El hombre que curaba con plantas

CUADERNO DE VIAJES. Publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia/DLP del sábado 25 agosto 2023.//

“En realidad, las capacidades sensitivas de las plantas y la posibilidad de experimentar «emociones» es algo que ya constató Cleve Backster, un tío tan poco sospechoso de pertenencia a grupos new age o movimientos por el estilo”.

Esta es una historia de seres sensibles. Una historia que habla de plantas. Aunque hay quienes sitúan el reino vegetal en una escala inferior a los reinos animados. Me la contó el viejo Adriano. Adriano era un farmacéutico-herborista jubilado que conocí hace ya unos años durante una estancia en el Piamonte italiano. Se dedicaba en su vejez a la recolección de plantas silvestres de uso medicinal y a su cultivo. La fitoterapia es un saber universal que cuenta con una gran tradición desde la Antigüedad. Se calcula que  de las más de 31.000 especies vegetales inventariadas que tienen un uso documentado, alrededor de 18.000 tienen alguna utilidad medicinal o terapéutica. Adriano era un pozo de sabiduría ancestral, una especie de chamán contemporáneo. Lo conocí por casualidad mientras él trabajaba en el huerto al que le dedicaba los fines de semana. Recuerdo que preparaba esquejes de equináceas para trasplantarlos. Como si me conociera desde siempre, me pidió que le echara una mano a trasladar los esquejes al huerto, un bancal más arriba. Le ayudé a plantar y me pidió que me ocupara de regar el huerto en su ausencia. Después me explicó la utilidad de cada una de las distintas especies plantadas. De ahí nació mi amistad con Adriano. Se entregaba con pasión y de manera altruista a este menester. Mostraba en particular una fe cercana a la exaltación sobre las propiedades terapéuticas de la equinácea. Me sugería a propósito de sembrar por doquier semillas de la flor de la equinácea. Vaticinaba que en un futuro no lejano sería necesario para proteger nuestro organismo «de lo que estaba por venir». Esto lo diría casi diez años antes que se diera a conocer el SARCov-2. De la equinácea se pregonan distintas propiedades. Se dice que es un potente antiviral cuyos principios activos fortalecen el sistema inmunitario, aumentando las defensas y protegiendo las células de las agresiones víricas. Para Adriano la equinácea tenía la vocación de planta sagrada. Y esta faceta de visionario la «ejercitaba» con humildad, pero con convicción.

 Una tarde quedamos en el bar del pueblo para tomar un aperitivo.  Durante esta charla distendida, me contó una historia extraordinaria. Me habló de las estrellas de los Alpes, que «son seres especiales» –así se refirió a ellas– capaces de guardar la memoria colectiva de toda la  especie. La estrella alpina, flor de las nieves o edelweiss, que con todos estos nombres se le conoce, florece en colonias en los prados expuestos al sol durante los meses estivos en torno a los dos mil metros de altitud, en los Alpes. Me contó que de estas plantas, en el pasado, habrían «presenciado» ejecuciones masivas de partisanos a manos del ejército alemán. El norte del Piamonte, en particular las zonas montañosas de los Alpes, fue escenario de la actividad guerrillera partisana durante la guerra de liberación en Italia (1943-1945). Los fusilamientos en masa de los prisioneros era el modus operandis del ejército de ocupación. Las plantas habrían registrado aquel trauma en su «memoria genética», por así decirlo. De manera que cuando  «veían» a alguien de uniforme, ya se tratara de guardias forestales o de cazadores con su indumentaria «paramilitar», las flores rememoraban aquel episodio lejano y manifestaban estrés. Adriano me aseguró de haber sido testigo en una ocasión de cómo las florecillas tremaban muertas de miedo ante la presencia uniformada de unos guardias forestales.

Me conmovió aquella historia. Fue la primera vez que escuché hablar de memoria de las plantas. Y me llamó la atención de tal manera que me interesé por el tema. Después he sabido que árboles y plantas, en general, no solo poseen memoria, sino también algún tipo de inteligencia que consiste, básicamente, en buscar soluciones a problemas que puedan poner en riesgo la supervivencia de la entera especie o de un solo «individuo». Los organismos vegetales poseen, además, su propio sistema de comunicación entre ellos que funciona como una red a través de las raíces o del polen. Los árboles pueden adoptar actitudes solidarias o mutualistas para ayudarse entre ellos, reconocer los lazos de parentesco con otros individuos de su misma especie, en cuyo caso la asistencia puede resultar más evidente, y pueden llegar a adoptar sistemas defensivos ante un ataque de plagas o predadores. En realidad, las capacidades sensitivas de las plantas y la posibilidad de experimentar «emociones» es algo que ya constató Cleve Backster, un tío tan poco sospechoso de pertenencia a grupos new age o movimientos por el estilo. Backster era un funcionario de la CIA que llegó a ser director de uno de sus departamentos durante el periodo de la guerra fría. Especialista en interrogatorios, era –a la sazón– una de las personas que mejor conocía el funcionamiento del polígrafo. Su curiosidad lo llevó a aplicar la máquina de la verdad a las plantas que decoraban su oficina. Los resultado fueron sorprendentes. El polígrafo detectó en las plantas reacciones propias de las personas. Cuando alguien es sometido a un interrogatorio, el polígrafo constata determinadas respuestas fisiológicas que alteran los parámetros normales. Pues bien, las plantas de Backster eran capaces de mostrar estrés, agitación y miedo ante el mero pensamiento o intento de causarles algún mal.

No obstante esta percepción de las plantas puesta en evidencia por los descubrimientos más recientes de la neurobiología vegetal, hay quienes siguen pensando que las plantas son solo plantas, como mismo las piedras no son más que objetos inanimados. Hoy sabemos que tienen memoria, incluso una memoria colectiva.  

El viejo Adriano me había prometido que aquel verano iríamos a la montaña en busca de alguna población perdida de estrella de los Alpes. Me decía que solo en muy raras ocasiones «se dejaban ver», pero cuando descubrías una entera colonia te invadía una alegría inmensa.

Esperé la vuelta de Adriano, pero no volví a saber de él durante un tiempo. Después supe que había sufrido un accidente que le provocó lesiones graves que afectaron a una parte de su cerebro. Lo que lo redujo a un estado –paradojas del destino– cuasi vegetativo.

En aquellos días, antes de mi regreso, se produjo un temporal con fuertes vientos y un tornado que provocó daños y arrasó árboles a lo largo de la ribera del lago. Les hablaré solo del roble centenario  del parque de la biblioteca que con varias ramas amputadas por el viento quedó maltrecho, pero permaneció en pie. Con sus heridas visibles todavía, resistió inhiesto durante algún tiempo. Hasta que un día, un ejército de operarios armados con sierras y sin contemplaciones abatió el viejo quercus. Entonces me acordé de las colonias de estrellas de los Alpes y de lo que me decía el viejo Adriano, del que no he vuelto a saber.