El que fue al barranco, perdió su banco

Publicado en el suplemento de cultura de La Provincia/DLP y El Día/La Opinión de Tenerife del sábado 19 nov. 2022. Luis Rivero

En una geografía de peculiares características como la insular, en particular Gran Canaria, como paradigma de orografía accidentada, «el barranco» es una singularidad local con identidad propia que no necesita un topónimo específico. En efecto, cada pueblo de la isla cuenta, al menos, con un barranco principal que forma parte de las propias señas identitarias de la localidad. De hecho, los cauces de los barrancos suelen ser «frontera» natural entre las demarcaciones de los términos municipales. Antaño y todavía hoy, el barranco tenía y tiene un especial protagonismo en el mundo rural. Haciéndose eco de la importancia que se le atribuye, se expresa un dicho isleño que dice: «barranquillos hacen barrancos» (para significar que poquito a poco se hace mucho). En el imaginario insular, el barranco viene asociado al cauce de aguas de corrientes discontinuas durante la estación de lluvias que, con suerte, alcanza a anegar algún que otro «natero» y alcogida o, con la fuerza de la madre de agua, llega a limpiar el cauce de trastos o arretrancos que tira la gente. El barranco es también lugar de paso y donde pace el ganado, donde se localizan nacientes y arroyos que discurren libres o canalizados en acequias; o donde se perforaban galerías en sus laderas para alumbrar aguas. Para muchos el barranco fue el lugar de juegos de la infancia, para otros evoca un tiempo pasado en el que barrancos y laderas eran terrenos propicios para actividades que gozaron de una importancia fundamental en la economía isleña, como lo fue la recogida de la cochinilla. Probablemente es en aquella época no lejana en el tiempo donde se sitúa el origen de este dicho o modismo que funciona como frase aforística. Se trata seguramente de la versión local del refrán castellano «el que fue a Sevilla, perdió su silla», que cuenta con diversas variantes tanto en España como en América y se emplea con idéntico fundamento. Pero más allá de los probables orígenes o antecedentes que se atribuyen a la versión castellana más conocida y de si de esta derivan las expresiones afines que se escuchan tanto en el español de América, de España o de Canarias, lo que sí parece claro es que su ámbito universal es más que evidente por la presencia de paremias similares en diversas lenguas del entorno cultural e idiomático del español. [V.gr., en italiano: Chi va a Roma, perde la poltrona («quien va a Roma, pierde la poltrona»); en francés: Qui va à la chasse, perde sa place («Quien va a la caza, pierde su sitio/plaza»); o en portugués: Quem vai ao mar perde o lugar («Quien va a la mar pierde el sitio»)].

La voz «barranco», en su literalidad, se refiere a un lugar físico bien definido y de ubicación local, pero relativamente distante del escenario en que se invoca por el hablante (a diferencia de «Sevilla» como lugar geográfico lejano que le confiere un uso más general). En sentido figurado expresa cualquier lugar o motivo que justifique nuestra ausencia temporal. El «banco» es el puesto que cada cual ocupa, ya sea en la escuela o en cualquier lugar de recreo o esparcimiento. Como mobiliario que sirve para sentarse representa figuradamente el acomodo con vocación de permanencia. La combinación de los términos  «barranco/banco» parece obedecer a la búsqueda de una rima consonante pegadiza y con sonoridad (al igual que «Sevilla/silla»)  con criterio nemotécnico que facilite su implantación/recepción entre hablantes. En un sentido recto se suele emplear por los chiquillos, cuando alguien ocupa el asiento de otro que se ausenta por cualquier necesidad pasajera con intención de retornar en breve a su puesto. Y cuando regresa ve que su asiento ha sido ocupado por otro, que «repollinado» y sin intención de levantarse, larga: «¡Ah, amigo!, el que fue al barranco, perdió su banco». Este sentido casi instintual de «posesión territorial» que manifiestan tanto humanos como animales, en ocasiones se ve acentuado entre los más pequeños, hasta el punto de llegar a ser fuente de conflictos. En un sentido amplio se puede escuchar cuando durante la ausencia más o menos dilatada en el tiempo de quien ocupa un puesto o posición envidiada, alguien, aprovechando la oportunidad,  priva de su posición/posesión de privilegio al ausente. Por ejemplo, la inasistencia prolongada al trabajo de alguien que cuando regresa se encuentra con la sorpresa de que su puesto ha sido ocupado por otro. Entonces se suele decir: «El que fue al barranco, perdió su banco».

¡Eso no se paga con dinero! 

Luis Rivero, publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia sábado 5 noviembre 2022.

