligro, una reacción primaria e instintual como si estuviera «programado» única y exclusivamente para desempeñar tal función. Es responsable de reacciones como la huida o adoptar una actitud defensiva ante un ataque externo que nos pone en peligro, pero también de la respiración automática sin necesidad de que pensemos en ello o de comer cuando estamos hambrientos. No se trata de un «cerebro» racional ni emotivo, sino instintivo y automático que «se activa» cuando nos sobrecoge alguna situación de peligro, temor o necesidad vital. En tal sentido, la satisfacción de necesidades primarias como respirar, beber, comer o dormir son aspectos esenciales para la vida y su insatisfacción podría llegar a provocar la muerte. En estos automatismos es donde el cerebro reptiliano adquiere protagonismo. Pero una vez puesta en marcha la concatenación de reacciones neuronales y fisiológicas que llevan a colmar la necesidad de nutrimento, el sujeto vuelve a un estado de relajación en el que no parece importarle ya la ingestión de alimentos. En este sentido, podríamos decir que el instinto de supervivencia en el ser humano es egocéntrico en cuanto se ocupa en primer lugar –si no exclusivamente– de sí mismo. Por lo que una vez colmada la necesidad de ingerir alimentos, no existen más motivos de preocupación. Y esto es lo que puede explicar el sentido literal del dicho «el que está harto, no se acuerda del que tiene hambre». Cuando hablamos de satisfacción del apetito o del hambre se dice «hartera» o «hartarse», esto es, quedar satisfecho, saciado, lleno, aboyado. [En el español de Canarias la h muda se pronuncia frecuentemente como h aspirada o como j, de modo tal que escuchamos a menudo: «estoy jarto» o «¡qué jartera!», pronunciado con especial énfasis, imprimiendo un golpe de voz en la primera sílaba. Así resulta, por ejemplo, en la locución «estar jarto como un/una chinche», comparativa que se emplea a menudo para expresar exageradamente que se está lleno o harto de tanto comer]. 

«El que está harto, no se acuerda del que tiene hambre» viene a expresar en sentido literal que el que está satisfecho (porque ha comido hasta la saciedad) «no se acuerda», esto es, no le importa ni le interesa la situación «del que tiene hambre», porque esta es una necesidad individual que afecta solo al que la padece y a nadie más. Esta es la interpretación que en un contexto determinado puede observar el significado en su literalidad. [Viene aquí a colación aquel otro dicho afín que dice: «que cada palo aguante su vela» o «que cada santo aguante su vela» para expresar igualmente que cada cual debe pechar con sus obligaciones y soportar las vicisitudes que le depare su propia suerte o destino].  

 En sentido amplio puede referirse a quien se encuentra bien, ya sea físicamente o con sus necesidades satisfechas (en zona de confort), no se suele acordar ni preocupar de quien no está tan bien. Es decir, no suele mostrar empatía ni solidaridad por quien no corre su misma suerte. En este sentido puede considerase una aplicación singular de otras expresiones afines como: «el gallo no se acuerda de cuando fue pollo» o «el cura no se acuerda cuando fue monigote/sacristán» que se emplea también de manera genérica para expresar que solemos olvidar fácilmente nuestra condición en el pasado, sobre todo cuando la situación anterior era peor que la presente.