Cada decisión que tomamos o cada obligación que asumimos en la vida tiene un coste o unas consecuencias, por ello se dice que «todo tiene un precio». Incluso hay quienes van más lejos y afirman que «cada cual tiene su precio». Se recurre a esta expresión cuando se pone en entredicho la integridad de la generalidad de las personas insinuando con ello que el dinero puede mover voluntades. A fin de cuentas y según esta creencia, «todos» pueden ser «sobornables», «comercializables». Sin embargo, aún cuando la historia del mundo, del poder y de la riqueza estén íntimamente ligadas al «dios dinero», no todo se puede comprar o pagar con este, aunque sean pocas las cosas que queden excluidas del «tráfico mercantil». Y esto se aprecia si consideramos algunos aspectos culturales de la tradición judeocristiana en relación con el dinero.                                                          Fue a partir del año 622 a.C., con la reforma de los cánones de la tradición hebraica llevada a cabo por Josías, rey de Judea, cuando se sustituyeron los sacrificios humanos (como se relata en Éxodo 22, 28-29 y Ezequiel 20, 24-26) por oblaciones de corderos. Con el tiempo, esta obligación de ofrecer holocaustos «al Señor» viene mitigada y sustituida por una suma «dineraria». Parecía mucho más «civilizado» y acorde con aquellos tiempos, además de resultar más atractivo económicamente, la recaudación de dinero en lugar de derramar la sangre de los sacrificios. Este momento histórico resulta de especial trascendencia para las sociedades de matriz judeocristiana, pues supone el paso del homicidio al pago de una cantidad «pecuniaria», es decir, el inmolar algunas pécoras a cambio de una vida humana. Una asociación subliminal entre sangre y dinero que ha pesado como una losa en el inconsciente colectivo y que ha dejado su impronta en el lenguaje [así, por ejemplo, se emplea comúnmente el verbo «desangrarse» para hacer referencia a la situación en que se encuentra alguien que ha contraído una deuda considerable y que tiene dificultades para hacer frente al pago, mientras los intereses continúan acumulándose y aumentando el monto del débito. Rememorando aquella identificación entre el dinero y la sangre]. Otra voz marcada por aquel momento histórico es el término «pecuniario» (o pecunio) que hace referencia al ‘dinero’, ‘moneda’ (del latín pecus-oris que significa ‘ganado’). En castellano «pécora» es también sinónimo de cabeza de ganado ovino, las mismas cabezas de ganado que antiguamente indicaban la riqueza de alguien. Y otra coincidencia significativa: las dos primeras veces en que se hace referencia al dinero en la Biblia, primero a los 400 siclos de plata que Abraham pagó por el terreno en que sepultó a su esposa; la segunda, se refiere a los 1.100 siclos de plata que recibió Dalila por la celada que le tendió a Sansón y que a la postre acabaría con su vida; en ambos casos existe una extraña asociación entre dinero y muerte. Pero no siempre se han pagado las deudas con dinero. En las civilizaciones de la Antigüedad, desde Mesopotamia a Roma, hubo un tiempo en que el impago de una deuda contraída podía convertir al deudor en esclavo del acreedor. Lo que era un modo de pagar las deudas con la propia libertad. También la posibilidad de pagar dones «espirituales» con dinero tiene antecedentes bíblicos, como lo son las «primicias» de la tierra que se entregaban a los sacerdotes del templo, o lo que fue más tarde el «diezmo». Lo mismo ocurre con la compensación de otros beneficios como la indulgencia, que los fieles más pudientes obtenían a cambio de dinero. Pero si hasta la absolución de las faltas cometidas se puede comprar con dinero, existen otros aspectos de la vida terrena que, no obstante ser «preciosos» (‘de mucho valor’ o ‘elevado coste’), no pueden ser pagados ni con todo el dinero del mundo. 

         La expresión «eso no se paga con dinero» se emplea para referirse a algo, casi siempre inmaterial, que se recibe como favor o gracia de alguien o del propio destino y que por su alto valor y provecho hace muy difícil o imposible compensarlo económicamente. Se dice, pues, que ese algo no se paga con dinero porque «no tiene precio», para subrayar la elevadísima condición y estima del don recibido. Y aquí entra la valoración subjetiva de cada cual, pero seguramente solo pueden incluirse un sucinto elenco de pequeñas grandes cosas que nos llenan el corazón de aquello que a veces no se ve, pero se percibe de alguna manera y nos hace sentir gozosos, agradecidos y satisfechos. 

Cuaderno de viajes: Casablanca, la búsqueda de los orígenes

Un viaje a Casablanca en busca del origen bereber y judío es como un espejo del viaje al inconsciente para desvelar la propia identidad

Luis Rivero, publicado en suplemento de Cultura de La Provincia/DLP sábado 22 octubre 2022.

Roberto tuvo una infancia difícil. Siendo muy pequeño lo separaron de su madre, unos años más tarde quedó huérfano de padre y fue maltratado por su madrastra. De joven, su vida no fue menos azarosa. Nació en Casablanca porque su padre, en los años de posguerra, por razones poco claras, había abandonado las islas para trasladarse a Marruecos, entonces bajo el protectorado francés. Si bien creemos que los motivos no fueron otros que el temor a algún tipo represalia por parte de las autoridades españolas por sus simpatías con el bando republicano durante la guerra civil. El año de nacimiento debió de ser el 1956, aunque no existe cereza por las razones que veremos. Su padre contraería matrimonio en primeras nupcias con una mujer bereber y judía. De este matrimonio nacieron dos hijos gemelos, Roberto y su hermana, cuyo nombre desconocemos. Por razones que ignoramos, pero que podemos intuir, las cosas no fueron bien en el matrimonio. Debió desatarse un conflicto latente cuando el padre de Roberto decidió regresar a Canarias a finales de los 50. Las divergencias surgieron por quién se quedaría con la custodia de los dos hijos. La separación no debió de ser fácil, la madre no quería separarse de sus hijos, mientras que el padre quería llevarse consigo al varón. La madre había decidido emigrar a Israel con sus dos hijos. En aquellos años, el estado de Israel promovía una campaña de «repatriación» de los judíos de la «diáspora» marroquí. La condición judía de la madre y, por ende, la de sus hijos, suponía que podrían obtener la nacionalidad israelí, lo que les otorgaría una serie de beneficios por la condición de nuevos ciudadanos del estado de Israel. De aquellos primeros años de vida, Roberto no se acuerda de nada. Como si hubiera cancelado la memoria a consecuencia de una amnesia traumática. Tan solo le perseguía el recuerdo de una violenta discusión entre su padre y una mujer, que con los años identificaría como su madre. Peleaban en la escalera, a la puerta de la casa, por quedarse con el pequeño Roberto. Su madre lo tenía en brazos, mientras su padre pugnaba para arrebatárselo. En medio del forcejeo, el niño salió rodando escaleras abajo. Acabaría en un hospital, donde permaneció «durante mucho tiempo», según le decía su padre, sin que exactamente sepamos cuánto. El padre nunca quiso hablarle de lo ocurrido ni de su pasado. Con este episodio que cambiaría su vida comenzó el calvario de Roberto en busca de su verdadera identidad. Durante el periodo de convalecencia en el hospital, su padre había contraído matrimonio en segundas nupcias. Para poder regresar a Canarias con su hijo, se las ingenió para darle el apellido de la madrastra. En la «reconstrucción de los hechos» llegaríamos a la conclusión de que era bastante improbable que tanto Roberto como su hermanita gemela no fuesen inscritos a su debido tiempo en el registro civil de Casablanca como hijos legítimos del primer matrimonio. De lo contrario, la madre no habría podido quedarse con la niña ni emigrar a Israel. Por tanto, la artimaña a la que debió recurrir el padre fue la de una nueva inscripción de nacimiento en el registro civil, esta vez fuera de plazo y con un apellido diferente, como si fuera hijo de su segunda mujer. Y habiendo transcurrido al menos un par de años, de la primera inscripción a la segunda, pasaría desapercibido. 

Esta hipótesis, por así decirlo, surgió años después de conocer a Roberto (que obviamente no se llama así) y era entonces trabajador portuario. En un momento de su vida en el que sintió la necesidad de desvelar este enigma de su pasado. Cuando me lo contó, mientras nos echábamosun café en la terraza de un bar, me conmovió su historia y decidí ayudarlo a encontrar a su verdadera madre –si es que estaba viva– y a su hermana gemela que, por lo que sabíamos, habían emigrado a Israel siendo él muy pequeño. Lo primero que se me ocurrió fue que se sometiera a una «regresión» a través de una hipnosis inducida que le permitiera acceder a memorias depositadas a niveles subconscientes. Estuvimos un fin de semana en Barcelona donde yo conocía a una señora francesa, la doctora Florence, experta en tales menesteres. Roberto, entusiasmado con lo que le había contado, no dudó en ponerse en sus manos y afrontar la experiencia regresiva que, para entendernos, es una especie de inmersión en el pasado no recordado a nivel consciente (incluso se puede llegar a vidas precedentes), casi siempre con un objetivo terapéutico al «revivir» ciertos episodios pretéritos y «desconocidos». La imagen de la escalera, la mujer que gritaba desesperada (su madre) porque un hombre (su padre) intentaba arrebatarle a su hijo, se repetía. El estado de hipnosis al que lo trasladaba la doctora Florence terminaba siempre con la «vivencia» de salir rodando escaleras abajo, una sensación de dolor físico y un profundo shock. Después entraba en un estado de quietud similar al sueño que la doctora asociaba a un coma profundo en la que las visiones del astral–decía– se entremezclaban con las de su permanencia en el hospital, que eran memorias borrosas y confusas. Pero que no aportaban nuevos elementos a la investigación, más allá de confirmar, acaso, las deducciones a las que habíamos llegado con anterioridad y el presupuesto de partida. Aunque las varias sesiones regresivas a las que se sometió enriquecieron el escenario del tiempo anterior al incidente de la escalera. Llegó incluso a «revivir» la ceremonia de circuncisión que, según la tradición, se lleva acabo en el octavo día desde nacimiento, dato este que Roberto desconocía. Este «recuerdo» despejó cualquier duda de que aquello pudiera ser pura sugestión. Apareció nítida también la visión de una cocina en la que su madre preparaba la cena para él y su hermanita. Tendrían de 2 o 3 años, por lo que debía de ser a finales de los años cincuenta. Vivían en la segunda planta de un edificio de estilo colonial en el barrio judío de Casablanca. Al apartamento se accedía a través de una empinada escalera que a la postre se reveló una trampa (¿o acaso un milagro?) para propiciar el olvido. Un dato curioso que vendría a avalar la tesis de la edad de Roberto, entre 2 y 5 años cuando sucedieron los hechos, es que durante la sesión, a las preguntas de la doctora Florence, Roberto hablaba en francés, que era la lengua que, vagamente, recuerda de su infancia y que de adulto olvidó totalmente.

Ya en la isla, fuimos al consulado de Marruecos a ver si podíamos obtener una partida de nacimiento donde figurara el nombre de su madre. Roberto le contó su historia a un funcionario que le escuchó de muy mala gana y con cara de «pero qué me estas contando». Resultó del todo inútil. Lo intentamos en el consulado francés, pues en la época en que situamos la fecha de nacimiento más probable, Marruecos era un protectorado de Francia. En el consulado francés intentaron ayudarnos, pero no darían con los apellidos de su verdadera madre. La funcionaria que nos atendió, se mostró muy amable y lamentó que la búsqueda resultara infructuosa. Después, sonriente, exclamó que tenía una buena noticia: «¿Sabe que puede obtener la nacionalidad francesa, si lo desea? La ley francesa reconocía tal derecho a los ciudadanos nacidos en un territorio bajo la jurisdicción francesa». Pero a Roberto no le interesaba ser francés ni tener doble nacionalidad, sino conocer su verdadera identidad. 

Llegados a este punto, nos quedaban dos opciones para dar con la identidad de la madre de Roberto y su hermana que habrían emigrado a Israel entre 1956 y 1961. La primera de las opciones era irnos al Consulado General de Francia en Casablanca y mover Roma con Santiago hasta dar con algún indicio que nos llevara a la identidad de la madre de Roberto. La otra opción era escribir a Paco Lobatón que entonces presentaba un programa en televisión de máxima audiencia que se dedicaba a buscar a personas desaparecidas. Pero Roberto había desechado esta vía mediática de antemano.

Así fue como una semana después cogimos un vuelo hasta Casablanca y nos dirigimos sin demora al Consulado General de Francia. No sin dificultades, dimos con la inscripción del nacimiento fuera de plazo de Roberto que se había practicado mediante el procedimiento legal oportuno. Pero que no correspondía necesariamente con la fecha real de nacimiento que diera alguna pista para encontrar la inscripción de los dos gemelos en el mismo día. En definitiva, nos dijeron que sin el nombre y apellidos de la madre y sin fecha precisa, no había forma posible de encontrar la inscripción, si es que existía. Allí mismo nos sugirieron visitar una asociación que se dedicaba a localizar a familias judías emigradas a Israel entre 1949 y 1964, periodo durante el que se dieron migraciones masivas a Palestina.

En esta oficina nos explicaron igualmente que sin un nombre y, al menos, el año en que viajaron a Israel, resultaba imposible. Hay que tener en cuenta –nos dijo el anciano que nos atendió– que entre 1949 y 1956 más de 90.000 judíos de la diáspora marroquí partieron para Israel. Y que en 1961 se pone en marcha una nueva operación migratoria en la que se ayuda a abandonar el país a otros 120.000 judíos marroquíes. En cualquiera de estas dos grandes oleadas migratorias podían encontrarse la mamá y la hermanita de Roberto.

A la mañana siguiente, mientras desayunábamos en el hotel, le pregunté a Roberto si no estaba contento al menos por estar en el lugar donde nació (de ello teníamos la certeza). Me respondió con un gesto de indiferencia. Nos fuimos a dar una vuelta por el antiguo barrio judío. Veía a Roberto en los rostros y en las miradas de la calle. Se estima que en los años 50 existían unos 600.000 judíos en todo Marruecos. Hoy apenas llegan a dos mil, pero la memoria judía en el Norte de África permanece indeleble. Como mismo la memoria genética de Roberto se mantiene todavía viva en algún lugar recóndito.

Durar más que la zanga de El Carrizal

Luis Rivero publicado en los suplementos de Cultura de La Provincia/DLP y El Día/La Opinión de Tenerife del sábado 22 de octubre 2022

Juego de la zanga

La zanga es un juego de cartas que se juega con baraja española, 32 «piedras» (granos de millo, judías o piedras pequeñas) y en el que participan, generalmente, cuatro jugadores que forman dos equipos de dos. Cada equipo inicia a jugar con 16 piedras y el que se quede con las 32 «piedras o vales» es el que gana la partida. Si bien como juego de azar influye el factor suerte que decide las mejores o peores cartas que le correspondan a cada jugador en el reparto, según los entendidos, la suerte no lo es todo, pues existen otras habilidades que esgrimen los jugadores como pueden ser la picardía, la estrategia seguida, el saber anticiparse a una jugada, el descartarse, echar una carta mala para engañar al equipo contrario y otras argucias para que el rival se confíe y caiga en la trampa. Todas estas acciones pueden decantar el triunfo hacia uno u otro equipo, incluso a favor de aquellos jugadores a los que el azar no premió en el reparto de cartas. En definitiva, se trata de un juego que suele resultar complejo para principiantes, mientras que para los iniciados puede ser fascinante, si bien exige habilidad y experiencia.  

«El Carrizal» es la población del sureste de Gran Canaria perteneciente al municipio de Ingenio. Se trata de un fitotopónimo que rememora la abundante cantidad de «carrizos» que, otrora, crecían espontáneamente en el cauce y aledaños del barranco de Guayadeque, a su paso por esta localidad. El carrizo es una planta gramínea que se da cerca del agua o en lugares húmedos (en las islas crece, generalmente, en los cauces de los barrancos) de la cual se aprovechan las hojas para forraje y la caña para la confección de socosy trabajos de cestería. Se conoce también como «cañavera» o simplemente «caña» (de ahí deriva «cañaveral» o «las cañaveras») que no hay que confundir con la «caña india» o caña de bambú ni con la «caña dulce» o caña de azúcar. Así «carrizo» es epónimo de El Carrizal que significa sitio poblado de carrizos. Nótese que hemos dicho El Carrizal, con el artículo en mayúscula, pues así resulta de la tradición desde antiguo, no diversa del uso generalizado en Canarias para los topónimos que traen origen en la flora característica o abundante en un lugar (fitotopónimos) que van siempre precedidos del artículo determinado [v.gr.: se dice Las Palmas, y no Palmas; El Palmar, y no Palmar; El Dragonal, El Gamonal, El Madroñal, El Juncal, etcétera].  

            Los juegos de naipes, en las diversas modalidades presentes en Canarias, pero sobre todo aquellos de mayor arraigo y tradición, han dado pie a la creación de una abundante fraseología y un léxico propio que en ocasiones han trascendido del ambiente lúdico de origen hasta terminar incorporándose al habla popular como expresiones idiomáticas de uso general aplicables a situaciones cotidianas. Sucede con locuciones más o menos de todos conocidas como: «¡Arráyate un millo!», «hacer majo y limpio» o «barrer por sota y malilla»; o quizás menos conocidas como: «¡El cochino se mata gordo!» o «entre más gordo, más manteca», «millo a millo, la gallina llena el papo» o «la gallina picando llena el buche».Todas ellas expresiones que con mayor o menor implantación han pasado de la concreción del juego a la generalización de su empleo en la vida cotidiana. Un registro quizá menos conocido fuera de los ambientes «zanguistas» es el que nos ocupa: «Duró más que la zanga d(e) El Carrizal». Cuentan que en el pueblo de El Carrizal, pago de gran tradición zanguista (donde los aficionados continúan reuniéndose por las noches en la Sociedada «echar una zanga»), tuvo lugar una partida de zanga en la que los participantes estuvieron jugando varios días. De manera que interrumpían la partida a cierta hora de la noche para retomarla después «de soltar» del trabajo en la tarde del día siguiente, pues cada jugador tendría sus obligaciones que atender durante el día. Desconocemos con exactitud cuántos jornadas hicieron falta para concluir la partida, así como quiénes fueron sus protagonistas o quien se hizo con la reñida victoria, pero lo que sí ha trascendido es la que se recuerda en toda la isla como paradigma de «zanga pesada», que se dice en el argot de la partida que dura muchas horas o «más de la cuenta». La expresión ha pasado a ser sinónimo de una partida de zanga o, fuera del ámbito del juego, de cualquier acontecimiento que dure mucho o más de lo previsto. La frase comparativa expresa de manera hiperbólica (hasta casi convertirse en un superlativo) sobre la duración excesiva de un evento o acto que por las razones que sean se alarga más de la cuenta. Valga el ejemplo de cuando el cura se extiende en la plática de la homilía, alargando más allá de lo habitual la duración de la misa, y comenta alguien con ironía a la salida de la iglesia o en el bar de enfrente: «¡Ños, si duró más que la zanga d(e) El Carriza(l)!», pronunciado frecuentemente con la contracción de la preposición y el artículo determinado (d(e) Eldel) y la pérdida de la consonante final (Carrizá).     

¡Cruz, perro maldito (de) los infiernos!

Luis Rivero , en el suplemento Cultura de La Provincia/DLP y El Día/La Opinión de Tenerife, del sábado 01.10.22

Cuenta la leyenda popular que en el día de san Miguel (29 de septiembre en el santoral católico) «el diablo anda suelto» y, por tanto, se exhorta a extremar las precauciones, pues pueden sucederse todo tipo de desgracias de las que se responsabiliza al mismísimo demonio, a sus secuaces y adoradores. El encargado de «tenerlo a raya» es el mentado arcángel, del cual apenas se habla en el Antiguo Testamento donde aparece en el Libro de Daniel como Mija-El,«uno de los príncipes supremos» y alguna otra referencia aislada en algunos textos apócrifos. En el Apocalipsis, sin embargo, es presentado como comandante al frente de los ejércitos celestiales. La iconografía religiosa tradicional desde antiguo venia representando al demonio como ser antropomorfo con un aspecto deforme, a veces con manifiestos defectos físicos, como la cojera, otras veces provisto de pezuñas, cuernos y rabo bovino. Pero se dan también representaciones íntegramente zoomórficas como la del macho cabrío. Con probable origen en la tradición judía del «chivo expiatorio», según la cual, el sumo sacerdote sacrificaba un macho cabrío para expiar los pecados de los israelitas. Por lo que no parece causal que una de las representaciones más comunes en la tradición demonológica sea la del macho cabrío. Parte de este imaginario es la representación «reptiliana» asociada a la serpiente y al dragón, lo que parece tener su parangón en el mito griego de Apolo en su lucha contra la serpiente Pitón. De hecho hay quienes afirman que el Apolo griego tiene su homólogo, por así decirlo, en el arcángel Miguel de la tradición judeocristiana. Tal hipótesis se alinea con la opinión de que los panteones de las distintas tradiciones observan mitos semejantes en la construcción de la  «mito-historia». En la iconografía e imaginería religiosa se representa al arcángel san Miguel con indumentaria guerrera dando muerte al diablo en forma de dragón, de serpiente y, más raramente, como un ser grotesco con cabeza de perro y cola de dragón, dientes como cuchillos y pezuñas de bestia inmunda [Como se representa en la talla del escultor Luján Pérez existente en la iglesia de la localidad de Valsequillo, Gran Canaria, cuyo patrono y protector es el arcángel san Miguel]. La leyenda cuenta que el diablo en forma de perro negro se soltó de sus cadenas y el día de san Miguel anda por ahí  «haciendo de las suyas». Hay quienes han atribuido esta leyenda/mito del demonio transformado en can a la imagen del san Miguelde Luján Pérez que data del año 1801, si bien en algunos bestiarios antiguos «el perro negro era considerado un mal demoniaco» y numerosas obras de arte en varios lugares de América representan al demonio en forma de perro. Pero es probable que la creencia popular de que el diablo anda suelto en forma de «perro negro» tenga resonancias de la leyenda de los antiguos canarios que representaban la imagen del mal y, por ende, de los demonios –mito antagonista del bien– como perros lanudos, oscuros y feroces, figuras que formando parte del imaginario habrían permanecido en el inconsciente colectivo durante siglos. Estos seres, reales o fantásticos, eran conocidos como «tibicenas», sobre los que existen varias leyendas. Se dice que para los antiguos, los tibicenas eran espíritus diabólicos que se manifestaban en forma de grandes perros que atacaban al ganado y a la gente. Para aplacar a estos seres se les hacían ofrendas de comidas en lugares elevados de las montañas y en las cuevas, donde también se sacrificaban animales [lo que recuerda la costumbe de los holocaustos en la tradición abrahamicay las hecatombes en la tradición greca]. Esta creencia popular que cada 29 de septiembre, no se sabe por qué arte del demonio, el «perro maldito» (o el diablo en cualquier otra forma) se libera de sus cadenas y se escapa parece estar presente en distintos pueblos de las islas. Subyace en esta la idea de que tras sembrar el «caos» que supone que el diablo ande suelto, concluye con la lucha del arcángel Miguel con su antagonista vencido y sometido, una alegoría del conflicto entre las fuerzas del bien y del mal que acaba con la victoria del bien sobre el mal y el restablecimiento del «orden natural». En este contexto, entre la leyenda y la superstición, se sitúa esta suerte de conjuro de protección frente a cualquier evidencia de mal o peligro, en especial los atribuidos a las brujas, hechiceras y demonios: «¡Cruz, perro maldito (de) los infiehno(s)!». Es propio de ambientes rurales y supersticiosos que no obstante basarse en creencias pararreligiosas, aporta elementos sincréticos entre las artes mágicas y el cristianismo. De ahí que la cruz sea invocada en primer término como escudo protector del que, acompañado del gesto de santiguarse, según la creencia popular, emana una especial fuerza de rechazo frente a los poderes ocultos o cualquier desgracia. 

Aquí, el que menos corre tumba al de ‘alante’

Luis Rivero en Cultura La Provincia DLP y El Día/La Opinión de Tenerife

Esta parece ser una de las versiones isleñas del refrán castellano: «el que no corre, vuela» (o «el que menos corre, vuela»), formas estas que se escuchan a menudo también en Islas. Se trata de una frase que alude con ironía a los que hacen ver que no tienen interés en un asunto y, en cuanto surge la oportunidad, son los primeros que se muestran dispuestos a conseguir lo que desean. El «aquí», más que expresar un sitio específico como es la función propia de los adverbios de lugar, hace referencia a una situación, a un asunto o cuestión determinada: es aquello que nos ocupa e interesa, son las circunstancias que nos rodean o pueden ser las personas de nuestro entorno o que ocasionalmente frecuentamos. 

«El que menos corre» literalmente se refiere al sujeto que en apariencia es el más lento de todos, el que menos prisa muestra, el menos espabilado. El verbo «tumbar» significa aquí, hacer caer, derribar. En el ámbito de la lucha canaria se dice que en una agarrada se tumba al contrario para expresar que se «da en tierra con el rival», tirarlo al suelo. Es este sentido competitivo o de confrontación que toma el verbo: tirar, hacer caer, empujar, pasarle por encima, atropellar, superar apresuradamente a alguien y de malas maneras, ya sea en sentido metafórico como literal. En el habla popular de las islas escuchamos a menudo la locución adverbial «al de alante», en lugar de la forma más culta «al de delante», y que aquí hace referencia a quien le precede en un orden de prelación o a quien le aventaja por guardar una posición más cercana al objetivo a alcanzar. 

 «Aquí, el que menos corre tumba al de alante», en sentido figurado, describe, pues, una situación de competencia que se entabla entre aquellos que pugnan por alcanzar el objetivo pretendido. Recurriendo a una forma hiperbólica expresa que «el que menos corre» de todos, es decir, el que parece más lento, el manta, el más maleta[se dice del más malo o lerdo, el peor de todos, que es unpaquete], «tumba al de alante», (porque «va como una moto»). Y ello para advertir con ironía de la destreza y prontitud de los que «están al pesque» de alguna ocasión que aprovechar para «llevarse el gato al agua». Al tiempo, pone en guardia frente a quienes muestran indiferencia o desinterés en algo, y que al final resulta que son los primeros en moverse para conseguirlo; de aquel que mantiene una actitud, en apariencia, pasiva, el menos avispado que parece y que, «calladito a la boca», actúa «a la zorruna». En definitiva, se advierte de los que fingen que la cosa no va con ellos y se entregan al oportunismo.  

Se asevera así sobre un hecho que se supone constatado al tratarse de individuos ya conocidos por su modo de actuar [ya se sabe que «por la cagada se conoce al pájaro», dice otro dicho isleño], que se comportan de manera taimada y astuta hasta que se destapan, mostrando sus verdaderas intenciones. «Correr» tiene el sentido a apresurarse, darse prisa, estar presto a intervenir, pronto para efectuar algo. La locución «el menos que corre, tumba al de alante» es sinónimo de la paremia «el menos que corre, vuela» y de esta otra locución isleña que dice: «el menos que mea, hace un charco» que resulta afín a la expresión que parangona el acto de mear como símbolo de poderío, de marcar el territorio: «ser el macho que más mea».  

El aprendizaje implícito en el dicho invita a ser diligente y puede resumirse en que conviene no fiarse de las apariencias porque el que más o el que menos resulta ser un espabilado y a poder que pueda, se te echa delante.

 Así que «hay que espabilar porque a los bobos se los comen las moscas».  

Machar en hierro frío es tiempo perdido

Luis Rivero en suplemento de Cultura del sábado 17 septiembre de 2022 de El Día/LaOpinióndeTenerife y La Provincia/DLP

«Machar» es machacar, martillar, golpear algo para deformarlo, aplastarlo o reducirlo a fragmentos pequeños. Por eso este aforismo cuenta con variadas versiones en las que cambia el infinitivo inicial: «machar/machacar/martillar en hierro frío es tiempo perdi(d)o»; o incluso esta forma extensa que recurre además a otras comparaciones para expresar lo mismo: «machar en hierro frío, darle de comer a un muerto o predicar en el desierto es tiempo perdido». Tres acciones igualmente infructuosas. 

«En hierro frío». Para trabajar el hierro, una de las artes más antiguas de la metalurgia, se requiere que este metal alcance altas temperaturas que lo convierten en maleable para deformarlo. Esto se obtiene mediante el fuego de la fragua. Por tanto, si el hierro está frío resulta imposible darle otra forma. Y por ello se dice que «es tiempo perdido», para dar a entender que cualquier esfuerzo en tal sentido resulta totalmente inútil. 

La metáfora a la que se recurre traslada la imagen del aprendiz en el taller que golpea en vano «en hierro frío». Los elementos simbólicos subliminales a los que se asocia esta imagen son: el fuego de la fragua, el martillo y el yunque. El martillo es un elemento propio del herrero al que se le reconoce un «poder de creación», es pues, un elemento simbólicamente «fecundador», «creador». El yunque por su parte es un símbolo de la tierra y de la materia que soporta pasivamente los golpes del martillo «hacedor» y, por ende, en contraposición a este, se le atribuye un carácter pasivo. Pero para que esto sea así, para que sea posible la elaboración, la realización, es necesaria la presencia de un elemento «vivificador»: el calor del fuego de la fragua. Por ello la alquimia considera el fuego como simbólico «agente de transformación». 

Este aforismo nace probablemente como pauta pedagógica en el ámbito del arte de forjar. Según esta máxima resulta que martillo y yunque son elementos necesarios para batir el hierro. Pero más imprescindible aún resulta el fuego para fraguar este metal y el agua para enfriarlo bruscamente y templar la pieza. De manera que parece evidente que, si el hierro no alcanza previamente la temperatura adecuada, si está frío, no deviene maleable y por tanto no puede trabajarse y es inútil martillar para intentar batir la pieza. Así el refrán puede aplicarse en el campo específico de la siderurgia, en sentido estricto, como aforismo elemental del oficio, pero también puede emplearse en un sentido lato que tendría aplicación en variadas situaciones generales o específicas. Como cuando nos tropezamos con alguien «duro de mollera» es una pérdida de tiempo tratar que entre en razones y que «se baje del burro» [«no bajarse del burro» es expresión común en el español del Canarias que se emplea cuando alguien se muestra obstinado en no deponer su actitud]. Es también afín a aquella otra frase proverbial que dice «en una torna no se pueden coger papas» y se emplea cuando se está ante una situación en la que se pretende algo que resulta muy difícil o imposible de realizar. Como mismo cuando nos encontramos ante una persona necia o ignorante con la que se entabla una porfía y se pretende aclarar la situación, algo verdaderamente imposible, lo que resulta una pérdida de tiempo. Lo mismo que machar en hierro frío. 

 En el ámbito marinero existe otra expresión afín que dice: «Navegar contra el viento es perder el tiempo». Para significar igualmente que es inútil pretender alcanzar lo imposible, ir contra aquellas situaciones que no pueden cambiarse porque no está en nuestras manos ya que dependen de circunstancias contingentes que no podemos controlar. Este dicho marinero se inspira en el ámbito de la navegación a vela, donde navegar en contra del viento es una empresa imposible. [Aunque se dice comúnmente que navegar de ceñida es avanzar contra el viento, en realidad, para que el barco navegue casi «contra el viento», la proa debe formar un ángulo de unos 40º aproximadamente respecto a la dirección del viento]. Por lo que se puede afirmar indistintamente que «machar en hierro frío» como mismo «navegar contra el viento… es perder el tiempo».     

¡Y de aquí pal Pino!

Luis Rivero

«El Pino» es por antonomasia la advocación mariana y el culto que se rinde a la Virgen del Pino, patrona de la Diócesis de Canarias y de la Isla. Suele identificarse también con las fiestas patronales que en honor a «nuestra Señora del Pino» se celebran en la localidad grancanaria de Teror cada 8 de septiembre («el día del Pino»); y puede referirse en abstracto al lugar donde se venera la imagen de la Virgen y el destino de peregrinación adonde arriban romeros de toda la isla («este año vamos caminando al Pino»). Así pues, «pino» es epónimo o cuasiepónimo, por así decirlo, de «El Pino» como lugar de culto y peregrinación.  

La historia de esta advocación mariana está asociada a una fuente de aguas curativas y a un pino centenario, a juzgar por las extraordinarias dimensiones que –se dice– alcanzó. El pino crecía en el lugar (o en las inmediaciones) donde hoy se erige la basílica que habría sido construida con posterioridad a la desaparición del emblemático árbol. El origen del Pino está inmerso en la leyenda popular ligada incluso a la cultura indígena prehispánica, y que ha contribuido a crear un misterio en torno a «la aparición» de la imagen de la Virgen en el pino. La tradición afirma de la existencia de un manantial de agua que brotaba a los pies del árbol y es creencia popular que poseía propiedades medicinales, incluso hay quienes afirman que era «milagrosa». En la simbología antigua, el pino, al igual que otros árboles de hoja perenne, es símbolo de inmortalidad y algunos pueblos primitivos lo consideraron árbol sagrado, mientras que la piña representa la fertilidad. Al igual que las fuentes que se asocian a la longevidad y a la vida, creencia que quizá guarde relación con las propiedades terapéuticas que se le atribuyen en muchos casos al agua que brota de las fuentes. Convergen en la leyenda, pues, dos elementos naturales (árbol y fuente) existentes en el medio y ligados muy probablemente a «rituales» de la cultura indígena. Se cumple aquí de nuevo el iterseguido en los procesos de «evangelización»: el cristianismo hace suyos, «integrándolos» y «consagrándolos» para su reutilización, distintos elementos de la naturaleza o fenómenos geográficos como lo son las fuentes, los árboles, los riscos, las cuevas o las montañas que para la cultura primitiva prexistente tenían un carácter «sacro». Esta «cristianización», por así decirlo, de elementos de culto ligados a manifestaciones de la naturaleza del llamado «paganismo» es una tendencia propia de las religiones teístas con vocación de proselitismo, como es el caso histórico del cristianismo. Y tal tendencia se inserta claramente en el proceso de conquista y colonización de la Islas Canarias si se considera que ya en 1403 el papa Benedicto XIII concedió indulgencias «a todos los que ayudaran a Bethencourt a conquistar las islas Canarias»y dio licencia para «levantar templos y administrar sacramentos»; al igual que los reyes católicos contaron con una bula del pontífice Eugenio IV que concede el derecho a la conquista de Canarias. Lo que otorga a esta un papel «evangelizador».

Este culto a la Virgen está considerado entre los más antiguos de las islas, pero el Pino posee también otro carácter que tiene más que ver con aspectos folclóricos. Y que es donde se inserta la expresión: «¡Y de aquí pa(ra) (e)l Pino!». De lo que se vislumbra que esta «devoción» viene asociada al carácter festivo y alegre de las parrandas. Teror es una fiesta en los días previos, la víspera y la romería el día del Pino que concluye en una ofrenda a la Virgen y donde concurren grupos de tendereteros, rondallas y parrandas varias. Con estos precedentes, la frase «¡y de aquí palPino!» remata un tenderete memorable que sirve de «arrancadilla» hasta el próximo, «ya que después de esta solo nos queda el Pino», que es el culmen para todo canarión devoto o amante del belingo.  

Cuaderno de viajes: El último bastión del socialismo

Estatua de Stalin en el centro de Tirana

Cuando llegamos al paso fronterizo de Hani i Hotit para entrar en Albania era de madrugada y no había nadie en el puesto de guardia. Hani i Hotit era a la sazón el único punto donde atravesar la frontera desde el sur de Yugoslavia. El chófer del autocar sonó el claxon varias veces para llamar la atención de los guardias durmientes. Poco después comenzaron a salir mientras despabilaban y se abotonaban las chaquetas. Recuerdo que uno de ellos nos preguntó de manera retórica que adónde íbamos a ir, que qué se nos había perdido en Albania y que allí no había más que cuatro cabras. Para dar a entender que Albania era un país pobre y atrasado, con una economía agropecuaria  donde había poco que ver y nada que disfrutar. Que en definitiva era mejor que nos quedáramos en Yugoslavia. Pero estos argumentos no convencieron a ningún miembro de la expedición.

Ya en «tierra de nadie», ese espacio circundado de vallas y alambradas entre los confines de dos países, entendí que esta era algo más que una ficción jurídica para expresar que ese territorio no tiene dueño, y no era solo parte del pasado. Nos dispusimos a atravesar a pie el centenar de metros que separaba el confín yugoslavo del territorio albanés. El lugar permanecía en penumbra. Avanzábamos lentamente con nuestro equipaje a cuesta. Para darle más emoción al momento habíamos sabido que la frontera yugoslava del Kosovo, unos kilómetros al Este, estaba cerrada por las actividades de la guerrilla albanokosovar y que en los días previos se habría producido alguna escaramuza entre los guardias de ambos lados de la frontera. Pasamos el control de pasaportes en la zona albanesa en una oficina en medio de la nada. La primera sensación que recuerdo después de haber pisado suelo albanés es la de haber entrado en otro mundo. Un mundo que se había detenido en el tiempo 50 años atrás. La madrugada y la humedad en el ambiente mitigaban el calor en aquella noche de un mes de julio del año 1981. Un autocar albanés nos esperaba en este lado de la frontera para llevarnos hasta Durrës.

El viaje, auspiciado por el PCE (m-l), se organizaba bajo la «cobertura» de una sedicente asociación de amistad España-Albania. Las asociaciones de amistad eran un recurso usual para disfrazar actividades de proselitismo o de abierto contenido político de los llamados «partidos hermanos». Esta fraternidad que se pregonaba entre los partidos comunistas era un modo más o menos poético de expresar los lazos de familiaridad política con un régimen en particular (en este caso el albanés) que se proponía como modelo social y el partido en el poder como guía, el Partido del Trabajo de Albania (que era un partido comunista en toda regla, pero con la originalidad de no haber incluido en su nominación tal adjetivo). En este caso el «partido fraterno» era el PCE (m-l), una de las siglas más legendarias en el puzle de acrónimos a que dieron lugar las numerosas escisiones que se produjeron en los años 60/70 en el seno del Partido Comunista de España a raíz de las posiciones «revisionistas» de su dirección y el abanderamiento del «eurocomunismo». La composición del grupo de viajeros era variopinta, hasta donde recuerdo había un periodista portugués, una periodista española, varios jubilados, tres enfermeras viajeras, un ingeniero nuclear dotado de un sano sentido de la ironía, un par de estudiantes, un radioaficionado, un astrofísico, una funcionaria del Ministerio del Interior, unos pocos miembros del PCE (m-l) y algún militante de la ORT, que era otra de las siglas que conformaban entonces el universo de la «extrema izquierda». 

 Fijamos nuestro campo baseen Durrës. Esta ciudad balnearia que se asoma sobre el Adriático estaba dotada de una infraestructura hotelera obsoleta construida en buena parte durante los años de dominación italiana. Contaba con unas magníficas playas de arena rubia desde donde en las noches claras se alcanzaba a divisar el centelleo de luces de la costa italiana. La capital, Tirana, era una ciudad sobria, con poco tráfico rodado y donde predominaban los edificios de arquitectura racionalista, típica de la estética del periodo fascista. 

Después de cenar solíamos ir a un local nocturno, rigurosamente reservado a extranjeros, donde escuchabas música balcánica y podías tomar raki, un aguardiente de origen turco. Fue allí donde conocimos a un grupo de estudiantes de ingeniería argelinos en viaje de estudios. Fieles al principio de autarquía económica por el que había optado el régimen albanés –o al que se había visto abocado– después de la ruptura con la URSS, Yugoslavia y China, los albaneses sostenían con orgullo que su producción petrolera satisfacía sus necesidades energéticas, pero quizá fuera prudente mantener una puerta abierta al mundo para recibir conocimientos técnicos y mano de obra cualificada en el campo de la producción petrolífera. Sobre todo después de la experiencia de la ruptura con China que hizo que la incipiente industria y maquinaria agrícola  quedase paralizada. Y que obligó a un reciclaje acelerado de los ingenieros albaneses para garantizar su funcionamiento. Esto es lo que explicaría, quizá, la apertura hacia países que como Argelia enviaba a grupos de estudiantes en viaje de estudios y visitas de «confraternidad».

Nuestra expedición era de las primeras en visitar la República Popular Socialista de Albania después de que desapareciera de los pasaportes el veto expresado en aquella apostilla que rezaba: «Este pasaporte es válido para viajar a todos los países del mundo, excepto: Corea del Norte, Mongolia Exterior y Albania». Recuerdo que por tal motivo fuimos entrevistados en Radio Tirana que entonces mantenía una emisión en español. Se podría decir que lo nuestro era una especie de «turismo sociopolítico». Te llevaban de excursión de un lado a otro visitando todo aquello que resultara decente de ver. Se trataba, en pocas palabras, de impresionar al personal con los logros de la revolución socialista bajo la guía del omnisciente Partido del Trabajo de Albania. Una de las curiosidades con que nos encontramos fue una iglesia ortodoxa reconvertida en cancha de baloncesto. Lo que daba fe del ateísmo militante que profesaba el régimen; u otros lugares con tan poco atractivo turístico como una clínica dental. También visitamos cooperativas agrícolas, alguna fábrica, guarderías, campos de trabajo voluntario para estudiantes que contribuían al trazado de la red ferroviaria, campamentos de verano  para niños (que era algo parecido a los campamentos de la OJE), una casa de una familia campesina y hasta nos invitaron a la celebración de una boda. Las visitas concluían siempre con nuestros huéspedes entonando una canción pegadiza que no escatimaba en loas y hosannas a «las heroicas hazañas del presidente Enver Hoxha». Figura que parecía dotada del don de la ubicuidad divina y al que se diría se profesase una ferviente devoción. 

            Una de las cosas que más llamó nuestra atención fueron los búnkeres de hormigón que proliferaban por doquier, para albergar nidos de ametralladoras o baterías antiaéreas. Como si se esperara una invasión de un momento a otro. Del presidente Enver Hoxha se decía que vivía obsesionado con que el país fuera víctima de una agresión exterior o de un complot interno. Sus «paranoias» y desencuentros lo llevarón, en el terreno político y diplomático, a romper con la Yugoslavia de Tito en 1948, cuando esta abandonó el Kominform, y a quien acusaba de «agente del imperialismo»; las diferencias con la URSS de Nikita Jrushchov tuvieron inicio en 1956, a raíz de la muerte de Stalin, para finalizar con la ruptura definitiva en 1966 con el abandono del Pacto de Varsovia; y por último con la China de Mao por el malestar que causó en el dirigente albanés el establecimiento de relaciones diplomáticas de la RP China con los EEUU durante el mandato de Nixon. El cierre de fronteras a influencias culturales foráneas fue otra de las medidas adoptadas por el régimen socialista y esto explicaba la ausencia de turismo. En el ámbito interno, el temor a una celadaque derrocara su gobierno hizo que se intensificara la persecución de disidentes al más puro estilo estalinista. Una de las más sorprendentes fue la «desaparición» de Mehmet Shesu, ex brigadista internacional en la guerra civil española, compañero de aventuras de Hoxha desde su juventud que llegó a ocupar varios cargos en el gobierno, incluido el de presidente del Consejo de Ministros. Fue acusado de espía «pluriempleado» al servicio de la URSS, China y Yugoslavia y «ajusticiado» sin juicio previo en 1981. Se hablaba incluso de tiroteos y duelos en las reuniones del comité central del Partido. Para entonces la Albania socialista, más sola que la una, abanderaba su cruzada ideológica contra el «revisionismo», el «imperialismo y el socialimperialismo soviético». De revisionista o desviacionista  era tachada cualquier interpretación que no coincidiera con la línea de pensamiento trazada por el dirigente albanés. El PTA se autoproclamó en único heredero de la ortodoxia marxista-leninista. Por entonces se había prescindido de la coletilla: «pensamiento Mao Tse-Tung», una especie de pedigrí con el que se etiquetaban algunos partidos. Ignoro los entresijos que llevaron realmente a esta República Popular a la cerrazón y la autarquía, pero tengo la impresión de que algo tuvo que ver la atribución de roles económicos, la división de la producción entre los países satélites del bloque del Pacto de Varsovia y las contrapartidas propuestas por la URSS, unido al exceso de celo del dirigente albanés en preservar su independencia. Esta supuesta integridad ideológica de Enver Hoxha alimentó el mito de Albania como el último bastión del socialismo.